Era lo que hacían los familiares que se acercaban a la morgue creada por la policía de Palu en una callejuela de la localidad. Algunos no podían resistir ese repugnante tufo. Se veían obligados a escupir o a contener la respiración.
El espanto también se puede resumir con una visión. Los agentes habían alineado casi una treintena de cuerpos sobre el asfalto. Los que alguna vez fueron personas, ahora son cuerpos hinchados, ennegrecidos y deformes. Manos petrificadas y cuerpos hinchados a punto de estallar sobresalen de las bolsas de vivos colores.
Albert Logianwg se protegía el rostro con un pañuelo. El joven de 22 años buscaba a su madre, Susan Gosal, de 50, que desapareció cuando su casa fue arrasada por el tsunami tras el sismo que golpeó la comunidad donde vivían .
"Vivía con mi padrastro, que también está desaparecido. La casa quedó aplastada y allí no hay nadie. En estos días hemos visitado dos hospitales y ayer me llamó la policía. Tienen aquí muchos cadáveres sin identificar y pensaban que alguno podía ser el mío. Pero no está", comentó Logianwg mientras abandonaba el lugar con el rostro entristecido.
Otros residentes de la zona explicaron que tuvieron que desalojar el lugar cuando los uniformados comenzaron a acumular entre las viviendas los muertos.
"Es insoportable, no se puede respirar", citó uno de los vecinos del lugar, mientras se marchaba del lugar tras recuperar algunas de sus pertenencias de su domicilio, o de lo que quedó de él.
El estremecedor panorama que se apreciaba en el improvisado depósito de cadáveres tan sólo era un compendio de la catástrofe que sacudido a esta metrópoli al norte de las Islas Célebes, que a cuatro días de la tragedia sigue lidiando con una situación caótica.