LIMA. — La vendedora de caramelos Juana Ruiz se siente impotente de no poder lavarse las manos con frecuencia por la falta de agua potable en su casa cercana a un cementerio en Lima, en tiempos que la pandemia del nuevo coronavirus avanza imparable por el hemisferio occidental.
“Le pido a Dios que no venga aquí esa enfermedad”, dijo la viuda de 64 años estrujando sus manos delgadas al lado de tres bidones de agua que compra cada cuatro días y donde almacena 120 litros. ¿Cómo me lavo las manos a cada rato si no alcanza el agua?”, comentó al recordar que funcionarios sanitarios recomiendan por radio y televisión lavarse las manos con frecuencia durante 20 segundos.
Ruiz, que vive muy cerca del cementerio más grande de Perú, no tiene agua potable al igual que ocho millones de peruanos. El líquido le cuesta entre tres y diez veces más a los pobres como ella que viven en las colinas desérticas limeñas que a quienes poseen agua potable en las zonas bajas.
Ha protestado durante 25 años como miles de vecinos exigiendo agua potable, pero todos los gobiernos la han ignorado. La última vez que salió a marchar en 2016, recibió una paliza por parte de la policía que custodiaba el Congreso del país.
El consumo diario de Ruiz para todas sus actividades -que incluyen lavar, cocinar y asearse- ni siquiera alcanza el mínimo de 100 litros diarios recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
En América Latina alrededor de 25 millones de personas no tienen acceso a un servicio de agua potable gestionado de manera segura, según un informe de Naciones Unidas de 2019.
El infectólogo Ciro Maguiña, profesor de medicina en la universidad peruana Cayetano Heredia, dijo que la llegada del coronavirus “sacó a luz los problemas que vivimos permanentemente en América Latina que requieren soluciones, como planes nacionales de agua, desagüe y de higiene”.
“En los últimos 40 años en mi país, Perú, no se ha invertido de manera seria en agua potable ni desagüe”, añadió Maguiña. Resaltó que la falta del líquido también ha incidido en la propagación del dengue debido a las malas prácticas de almacenamiento de agua en las zonas donde no es potable.
Mirando el gigantesco cementerio limeño, a un tiro de piedra de su casa, el albañil Carlos Ramos dijo que las autoridades peruanas no tienen idea de “la vida dura” en las colinas de Lima.
Relató que reutilizan hasta la última gota. Primero lavan la ropa, luego usan el mismo líquido para limpiar los baños o regar los exteriores de las casas de madera. En el invierno incluso el agua de la llovizna se usa para cocinar un día después de echarle una copita de hipoclorito de sodio.
A través de la radio, Ramos, de 50 años, se ha enterado de cómo el nuevo coronavirus avanza a paso rápido dejando hasta el momento 137 mil infectados y 5 mil muertos en todo el mundo. La iglesia de su distrito tiene el primer caso grave de un sacerdote católico enfermo de coronavirus.
cog
LIMA. — La vendedora de caramelos Juana Ruiz se siente impotente de no poder lavarse las manos con frecuencia por la falta de agua potable en su casa cercana a un cementerio en Lima, en tiempos que la pandemia del nuevo coronavirus avanza imparable por el hemisferio occidental.
“Le pido a Dios que no venga aquí esa enfermedad”, dijo la viuda de 64 años estrujando sus manos delgadas al lado de tres bidones de agua que compra cada cuatro días y donde almacena 120 litros. ¿Cómo me lavo las manos a cada rato si no alcanza el agua?”, comentó al recordar que funcionarios sanitarios recomiendan por radio y televisión lavarse las manos con frecuencia durante 20 segundos.
Ruiz, que vive muy cerca del cementerio más grande de Perú, no tiene agua potable al igual que ocho millones de peruanos. El líquido le cuesta entre tres y diez veces más a los pobres como ella que viven en las colinas desérticas limeñas que a quienes poseen agua potable en las zonas bajas.
Ha protestado durante 25 años como miles de vecinos exigiendo agua potable, pero todos los gobiernos la han ignorado. La última vez que salió a marchar en 2016, recibió una paliza por parte de la policía que custodiaba el Congreso del país.
El consumo diario de Ruiz para todas sus actividades -que incluyen lavar, cocinar y asearse- ni siquiera alcanza el mínimo de 100 litros diarios recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
En América Latina alrededor de 25 millones de personas no tienen acceso a un servicio de agua potable gestionado de manera segura, según un informe de Naciones Unidas de 2019.
El infectólogo Ciro Maguiña, profesor de medicina en la universidad peruana Cayetano Heredia, dijo que la llegada del coronavirus “sacó a luz los problemas que vivimos permanentemente en América Latina que requieren soluciones, como planes nacionales de agua, desagüe y de higiene”.
“En los últimos 40 años en mi país, Perú, no se ha invertido de manera seria en agua potable ni desagüe”, añadió Maguiña. Resaltó que la falta del líquido también ha incidido en la propagación del dengue debido a las malas prácticas de almacenamiento de agua en las zonas donde no es potable.
Mirando el gigantesco cementerio limeño, a un tiro de piedra de su casa, el albañil Carlos Ramos dijo que las autoridades peruanas no tienen idea de “la vida dura” en las colinas de Lima.
Relató que reutilizan hasta la última gota. Primero lavan la ropa, luego usan el mismo líquido para limpiar los baños o regar los exteriores de las casas de madera. En el invierno incluso el agua de la llovizna se usa para cocinar un día después de echarle una copita de hipoclorito de sodio.
A través de la radio, Ramos, de 50 años, se ha enterado de cómo el nuevo coronavirus avanza a paso rápido dejando hasta el momento 137 mil infectados y 5 mil muertos en todo el mundo. La iglesia de su distrito tiene el primer caso grave de un sacerdote católico enfermo de coronavirus.
cog