El conflicto armado entre Rusia y Ucrania continúa. Las ciudades sitiadas y los bombardeos son lo que prevalece, mientras que los rostros expulsados por la guerra siguen buscando asilo. Un caso de millones es el de Irina Adnautova, quien a sus 36 años pasó de ser una entrenadora de yoga a convertirse en una refugiada.
“Extraño a mi gente y a mi pueblo, porque de cierta forma ya superé la pérdida de mi casa, mi ropa, mi negocio, todas mis posesiones materiales, pero no a mi gente, que es lo que más extrañó y aún me duele recordar”, narró a MILENIO en entrevista
Actualmente, ella, su esposo e hijo viven en el campamento para refugiados ucranianos que instaló el gobierno de la Ciudad de México, en el deportivo Francisco I. Madero, en la alcaldía Iztapalapa.
Los tres, dejaron atrás la comunidad portuaria de Mariúpol, ubicada al sur de Ucrania, sólo dos días después de que los bombardeos comenzaran a destruir la ciudad. Sólo con mochilas a la espalda y unas cuantas maletas de mano, la familia abandonó su pasado.
“La ciudad quedó prácticamente sitiada casi desde el inicio, y lo que llegué a sentir en esos momentos fue miedo, terror e impotencia, porque no supe nada de mis padres, amigos y demás familiares, y aún más porque la ciudad se quedó sin agua, sin electricidad, sin gas, y no hubo forma de comunicarse, sumado a que hacía muchísimo frío y los bombardeos no paraban”, recuerda con lágrimas entre los ojos.
Para Irina, el ser refugiada comenzó al salir de su ciudad de origen. Estuvo un par de semanas pegrinando en Ucrania y posteriormente en algunas ciudades europeas, para mediados de abril decidió salir con dirección a Tijuana, México, en busca de una visa humanitaria que le permitiera ingresar a Estados Unidos.
“Los mexicanos me han tratado bien, les estoy eternamente agradecida (…) De hecho, en Tijuana fue cuando sentí la calma, porque mi hijo pudo salir a caminar, ver el sol y volver sonreír, y por eso es que siempre voy a estar agradecida con este país”.
En el albergue dispuesto por el gobierno capitalino, que consiste en carpas plásticas que operan como comedores, servicios médicos, dormitorios y otros espacios comunes, al menos otros 515 refugiados pernoctan, de los cuales 269 son mujeres y 247 hombres. Todos en espera de una vida humanitaria.
De acuerdo con datos de la alcaldía Iztapalapa, la población máxima registrada en el sitio ha sido de 597 personas, sin embargo, 80 han podido continuar su viaje hacia la Unión Americana, al menos otros tres hacia otros destinos; mientras que el resto se ha sumado como voluntariado en este éxodo internacional.
Con la convicción de haber perdido todo, Irina asegura que su anhelo es regresar y Tijuana cuanto antes y así cruzar la frontera. “Al llegar a Estados Unidos lo primero que haremos será arreglar los temas legales, y después intentar conseguir los permisos de trabajo y, para así intentar quedarnos en alguna ciudad”.
“Si bien hay algunas personas que todavía tienen a dónde volver, y con quién volver (a Ucrania), para mi familia y parí no hay esa opción, porque no tenemos nada, lo perdimos todo y simplemente no hay lugar al cuál podríamos regresar”, sentenció.
El albergue instalado en Iztapalapa se encuentra cerca del 50 % de su capacidad original, no obstante, y por rebase de afluencia, el mismo fue ampliado a través de una maniobra denominada “espejo” que, en coordinación con Secretaría de Marina, prevé duplicar su capacidad de recepción.
PGG