Hace aproximadamente 12 años, el señor César Oswaldo Díaz Escobedo comenzaría a practicar una actividad que, a la postre, lo convertiría en uno de los poseedores de monedas más antiguas en Durango. Acompañado de su detector de metal, el duranguense empezó su búsqueda con la finalidad de encontrar grandes tesoros, sin embargo, con el paso del tiempo, él mismo se percataría de que dicho sueño, era algo poco factible e irreal.
Su largo historial como detector le ha permitido conocer una parte importante de la historia arquitectónica en la entidad, ya que como él mismo lo narra, su búsqueda se remonta a lugares como haciendas, parques, casonas antiguas, e inclusive, ruinas que datan desde fechas como los 1800 y 1700.
Hasta el día de hoy, muchas han sido las anécdotas que han desfilado frente a sus ojos, sin embargo, existe una que lo ha marcado de por vida, ya que, durante sus inicios, él mismo acudiría a una hacienda bastante alejada de la mancha urbana, y después de una exhaustiva búsqueda lograría dar con un par de lingotes de gran pesaje y tamaño, lamentablemente, dada su emoción y cansancio, este los olvidaría sobre el cofre de una camioneta de los lugareños.
Objetos como anillos, cadenas, balas, esclavas, medallas y una infinidad más de metales, han sido la ganancia de sus expediciones, sin embargo, uno de los hallazgos que mayor retribución le ha dejado, ha sido una antigua hebilla militar de más de 15 centímetro de largo, la cual, se encontraba bañada en oro y cobre.
Siendo una entidad que durante años conservó una casa de moneda, Durango ha sido un sitio predilecto para los coleccionistas, ya que, como el mismo César lo señala, la historia que se esconde bajo su tierra, alberga una infinidad de monedas como las Vizcayas, Reales y hasta dólares de plata, los cuales, durante siglos pasados, se desprendían de los jinetes al momento de cabalgar sobre sus corceles.
En la mancha urbana, uno de los sitios que aún continúa brindando sorpresas para los expedicionistas, es el Barrio de Tierra Blanca, ya que al ser uno de los primeros cuadrantes habitados en la entidad, muchos de los lugares decidieron esconder sus riquezas bajo suelo o entre las esquinas de sus moradas.