LIMA.- Los sepultureros resoplaban mientras subían una colina cubierta de niebla cargando un cuerpo en el más extenso cementerio de Perú, adonde se entierran los muertos por el nuevo coronavirus.
Era el tercer muerto por COVID-19 en la familia Juárez: Flavio, de 50 años. El cortejo era acompañado por boleros grabados por Aníbal, de 56, quien dejó de existir a inicios de mayo, días después del deceso de Marco, el hermano mayor, de 68 años.
En Perú han comenzado a registrarse muertes múltiples en una misma familia. Esta semana el país comenzó a sumar más de 150 muertos por día y hasta el miércoles los decesos totalizaban 3 mil 983. Según la Organización Mundial de la Salud, Sudamérica es el nuevo epicentro de la pandemia.
Con enorme esfuerzo, cinco sepultureros llevaron el cadáver de Flavio hasta su tumba. Su hermano Anthony, un árbitro de fútbol acostumbrado a controlar sus emociones, dijo al borde de las lágrimas: "por la personalidad que tengo trato de ser fuerte, pero es difícil".
A unos 100 metros, un arpa melancólica acompañaba con música andina a Gregoria Zumaeta, de 44 años, quien enterraba a sus dos hermanos: Jorge, de 50, y Miguel, de 54. El ama de casa lloraba y bebía una cerveza en honor a los dos hombres que fueron "como mis padres cuando era niña".
"Ya no sufren", dijo Gregoria al recordar a sus hermanos, dos obreros de la construcción que junto a ella y miles de peruanos migraron desde los Andes y la Amazonia en la década de 1980 durante la crisis económica y la violencia del grupo terrorista Sendero Luminoso.
En otro extremo, el vigilante privado Orlando Huallpatuero enterraba a su madre Damiana Roque, de 87, y a su hermano Rómulo, de 53. Ambos fallecieron con dos días de diferencia. "Ya pierdo a dos, ya no más", dijo Orlando tras colocar velas junto a las cruces de sus seres queridos.
Los muertos por coronavirus son enterrados en las laderas de las colinas más apartadas del apretujado cementerio Virgen de Lourdes de 60 hectáreas -popularmente conocido como Nueva Esperanza por el barrio en el que se ubica- donde descansan los peruanos con raíces andinas y amazónicas a un costo de unos 870 dólares.
En abril las leyes sanitarias se modificaron por la pandemia y permitieron que los deudos puedan optar por incinerar el cuerpo o inhumarlo. Algunos entierros son solitarios, pero otros llegan a convocar hasta un par de decenas de asistentes.
En Perú el contagio se ha acelerado y los nuevos casos diarios se cuentan por miles. Hasta el miércoles había 135 mil 905 infectados en total de los cuales 6 mil 154 habían sido detectados en sólo 24 horas.
"Todos nos estamos muriendo demasiado rápido", dijo Orlando al llegar a la puerta principal del cementerio con los zapatos llenos de polvo tras enterrar a su madre y su hermano.
dezr
LIMA.- Los sepultureros resoplaban mientras subían una colina cubierta de niebla cargando un cuerpo en el más extenso cementerio de Perú, adonde se entierran los muertos por el nuevo coronavirus.
Era el tercer muerto por COVID-19 en la familia Juárez: Flavio, de 50 años. El cortejo era acompañado por boleros grabados por Aníbal, de 56, quien dejó de existir a inicios de mayo, días después del deceso de Marco, el hermano mayor, de 68 años.
En Perú han comenzado a registrarse muertes múltiples en una misma familia. Esta semana el país comenzó a sumar más de 150 muertos por día y hasta el miércoles los decesos totalizaban 3 mil 983. Según la Organización Mundial de la Salud, Sudamérica es el nuevo epicentro de la pandemia.
Con enorme esfuerzo, cinco sepultureros llevaron el cadáver de Flavio hasta su tumba. Su hermano Anthony, un árbitro de fútbol acostumbrado a controlar sus emociones, dijo al borde de las lágrimas: "por la personalidad que tengo trato de ser fuerte, pero es difícil".
A unos 100 metros, un arpa melancólica acompañaba con música andina a Gregoria Zumaeta, de 44 años, quien enterraba a sus dos hermanos: Jorge, de 50, y Miguel, de 54. El ama de casa lloraba y bebía una cerveza en honor a los dos hombres que fueron "como mis padres cuando era niña".
"Ya no sufren", dijo Gregoria al recordar a sus hermanos, dos obreros de la construcción que junto a ella y miles de peruanos migraron desde los Andes y la Amazonia en la década de 1980 durante la crisis económica y la violencia del grupo terrorista Sendero Luminoso.
En otro extremo, el vigilante privado Orlando Huallpatuero enterraba a su madre Damiana Roque, de 87, y a su hermano Rómulo, de 53. Ambos fallecieron con dos días de diferencia. "Ya pierdo a dos, ya no más", dijo Orlando tras colocar velas junto a las cruces de sus seres queridos.
Los muertos por coronavirus son enterrados en las laderas de las colinas más apartadas del apretujado cementerio Virgen de Lourdes de 60 hectáreas -popularmente conocido como Nueva Esperanza por el barrio en el que se ubica- donde descansan los peruanos con raíces andinas y amazónicas a un costo de unos 870 dólares.
En abril las leyes sanitarias se modificaron por la pandemia y permitieron que los deudos puedan optar por incinerar el cuerpo o inhumarlo. Algunos entierros son solitarios, pero otros llegan a convocar hasta un par de decenas de asistentes.
En Perú el contagio se ha acelerado y los nuevos casos diarios se cuentan por miles. Hasta el miércoles había 135 mil 905 infectados en total de los cuales 6 mil 154 habían sido detectados en sólo 24 horas.
"Todos nos estamos muriendo demasiado rápido", dijo Orlando al llegar a la puerta principal del cementerio con los zapatos llenos de polvo tras enterrar a su madre y su hermano.
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