A 34 años de su pasó por Nuevo León, las heridas que dejó el huracán Gilberto persisten en los regiomontanos por los tristes recuerdos de muerte y destrucción.
El 17 de septiembre de 1988 Monterrey amaneció con un aura de muerte y destrucción. Luego de 28 horas continuas de lluvia, los arroyos y ríos de todo el estado se desbordaron, y el cauce del Río Santa Catarina, que acostumbramos ver seco, inundó las riberas.
El saldo fue terrible: cientos de casas inundadas, cientos de kilómetros de calles destruidas, incontables vehículos arrastrados por las aguas del río, y muchos, muchos muertos.
Gilberto fue un huracán que no debió azotar a Nuevo León, porque se dirigía hacia el norte, pero en un giro inesperado entró por el Río Soto La Marina y se enfiló a Monterrey, a donde llegó como Tormenta Tropical, pero con tanta fuerza como nunca antes habían visto los regiomontanos de entonces.
Cientos de familias que vivían en las márgenes de ríos y arroyos, perdieron todo su patrimonio,
Oficialmente hubo 200 muertos, pero hay quienes calculan que podrían haber sido 2000 e incluso 3000 porque arrasó con rancherías donde no quedó nadie para denunciar.
Los más notorios fueron los pasajeros de cuatro autobuses arrastrados por la corriente mientras circulaban por la avenida Morones Prieto, a la altura de Miravalle, al igual que cinco policías judiciales que intentaban rescatarlos.
Monterrey no volvió a ser igual después del Huracán Gilberto. Su paso, hace 34 años, dejó heridas y cicatrices que siguen calando fuerte en el corazón de muchos regiomontanos.
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