En medio de un estado de sitio no decretado, con policías y paramilitares que registran vehículos, roban celulares, disparan a los jóvenes o los sacan violentamente de sus casas, Nicaragua parece inmersa en una pesadilla de la que no se salvan niños, mujeres ni periodistas.
“Tampoco los sacerdotes”, dice el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, quien resultó herido en un inédito ataque de activistas del gobierno que el pasado 9 de julio irrumpieron en la basílica de la ciudad de Diriamba, al sur de Managua, para agredir a una comisión religiosa.
El suceso fue registrado por una batería de periodistas y aunque los encapuchados robaron varias cámaras de televisión, la noticia le dio la vuelta al mundo. En el Vaticano causó consternación, ya que la turba atacó también al cardenal Leopoldo Brenes y al nuncio Waldemar Sommertag.
“Fue inesperado, algo que nunca habíamos visto en Nicaragua”, afirma Báez, considerado la voz más crítica de la Iglesia frente al presidente nicaragüense, Daniel Ortega, y uno de los obispos mediadores en el diálogo nacional, virtualmente estancado, entre el gobierno y la opositora Alianza Cívica.
Los religiosos fueron a Diriamba a rescatar sacerdotes y civiles sitiados por oficialistas. Insultos, empujones, puñetazos y una herida de arma blanca en el antebrazo de Báez fueron el resultado del ataque.
El papa Francisco “está perfectamente informado de lo que pasó y de lo que ocurre en Nicaragua”, dice Báez, al referirse a la aguda crisis, la más grave de los últimos 40 años, que en menos de tres meses ha dejado más de 300 muertos.
El obispo rechaza las teorías que atribuyen la crisis del país a un complot externo o a una confabulación “de la derecha” para desestabilizar a Ortega, que gobernó por primera vez entre 1985 y 1990, retornó al poder en 2007 y fue reelegido en 2011 y 2016.
“En Nicaragua hay un Estado armado que aplica una política de terror contra a un pueblo desarmado que simplemente se manifiesta pacíficamente”, refuta Báez.
“En Nicaragua no hay una guerra, sino una masacre perpetrada en distintos sitios, una persecución contra jóvenes con listas de nombres en mano, para detenerlos arbitrariamente, para hacerlos desaparecer e incluso para ejecutarlos.
”Su juicio sobre el presidente, un ex guerrillero de 72 años, es implacable: “Daniel Ortega es un hombre sediento de dinero y hambriento de poder, que no conoce más lenguaje que el de la conspiración, el cinismo y desgraciadamente la violencia.
“Aquí se sumó una tradición histórica del poder ejercido como patrimonio personal, fraudes electorales, corrupción gubernamental y caudillismo mesiánico”, señala Báez. A eso se sumó una millonaria ayuda de Venezuela “que no fue directamente al Estado de Nicaragua, sino a la familia Ortega y sus más allegados”, afirma.
Según Báez, desde los tiempos de la revolución sandinista (1979-1990) el Frente Sandinista tuvo una relación de “amor-odio” con la Iglesia católica. Y si bien Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, saturan sus discursos de retórica religiosa, los sacerdotes, dice el obispo, “siempre fuimos una presencia incómoda”.
Tras algunos años en relativa calma, las tensiones aumentaron cuando en el diálogo la conferencia episcopal aprobó la discusión de una “ruta hacia la democratización”, presentada por la coalición opositora en mayo pasado para buscar una salida a la crisis.
La propuesta supone el adelanto de las elecciones de 2021 y la salida de Ortega del poder. El gobierno rechazó lo que llamó “intento de golpe de Estado” y los medios oficialistas ya comenzaron a involucrar a la Iglesia católica en la trama.
Lejos de amedrentarse por el ataque, los obispos anunciaron que seguirán mediando en el diálogo. “Asumimos una actitud de perdón, de no violencia y con la gran fortaleza de decir: seguimos adelante. La Iglesia sigue en el camino pacífico y seguirá al lado de la gente”, dijo Báez.
“Seguimos apostando por un diálogo que aparentemente no ha dado grandes frutos, pero creemos que es un triunfo de la razón el solo hecho de sentar a un gobierno irracional frente a una mesa”, opina el sacerdote de la orden carmelita, de 60 años de edad, exégeta y doctor en Sagradas Escrituras.
“Seguimos adelante con el diálogo y apostando por el camino pacífico y la solución constitucional, porque creemos que lo violento no es duradero”, señaló Báez, aunque admite que la situación parece ser cada día más grave “y no se vislumbran soluciones de corto plazo”.