CABO FRÍO. — En un pequeño salón repleto de bananas, lechuga, papel higiénico y otros productos donados, Rejane Oliveira prepara cajas para más de 100 familias de su comunidad costera de Río de Janeiro que tratan de sobrellevar el brote de coronavirus.
La localidad, María Joaquina, es un “quilombo”, como se denomina a los barrios de descendientes de esclavos que se escaparon. A menudo tienen poco contacto con la vida urbana por más que estén en los suburbios de las ciudades y los visitantes de afuera pueden confundirlos con cualquier otro barrio.
Los productos son donados por organizaciones sin fines de lucro y por una empresa y están dirigidos a personas que viven momentos muy duros. Abundan los artesanos que no tienen forma de ganarse la vida al cerrar las ferias donde venden sus productos. Muchos trabajan en hoteles y fueron despedidos. Numerosas mujeres limpiaban casas y tampoco están trabajando por la pandemia.
La mayoría tratan de evitar ir a la ciudad, pero el virus de todos modos llegó al quilombo. Más de 30 personas resultaron infectadas, incluida Oliveira, quien habló con la Associated Press el 11 de julio, un par de días después de salir de su aislamiento.
“Nos abandonaron, se olvidaron de nosotros, no tenemos asistencia sanitaria”, dijo Oliveira, quien tiene 45 años y es representante de Río ante la Coordinación Nacional de Comunidades Rurales Negras Quilombolas).
Brasil fue el último país del hemisferio occidental que abolió la esclavitud, en 1888. Las comunidades de antiguos esclavos sobrevivieron y tuvieron que esperar un siglo para que una nueva constitución reconociese por primera vez su derecho a las tierras que ocuparon.
Los descendientes tratan de mantener vivas las tradiciones de sus antepasados y en julio los residentes de María Joaquina tradicionalmente conmemoran la certificación del quilombo por parte del gobierno.
Pero la pandemia los ha obligado a usar tapabocas y a encerrarse en sus casas, indicó Oliveira en el patio de la casa de un familiar. Un espectáculo de bailes y un torneo de fútbol programados para este mes fueron cancelados.
Oliveira dijo que beben tés tradicionales hechos con hojas de varios frutales, ajo y una hierba llamada boldo.
“Todos usan las hierbas, hasta los chicos”, comentó. “De no haber conservado algunas de las hierbas que teníamos, habríamos muerto”.
Para facilitar la entrega de ayuda del gobierno, el organismo nacional de estadísticas difundió en abril un estimado de cuántos quilombos existen en todo el país --unos 6 mil-- y su ubicación.
La cantidad de personas que viven en ellos no está clara. La dependencia se proponía contarlas por primera vez en el censo del 2020, pero la pandemia obligó a suspenderlo hasta el año que viene.
La asociación de quilombos, no obstante, estudia el impacto de la pandemia en estas comunidades junto con el Instituto Socio-Ambiental, una organización que vela por los intereses del medio ambiente y de los indígenas. Contaron 3 mil 465 contagios y 136 muertes.
En el vecino quilombo de Rasa, miembros de la comunidad recibieron donaciones privadas de alimentos, desinfectantes de manos y ayuda gubernamental.
“Vino un equipo médico y les hicieron pruebas a todos; hemos recibido ayuda”, expresó Reginalda Oliveira, prima de Rejane. Reginalda, de 41 años, dijo que no se queja de la respuesta del gobierno, pero que siente que ha perdido el rumbo tras la muerte de su madre por el COVID-19.
“Con ella se fue una parte de mí”, manifestó.
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CABO FRÍO. — En un pequeño salón repleto de bananas, lechuga, papel higiénico y otros productos donados, Rejane Oliveira prepara cajas para más de 100 familias de su comunidad costera de Río de Janeiro que tratan de sobrellevar el brote de coronavirus.
La localidad, María Joaquina, es un “quilombo”, como se denomina a los barrios de descendientes de esclavos que se escaparon. A menudo tienen poco contacto con la vida urbana por más que estén en los suburbios de las ciudades y los visitantes de afuera pueden confundirlos con cualquier otro barrio.
Los productos son donados por organizaciones sin fines de lucro y por una empresa y están dirigidos a personas que viven momentos muy duros. Abundan los artesanos que no tienen forma de ganarse la vida al cerrar las ferias donde venden sus productos. Muchos trabajan en hoteles y fueron despedidos. Numerosas mujeres limpiaban casas y tampoco están trabajando por la pandemia.
La mayoría tratan de evitar ir a la ciudad, pero el virus de todos modos llegó al quilombo. Más de 30 personas resultaron infectadas, incluida Oliveira, quien habló con la Associated Press el 11 de julio, un par de días después de salir de su aislamiento.
“Nos abandonaron, se olvidaron de nosotros, no tenemos asistencia sanitaria”, dijo Oliveira, quien tiene 45 años y es representante de Río ante la Coordinación Nacional de Comunidades Rurales Negras Quilombolas).
Brasil fue el último país del hemisferio occidental que abolió la esclavitud, en 1888. Las comunidades de antiguos esclavos sobrevivieron y tuvieron que esperar un siglo para que una nueva constitución reconociese por primera vez su derecho a las tierras que ocuparon.
Los descendientes tratan de mantener vivas las tradiciones de sus antepasados y en julio los residentes de María Joaquina tradicionalmente conmemoran la certificación del quilombo por parte del gobierno.
Pero la pandemia los ha obligado a usar tapabocas y a encerrarse en sus casas, indicó Oliveira en el patio de la casa de un familiar. Un espectáculo de bailes y un torneo de fútbol programados para este mes fueron cancelados.
Oliveira dijo que beben tés tradicionales hechos con hojas de varios frutales, ajo y una hierba llamada boldo.
“Todos usan las hierbas, hasta los chicos”, comentó. “De no haber conservado algunas de las hierbas que teníamos, habríamos muerto”.
Para facilitar la entrega de ayuda del gobierno, el organismo nacional de estadísticas difundió en abril un estimado de cuántos quilombos existen en todo el país --unos 6 mil-- y su ubicación.
La cantidad de personas que viven en ellos no está clara. La dependencia se proponía contarlas por primera vez en el censo del 2020, pero la pandemia obligó a suspenderlo hasta el año que viene.
La asociación de quilombos, no obstante, estudia el impacto de la pandemia en estas comunidades junto con el Instituto Socio-Ambiental, una organización que vela por los intereses del medio ambiente y de los indígenas. Contaron 3 mil 465 contagios y 136 muertes.
En el vecino quilombo de Rasa, miembros de la comunidad recibieron donaciones privadas de alimentos, desinfectantes de manos y ayuda gubernamental.
“Vino un equipo médico y les hicieron pruebas a todos; hemos recibido ayuda”, expresó Reginalda Oliveira, prima de Rejane. Reginalda, de 41 años, dijo que no se queja de la respuesta del gobierno, pero que siente que ha perdido el rumbo tras la muerte de su madre por el COVID-19.
“Con ella se fue una parte de mí”, manifestó.
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