Ni siquiera con una hora de superioridad numérica, ni en su estadio, ni en una situación límite, el Atlético de Madrid fue capaz de recomponerse contra su visible crisis, empatado en su casa por el Espanyol (1-1), en inferioridad numérica desde el minuto 27, capaz de tomar ventaja a la hora de partido por un gol de Sergi Darder y poner contra las cuerdas al equipo rojiblanco, que rebajó su golpetazo por el gol incontestable de Joao Félix, suplente y decisivo de nuevo.
Simeone salvó un punto por el atacante portugués, con el que no cuenta para la titularidad. No hay más certeza que esa del duelo de este domingo, en la misma línea de los últimos del conjunto rojiblanco, en ese despropósito continuado en el que reincidió contra el Leverkusen, prolongó en Cádiz, aumentó en Oporto y repitió ante su público en el Metropolitano, donde sólo la luz del delantero luso, suplente en diez de los últimos once choques, incluido el de este domingo, redujo la catástrofe rojiblanca, que podría dejarle a once puntos del liderato si el Real Madrid vence el lunes en Vallecas.
Aún pudo ganar el Atlético, con otro remate de Joao Félix que salvó Lecomte, cuando el asedio del conjunto rojiblanco sí fue de verdad, después de malgastar más de 70 minutos antes, cuando un remate de Giménez salió un milímetro fuera de la victoria que sólo mereció realmente en ese tramo, nunca antes, con el '7' rojiblanco sobre el terreno.
Después del ridículo de Oporto, el plebiscito no tuvo una dimensión que proyecte un sentir generalizado. No hubo bronca cuando el equipo saltó al terreno; sobresalió, como siempre, la aclamación cuando retumbó en la megafonía el nombre de Diego Simeone y hubo más o menos la misma división de opiniones de los últimos tiempos cuando resonó desde algún sector de aficionados (no de los ultras del Frente Atlético, ausentes todo el primer tiempo) el 'Ole, ole, ole, Cholo Simeone', respondido con silbidos por otra parte de los seguidores.
El resultado es que ni lo uno ni lo otro disfruta de una mayoría como para percibirse en una ventaja diferencial en ningún debate, cuyo alimento son los resultados, ni más ni menos. Ni el juego ni el plan ni nada que no sea el dígito con el que concluya el partido. Lo importante es la victoria a ojos de todos. Del club, de la afición, del cuerpo técnico y de los jugadores, a los que el paso de los duelos les ha privado de la coartada que otras veces los aisló de la discusión, siempre enfocada en la figura de Simeone, en el foco en el éxito y en la crítica.
Va en el cargo y en la dimensión con la que ha alcanzado en el Atlético, que tampoco vale como salvavidas en la zozobra que hoy por hoy afecta al conjunto rojiblanco, del que no hay ni rastro del que construyó y consolidó durante años y años, irreconocible desde la pasada campaña en sus aspectos más determinantes, mientras el técnico reincide en errores que han dirigido a su grupo al lugar donde está ahora, a la duda permanente que lo atenaza.
Porque el Atlético no presiona como debe en campo contrario, donde mejor se ha movido siempre; porque tampoco transmite ninguna certeza en su defensa (repitió la misma que en Oporto); porque su medio campo no juega a nada, más aún si la configuración en el centro es De Paul-Kondogbia, con el argentino tan insustancial como acostumbra con el balón desde que llegó al equipo madrileño, tan desconocido en la secuencia de errores en el pase que acumuló durante todo el primer tiempo y cambiado al intermedio; porque apenas le llega un balón en condiciones a nadie que juegue arriba y porque el fútbol sólo aparece cuando interviene Griezmann en una ecuación a la que le faltan muchos factores decisivos.
Todo eso lo repitió durante demasiado tiempo contra el Espanyol. Y no hay ninguna excusa. Ni la carga de partidos ni las lesiones ni el repliegue de su adversario ni nada que no le responsabilice a sí mismo, al planteamiento (o la elección del once, de nuevo con Joao Félix relegado al banquillo, como en diez de los últimos once choques) desde la caseta del técnico, a la ejecución sobre el campo de los jugadores o a la desaparición de mecanismos tan esenciales a él mismo que lo han transformado en un equipo del montón hoy en día.
Ni siquiera aclaró nada la expulsión por roja directa en el minuto 27 de Leandro Cabrera, que cometió una torpeza cuando intuyó y comprobó que Morata venía a toda velocidad. Se olvidó del balón, varió su trayectoria con el único fin de derribarle y todo quedó en evidencia para el árbitro, Pulido Santana, que lo mandó a la ducha de inmediato, porque era el último hombre entre él y el portero Lecomte, por muchos metros que quedarán para el duelo con el guardameta.
Ni por esas, el Atlético encontró el camino. Aparentó algo por las subidas por la banda izquierda de Reinildo Mandava, su mejor recurso ofensivo, en todo el viaje desde entonces hasta el descanso, jugó mucho más en campo rival por la mera inercia de su superioridad numérica y poco más, si acaso un par de tiros de Griezmann, hasta el remate de Llorente alto en la mejor oportunidad de todo el primer tiempo, cuyo origen fue Reinildo.
No hay mejor demostración que el gol que marcó de la nada, de un pase que controló orientado con el pecho y remachó con la izquierda y con el alma para batir a Lecomte, para hacer lo que no había podido hacer nadie antes y para agitar al equipo rojiblanco, que entonces sí se volcó, que entonces sí creyó en la victoria... Demasiado tarde.
MP