Un cielo completamente gris y amenazante estaba posado sobre el escenario, la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, el cual ya concentraba suficientes voces para hacer retumbar a la Catedral y Palacio Nacional, pues luego de ocho años de espera, los capitalinos tuvieron ocasión para disfrutar nuevamente de la voz y guitarra de Silvio Rodríguez.
Desde las 19 horas los asistentes sabían que algo extraordinario iba a acontecer, tantas personas congregadas en un mismo lugar, cada una con su historia de vida, sus problemas, sus cariños, pero todos reunidos en una sola voz y con el ánimo por escuchar al trovador cubano.
Vivir Quintana
Al filo de las 20:06 horas, el escenario recibió a Vivir Quintana, quien fue recibida al grito de “vivas se las llevaron, vivas las queremos”, la cantautora no aguardó ni un instante para dar paso a su música, La casa de la esquina fue la primera canción que se escuchó en el Zócalo.
Con un clamor de justicia y no olvido, Quintana y cientos de capitalinos entonaron desde un recio sentimiento de lucha la Canción sin miedo, la cual se ha convertido en un himno del feminismo en épocas recientes.
“Y retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del amor”, finalizó Vivir Quintana.
Tan conmovedor fue que ni el cielo pudo ocultar sus lágrimas, una gota suave cayó primero, pronto tres más, hasta que el incontable plañido lo cubrió todo. Pronto las capitas de plástico de 10 pesos cubrieron a los asistentes y como defensa espartana cientos de escudos se alzaron al cielo.
Silvio Rodríguez
La plaza contenta coreaba a Silvio, y su nombre como su música se dejaba oír junto a consignas de lucha, protesta social, y resistencia de ser humano. Ya dadas las 20:55 horas, una pancarta “Mi padre te escucha desde el cielo” vio pisar el escenario al escaramujo, al aprendiz, a Silvio Rodríguez.
Casiopea
La primera canción que toco fue Casiopea, música de la revolución cubana, que nos recuerda el exilio que se sufre en toda lucha.
“Hoy sobrevivo apenas a mi suerte, lejano de mi estrella, de mi gente. El trance me ha mostrado otra lección: el mundo propio siempre es el mejor”, cantó Silvio.
Te amaré
Luego Te amaré fue otra de las canciones interpretadas. Se escuchó en el corazón de los capitalinos la reiteración de un mismo sintagma y sus finas variantes. Una promesa resonó en el corazón de cada asistente.
“Te amaré cuando acabe de amar, te amaré, te amaré si estoy muerto, te amaré el día siguiente, además; te amaré, te amaré como siento”
Para este punto los congregados gritaban con entusiasmo “sin paraguas” pues la lluvia parecía bailar con la música y se encontraba en un constante vaivén. De esta manera se pudieron disfrutar temas como Óleo de mujer con sombrero, Unicornio, Danzón para la espera.
Quién fuera
En este punto del concierto podemos afirmar que el Zócalo capitalino posee una voz colectiva, el arte nos recuerda que se existe resistiendo, y esta condición hace al ser humano digno.
Para los antiguos griegos lo que producía la voz era el Pneuma, una voz reconocible en palabras como neumático, neumonía, etc. Pues la forma en la que se usaba era para designar al aliento y al espíritu. Todos quienes estaban en el Zócalo en un mismo pneuma hicieron que se escuchara el “corazón que se esconde, corazón que está donde” más fuerte y sentido de muchas vidas.
Ojalá
Faltando 30 minutos para las 23 horas llegó el final del concierto con una digna despedida, pues Ojalá fue la canción que más gritos levantó en la noche, una canción que resume de manera adecuada lo que es Silvio con, y en la música.
“Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve. Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre, en todos los segundos, en todas las visiones. Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones”.
La desolación que deja un amor que se va, que cuando está lejos hace sufrir, entristecer y desvelar, pero que a la vez da origen a la creación artística.
PALA