CIUDAD DEL VATICANO.- Francisco despidió hoy el 2018 con una ceremonia de acción de gracias en la Basílica de San Pedro durante la cual recordó a las personas que, aún en este año que concluye, viven en situaciones de esclavitud e indignas de personas humanas.
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Poco antes de las 17:00 horas local (16:00 GMT), el Papa inició la celebración del rezo de las primeras vísperas en la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, durante la cual se cantó el tradicional himno litúrgico del “Te deum”, como conclusión del año civil.
Ante cardenales, obispos, sacerdotes, diplomáticos, invitados especiales y fieles en general, reflexionó sobre el periodo de Navidad y aseguró que el nacimiento de Jesús significó “la plenitud de los tiempos”, porque aquel niño llegaría a desatar una “fuerza sin precedentes” 33 años después.
Esa fuerza, explicó, “se llama amor” y da sentido a todo, incluso al tiempo. Jesús, insistió, es el “concentrado” de todo el amor que puede depositar Dios en un solo ser humano.
Entonces instó a detenerse para reflexionar -con dolor y arrepentimiento- porque, también en este año que llega a su fin, muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de esclavitud, indignas de personas humanas.
Un fenómeno que, siguió, también ocurre en la ciudad de Roma donde hay hermanos y hermanas que, por distintos motivos, se encuentran en esta situación.
“También Jesús nació en una condición análoga, pero no por casualidad o por accidente: quiso nacer de esa manera para manifestar el amor de Dios por los pequeños y los pobres, y lanzar así la semilla del reino de Dios en el mundo. Reino de justicia, de amor y de paz, donde nadie es esclavo, sino todos hermanos, hijos del único padre”, estableció.
Continuó asegurando que la Iglesia de Roma no quiere ser indiferente a las esclavitudes del tiempo actual, ni simplemente observarlas y socorrerlas, sino que quiere estar dentro de esa realidad, cercana a esas personas y a esas situaciones.
Por eso, al celebrar la divina maternidad de la Virgen María, animó a que la Iglesia practique esa forma de maternidad. Porque, contemplando este misterio, se puede reconocer que Dios “ha nacido de una mujer” para que todos puedan recibir la plenitud de la propia humanidad.
“Por su anonadamiento hemos sido exaltados. De su pequeñez ha venido nuestra grandeza. De su fragilidad, nuestra fuerza. De su hacerse siervo, nuestra libertad. ¿Cómo llamar a todo esto, sino amor?”, afirmó.
CS