Durante una caravana migrante en el año 2021, Nuevo León experimentó una oportunidad sin precedentes para asumir el reto del mestizaje cultural, el cual puede observarse en grandes urbes alrededor del mundo, pues miles de personas provenientes de Centroamérica y El Caribe llegaron en masa a la Sultana del Norte.
Haitianos principalmente, pero también hondureños, nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos y venezolanos, sufrieron el despiadado camino del Triángulo Norte y el infierno de Tapachula, con la esperanza de una vida mejor.
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Acongojados por la violencia, la delincuencia, la corrupción y el abuso de autoridad, miles cada año ingresan a suelo mexicano, y una de las escalas casi obligadas es Monterrey.
En territorio regiomontano, algunos migrantes ven un escalón más para llegar “arriba”, a los Estados Unidos, pero la mayoría de ellos, tendrán que pagar una “penitencia” en México antes si quiera de intentar saltar el muro o cruzar el Río Grande.
Tal es el caso de una mujer de origen cubano, que para este relato llamaremos Yanet, y quien llegó a Monterrey con otros migrantes de la Isla.
De 31 años de edad, la mujer decidió salir de Cuba hace cinco meses aproximadamente, ante el irrisorio salario que se le da a cualquier profesionista en aquella nación, y las casi nulas oportunidades de establecer un comercio exitoso en el socialismo castrista.
Yanet dice que su última parada no es Monterrey, sino los Estados Unidos, y que espera la autorización de CBP (Customs and Border Protection, por sus siglas en inglés), es decir, de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.
“Ahorita Cuba está bien difícil, no hay comida, no hay medicamento, no hay de nada, así que, me decidí (a salir). No es exactamente que venía para México, es que voy para Estados Unidos, es la idea que llevo en mente, no es que no me haya gustado México, bueno, Chiapas, la verdad no tengo una buena recomendación, no me gustó para nada”, dijo la mujer, entre líneas, sobre las paupérrimas condiciones en Tapachula para los migrantes.
Originaria de Camagüey, al centro-este de Cuba, cuenta que ella es bailarina de profesión, habiendo trabajado en compañías de danza, hasta que la realidad de la Isla la alcanzó.
Luego de eso, montó junto a su familia un pequeño restaurante-café, en el que pudo adquirir experiencia sobre la gestión de este tipo de negocios, sin embargo, ni esto fue suficiente para sobrevivir, por lo que a mediados de este 2023, dejó su hogar y a su hijo de 9 años de edad, para buscar el bienestar de sus seres queridos a la distancia.
Para esta aventura, Yanet se despojó de todos sus bienes, fruto de su trabajo por años, para obtener algo de dinero y viajar hacia la Unión Americana, donde dice, pretende llevar a su hijo consigo en el futuro.
“Me decidí a vender todo lo que ocupaba, e irme para Estados Unidos, ya que allá las leyes nos favorecen mucho a los cubanos, y puedo tener papeles muy rápido, y poder traerme a mi hijo, porque mis padres están muertos, y solo me queda él en Cuba”, dijo.
De la Isla a la Sultana
Ya en contacto con “coyotes”, la mujer tomó un vuelo de Camagüey a Managua, en Nicaragua, en donde esperaban a ella y a otros cubanos, una serie de taxis. Ahí, el recorrido se dio a lo largo y ancho de la nación controlada por Daniel Ortega, hasta llegar a la frontera con Honduras.
Posteriormente, una combinación de transportes entre autobuses, lanchas hechizas y caminatas a través de senderos irregulares, la pusieron a ella y a sus paisanos a las puertas de México.
Al cuestionarla sobre el origen de los traficantes de personas, Yanet dijo no haber visto nunca al “jefe”. Lo que sí explicó, fue que los “coyotes” hacían varios relevos, principalmente cuando pasaban de Nicaragua a Honduras y de ahí a Guatemala, exhibiendo una cadena de custodia internacional en el tráfico de migrantes.
La mujer y sus compañeros cubanos cruzaron el Río Suchiate en balsas improvisadas, luego de enfrentarse a la selva guatemalteca, puentes colgantes y policías disparando a matar.
“En Guatemala estuvimos como tres horas en un hotelito, pequeñito, ahí había muchos inmigrantes, muchos, de todos los países. Ahí nos bañamos, comimos algo, y luego nos fueron a buscar como unas camionetas por la tarde-noche. Nos cayó la policía detrás, nos tiraron tiros, iban corriendo, yo pensé que nos iban a matar”, expresó recordando la zozobra.
Para su ingreso y tránsito en México, Yanet tenía que tramitar su permiso o visa humanitaria en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), la cual obliga a la mayoría de los migrantes a realizar este proceso en Tapachula, Chiapas, a pesar de contar con otras sedes, como las ubicadas en Acayucan, Veracruz y Tenosique, Tabasco.
Durante su estancia de tres meses en dicha ciudad, la mujer de origen cubano dijo haber percibido un ambiente hostil por parte de autoridades, pidiendo “mordida” a migrantes, condiciones de hacinamiento, y violencia pura y dura.
“Mi primer trabajo que tuve aquí, fue en un lugar que le dicen Kafeto 17, son muchos bares, como en forma de un cuadrado, a los tres días lo dejé, porque hubo un tiroteo muy fuerte, me asustó mucho, y no supe que hacer, y ya no quise ir más a trabajar, porque obvio no vine acá para morir”, dijo entre risas nerviosas
El lugar al que Yanet hace referencia es conocido también como la Zona Dorada, que agrupa una serie de bares o centros nocturnos de entretenimiento, y que desde hace años es una de las zonas más conflictivas de Tapachula.
De acuerdo con medios locales, en el año 2021 se registraron 48 hechos violentos en el sitio, en 2022 fueron 52, y sólo en los primeros siete meses del 2023 se presentaron 40 actos de violencia, incluyendo tiroteos y asesinatos.
Incluso, en 2022, las autoridades descubrieron que la Mara Salvatrucha operaba la venta de droga y robos en algunos de los establecimientos dentro de la Plaza Kafeto, lo que entonces provocó enfrentamientos armados muchas veces.
Saliendo de Chiapas con rumbo hacia el norte, pero sin certeza del camino, la mujer y sus paisanos cubanos dijeron ser víctimas del crimen organizado, pero también de las autoridades.
Al autobús donde viajaban, se subieron primero policías cuya descripción encaja con elementos de la Guardia Nacional, mismos que exigieron una “cuota” de mil pesos mexicanos para que cada uno de los migrantes pudiera continuar su camino; los que se negaban eran bajados del camión en medio de la nada.
“En todos los retenes nos pedían dinero, a pesar de que teníamos la visa, y que supuestamente podíamos viajar y no nos iban a virar ni nada, igual nos decían que si queríamos continuar, teníamos que dar dinero”, exclamó la treintañera.
Sin embargo, los oficiales no fueron los únicos que interrumpieron su trayecto, pues como ya lo había anticipado el chofer del autobús, sujetos encapuchados con armas largas ingresaron y demandaron más dinero, en este caso 500 pesos mexicanos por pasajero.
“El chofer nos dijo que teníamos que pagar una cuota a unas personas que eran de la mafia, estaban ahí paradas con motor, y cada persona en el bus tenía que dar una equis cantidad de dinero”, dijo, “treparon armados y vestidos de policías, pero nos dimos cuenta de que no eran policías, porque llevaban pasamontañas”.
El grupo de cubanos señaló que además de exigirles el pago de una “cuota”, las autoridades también robaron pertenencias de sus maletas, como teléfonos o alguna otra cosa con un ínfimo valor monetario.
Al final, todos llegaron a la Central de Autobuses de Monterrey diezmados por la intemperie, el insomnio, el hambre y la corrupción... sin un peso.
“Creo que las autoridades mexicanas son bien corruptas, en todo mi transcurso de Chiapas hacia acá, me quitaron mucho dinero, alrededor de 4 mil o 5 mil pesos, hasta llegar aquí, llegué sin dinero”, enfatizó la oriunda de Camagüey.
Golpea racismo su bolsillo
Al llegar a la Sultana del Norte, la siguiente misión para los migrantes no era menor o más fácil que la anterior, pues tenían que lograr insertarse en una compleja sociedad sin que esta los “escupiera” de repente.
Luego de un tiempo buscando trabajo, seis de los siete isleños lo encontraron en un casino del Área Metropolitana de Monterrey, pero Yanet fue excluida, situación que ella catalogó como un caso de discriminación por su color de piel.
- "Visa humanitaria no sirve para nada, no te emplean", dice cubana dedicada al sexoservicio
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“Rápido me di cuenta de que era por mi color, ni siquiera me entrevistaron, y a todos los que estaban si los entrevistaron, y la única persona de color que había era yo”, dijo.
La mujer explicó que se sentía la más capacitada del grupo de cubanos, pues a diferencia de los demás, ella ya había manejado un restaurante y todo lo que conlleva como negocio.
Después del trago amargo, Yanet siguió intentando obtener un trabajo formal, ya que contaba con la documentación que así lo permitía, sin embargo, encontró que la teoría no es igual a la práctica.
“Me deprimí, la verdad, me sentí mal. Luego busqué, porque me vine con la ilusión de que la visa humanitaria me iba a servir, pero no, no se emplean ni nada”, indicó.
A pesar de que las autoridades expiden permisos de trabajo provisionales a cubanos, hondureños, haitianos, venezolanos, nicaragüenses y demás migrantes que ingresan por la frontera sur de México, mucho es el prejuicio con el que se encuentran por parte de potenciales empleadores.
“La visa humanitaria no nos sirve para nada, nadie nos emplea con esa, supuestamente, hasta donde tenemos entendido, las leyes dicen que es una visa por un año, que nos serviría para todo este tipo de cosas de trabajo, y todo, y que podríamos viajar a otros lugares, incluso en avión, pero no es así”, expresó consternada Yanet.
En contraparte, extranjeros provenientes de Estados Unidos, Canadá o Europa no cargan con dicho estigma social...
Incursiona en el sexoservicio
Con la premura de ser echada a la calle y quedar varada en la misera, Yanet encontró un “alivio” en medio del caos, pues deambulando por las calles del Centro de Monterrey, se le presentó una oportunidad que nunca hubiera contemplado.
Sin dar detalles sobre las circunstancias de lo sucedido, la mujer de origen cubano explicó que un par de sexoservidoras regiomontanas la invitaron a trabajar con ellas en un lugar del primer cuadro de la Ciudad.
Respecto a ello, Yanet reniega de su oficio, afirma que no le gusta, pero “es lo que hay”.
“Difícil, muy muy difícil, porque no es de mi agrado, la verdad, me siento a veces muy muy incómoda, o muy muy cansada”, comentó sobre las condiciones a las que se enfrenta para ganarse la vida.
Ahondando en su trabajo, dijo atender a unos cuatro o cinco hombres todos los días, la mayoría casados, y la mayoría, afirma, llegando con una vívida fantasía sobre sostener un encuentro con una mujer de color.
Consciente de los riesgos que implica el sexoservicio, agradece que aún no se ha encontrado con una situación de violencia, o con la misma muerte, aunque le han llegado a inquietar las retorcidas ideas de sus clientes en la alcoba.
“Hubo uno muy particular que me dijo: ‘me gustaría que te vistieras como de niña, como si fueras una niña con cuadernos y todo, y que yo cuando entrara por la puerta, me dijeras tío’, y ahí es cuando piensas, a este tipo le gusta su sobrina, o está fantaseando con su sobrina, y eso a veces me preocupa”, dijo.
Busca ayudar a migrantes
Sobre sus sueños más inmediatos, Yanet comentó que desea ayudar a los migrantes que todos los días deambulan por el Centro de Monterrey, con ropa, comida u otras necesidades básicas.
Sin embargo, dice que también planea montar un pequeño negocio para arreglar uñas y cortar el cabello a migrantes por un bajo precio, ya que estos servicios suelen tener altos costos, y cree que todas las personas merecen cuidar de su imagen pese a sus condiciones económicas.
“Vas a un lugar a arreglarte las uñas o cortarte el pelo y es mucho dinero, creo que todas las mujeres, y todos en general, debemos tener ese lujo de andar bien bonitas o bonitos, de vez en cuando”, expresó.
Además, destacó que esa iniciativa le dejaría un poco más de dinero para poder apoyar a su familia y avanzar en su meta de llegar a los Estados Unidos y llevar consigo a su pequeño hijo.
“Esa sería otra entradita de dinero, porque ahorita tengo que enviar mucho dinero a Cuba para mantener a mi hijo y apoyar a mi familia”, relato.
Afortunadamente, Yanet no pasó la Nochebuena sola, ya que se hizo acompañar de otros migrantes con una cena caliente en una vivienda de la Ciudad.
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