ESTADOS UNIDOS.- Con sus dos niños a través de 5 mil kilómetros de trayecto, Sandra, de origen hondureño, cruzó a los Estados Unidos, también en compañía de una adolescente de 16 años. Apenas se encontraban en el estado de Texas, cuando ella y sus pequeños fueron deportados.
Al respecto de la otra menor que los acompañaba, Sandra dijo que ya no supo qué pasó con ella, pero espera que haya logrado escapar de “la migra”.
Que Sandra haya arropado a la adolescente durante su recorrido hacia el norte, es una práctica cada vez más común entre los migrantes: miles de menores no acompañados se hacen pasar como familiares de mujeres que, últimamente, han estado viajando solas o con hijos. Es decir: los núcleos familiares simulados y el cada vez mayor cruce de mujeres en compañía de menores son las nuevas particularidades de la migración.
“Niñas y niños buscan cobijo con otros migrantes, y están viajando solos porque se les facilita cruzar la frontera y llevar un proceso de asilo en Estados Unidos”, dice Alfredo Villa, el director del albergue Nohemí Álvarez Quillay, donde el trabajo ha aumentado este año al 200 por ciento.
“A comparación de 2020, hemos recibido un 80 por ciento más de casos de menores no acompañados”.
Esta situación se da en el contexto del cambo en el discurso del gobierno estadunidense respecto a los menores migrantes.
En marzo, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden señaló que “la única gente a la que no vamos a dejar sentados allí, al otro lado del río Bravo, solos y sin ayuda, es a los niños”. Este fin de semana, la postura viró a un “no envíe a sus hijos, punto, están en peligro al hacer ese viaje de mil millas”.
Alfredo Villa cuenta que los menores no acompañados son “carne fresca” para el crimen organizado. “Andan solos en autobuses y eso es alarmante”.
Tan alarmante, que Olga Sánchez Cordero, la secretaria de Gobernación de México, reveló que, solo en marzo pasado, cerca de 18 mil niños no acompañados intentaron cruzar hacia Estados Unidos. Eso sin contar lo que la Unicef reportó en el primer trimestre de 2021: que el número de menores no acompañados pasó de 380 a 3 mil 500.
“En el caso de los niños mexicanos, son repatriados; en el caso de los niños extranjeros que son detectados, buscamos retornarlos a sus países de origen”, dice Villa.
Según datos oficiales, en 2018, mil 318 niños ingresaron en los albergues para menores no acompañados de Ciudad Juárez. En 2019, el número se incrementó a mil 510 niños. El año pasado, a causa de pandemia, bajó a 928. Sin embargo con el inicio del 2021 los flujos migratorios se incrementaron.
Lo que también bajó fue la cantidad de hombres, esos que se amontonaban en las caravanas que organizaron hace un par de años y donde, a base de fuerza, buscaban cruzar hacia Estados Unidos.
En los albergues de migrantes en Ciudad Juárez, que ahora están saturados, las autoridades locales calculan una mujer por cada dos niños. No hay estimación sobre hombre por cada menor, pero la ausencia de los varones migrantes es notaria.
Migrantes todos que a diario aterrizan en El Paso, en vuelos procedentes de Houston o de McAllen. Migrantes que, al final, son deportados a México. Como les sucedió a Sandra y a sus dos hijos. Originaria del departamento de Santa Bárbara, Sandra optó por pagar 9 mil dólares a un pollero en lugar de construir una modesta casa y quedarse en su país. Su sueño era llegar a Nueva York, pese a que eso significara correr el riesgo.
Allá residen su esposo Óscar y su hijo mayor. Ellos fueron quienes juntaron la plata y quienes se hicieron de préstamos para pagarle el pollero a Sandra y a los niños. La deportación no sólo ha truncado el sueño familiar. También les ha dejado una deuda casi impagable.
“Me dijeron que solo puedo permanecer siete días en el albergue. Que si quiero permanecer en México, me dan un permiso para buscar trabajo temporal. Pero yo creo que haré lo que hace la mayoría del centroamericano: volveré a intentar el cruce”, dice sentada en medio del albergue, que hoy registra a 255 niños acompañados por algún familiar.
Adelina, como Sandra, también es hondureña. Tiene tres meses de embarazo y así viajó con su hija Emeli Yasmín, de año y medio de edad. Como varias de sus compatriotas, no llega ni a los 25 años.
A las pocas horas de haber cruzado la frontera, fue arrestada por "la Migra". La trasladaron a un centro de detención donde no pasó ni un día.
“Recuerdo que nos llamaron como a las 11 de la noche para irnos a bañar, nos cambiaron de ropa y nos dijeron que la iban a lavar pero la hicieron perdidiza. Como a la 1:00 de la mañana, nos levantaron, según para buenas noticias, pero sólo nos tomaron fotos y nos llevaron en un autobús hasta un avión. Les preguntábamos si era deportación pero nos decían que no sabían nada”, cuenta Adelina desde la frustración.
Con lo que Adelina se topó al aterrizar fue con el puente internacional Reforma, puente que conecta El Paso con Ciudad Juárez.
Fueron recibidas por las autoridades migratorias mexicanas que lo primero que proporcionaron fueron servicios de higiene personal y un cubrebocas, además les realizaron pruebas de Covid-19 antes de determinar a qué albergue serían enviados. Aquellos migrantes que llegan enfermos o son sospechosos son enviados a un hotel filtro, auspiciado por organizaciones internacionales.
Hoy, ella y su hija duermen en el gimnasio Kiki Romero que, desde hace 20 días, habilitó el gobierno municipal como albergue ante el desbordamiento de migrantes deportados.
La pequeñita Emeli, al igual que los cientos de niños que duermen en el albergue son atendidos por un médico que les da tratamiento para atender las enfermedades respiratorias o estomacales con las que invariablemente llegan, debido a la mala calidad de los alimentos que consumieron desde que salieron de sus países de origen, hasta, en el peor de los casos, los días que pasaron sin comer y a la intemperie.
El gimnasio sostiene sus gastos, en buena medida, por donaciones de la población. Tiene capacidad para 400 personas. Hoy las canchas de basquetbol se han convertido en el área de juegos de decenas de niños y niñas que no entienden dónde están, ni lo que han tenido que enfrentar. Ellos juegan como si la realidad fuera ajena a sus sueños. Los peligros que han pasado y pasarán, es otra historia.
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