MONTERREY.- Quizá la fecha más significativa tanto para el regiomontano Clemente Sánchez como para todos los mexicanos que seguían su trayectoria fue aquel 19 de mayo de 1972.
Fue precisamente el día en que el boxeador nuevoleonés, ante el asombro de propios y extraños, obtuvo el campeonato mundial de peso pluma.
Bastaron dos rounds para vencer por nocaut técnico al que fuera el campeón mundial Kuniaki Shibata. La pelea se realizó en Tokio, Japón.
Clemente no era el favorito, pero en esa pelea demostró ser el 1-2 más perfecto del boxeo. Todos los mexicanos, incluyendo al presidente Luis Echeverría, festejaban el rotundo triunfo.
Era un ídolo. Había derrotado de manera contundente y humillante, precisamente al japonés que un año antes le quitara la corona a Vicente Saldívar, otro ídolo del boxeo.
Por ser regiomontano, en todo el estado lo idolatraban. Era un ejemplo a seguir. Orgullosos presumíamos a nuestro campeón.
El inolvidable cubano Mantequilla Nápoles, otro grande de los cuadriláteros, llegó a decir que Clemente era el mejor boxeador que había visto en México.
Desafortunadamente el nuevo campeón mundial no pudo encumbrarse más por su indisciplina y por su rebeldía que nunca pudo controlar.
Clemente Sánchez nació el 9 de julio de 1947, en Monterrey, en la colonia Industrial. Desde chico fue muy peleonero. Tanto en su escuela como en el barrio a menudo se liaba a golpes.
Su padre don Horacio Sánchez, quien también se había puesto los guantes en su juventud, al ver que no podía reprender a su hijo, decidió impulsarlo al duro deporte del boxeo.
Desde los 13 años su padre lo llevó al gimnasio. Cuando cursaba la preparatoria se puso en manos del entrenador local Jesús Espinosa, "La Pipa".
Debutó a los 16 años en el torneo de los Guantes de Oro. Tenía tan buen punch que a todos sus oponentes los derrotó por nocaut en los primeros rounds.
Sin embargo, por su indisciplina tenía muchos problemas con sus managers. Se negaba a llevar una dieta balanceada y comía hasta hartarse.
Después de varios triunfos en peleas locales, cuando tenía 20 años tuvo su prueba de fuego al enfrentarse con el ex campeón mundial ligero Ricardo Arredondo. Lo venció por nocaut. Tenía madera de campeón.
En el mismo año 1967 se enfrentó con el tamaulipeco Rogelio Lara. Perdió. Su derrota decepcionó a muchos.
Para sacarse la espina se dedicó a entrenar. En los siguientes dos años derrotó a varios boxeadores, entre ellos a Germán Bastidas, quien había vencido a Rubén Olivares.
Por sus denotados triunfos fue señalado para enfrentarse a Vicente Saldívar, pero el "Zurdo de Oro" le negó la oportunidad.
La suerte le fue abriendo camino. Poco después su apoderado logró que su pupilo peleara con el campeón Shibata, a quien derrotó en el segundo round.
El triunfo lo ensoberbeció. Se dio la gran vida con comilonas, muchas parrandas y poco entrenamiento.
Su indisciplina le pasó su factura: en su primera pelea como campeón se iba a enfrentar contra el cubano José Legra, en la Plaza de Toros de Monterrey.
Pero por no dar el peso perdió la corona en la báscula, sin embargo, la pelea se llevó a cabo.
Clemente subió al ring solo para hacer el ridículo. El cubano lo tiró varias veces. Casi no se podía sostener. El réferi paró la pelea en el décimo round. Fue una derrota vergonzosa.
Pudo hacer una carrera exitosa, ganar millones. Lo máximo que ganó fueron 10 mil dólares cuando peleó en Tokio.
Dos años después, en 1974, regresó a los pesos ligeros, obtuvo cuatro victorias. En 1975 sufrió su última derrota. Colgó los guantes.
Se dedicó a los negocios. Puso una cantina y empezó a vivir de los recuerdos. Aunque para esos tiempos ya estaba casado, le daba más importancia a los amigos y a las parrandas.
Clemente tuvo muchos problemas a causa de su agresivo carácter. Pero como sabía pelear muchos le temían.
Quizá por su altanería y prepotencia, el destino le hizo una mala jugada. Fue la noche del 24 de diciembre de 1978, cuando Clemente luego de haber bebido con sus amigos regresó a su cantina, en el centro de la ciudad.
Pasada la medianoche decidió ir a su casa a pasar la Nochebuena con su familia. Lo acompañaba otro de sus amigos.
Completamente ebrio abordó su auto sin placas. Sin encender las luces comenzó a manejar. Al circular por la avenida Colón estuvo a punto de chocar con otro auto.
Aunque Clemente era culpable, se enfureció. Lo hostigó con el claxon y lo siguió por varias calles. El conductor, quien iba con su esposa embarazada y su hijito de cuatro años, temeroso aceleró.
Cuando llegó al cruce de Colón y Cuauhtémoc le tocó el alto. Fue cuando vio que los dos hombres que lo perseguían bajaban de su auto. Trataron de abrir las puertas de su coche.
Aunque asustado reconoció que uno de sus agresores era Clemente Sánchez. Aterrado, el conductor sacó de su guantera una pistola calibre 38.
Sin pensarlo le disparó en el tórax. Clemente cayó sin vida. El conductor huyó. Un día después de Navidad, los periódicos y noticieros de radio dieron la fatal noticia.
Clemente había sido asesinado por un incidente vial. Ese mismo día, cuando se festejaba la Navidad, el agresor se entregó a la Policía.
Se identificó como Carlos Rodríguez Treviño, jefe de personal de la empresa Fabricación de Máquinas. Con detalles narró el motivo de la tragedia.
Estuvo preso poco tiempo. Alegó defensa propia. La viuda luchó para que castigaran al asesino de su esposo. Nada logró.
Clemente perdió la vida cuando apenas tenía 31 años. Por su rebeldía e indisciplina solo pudo ser un ídolo de barro, pero pese a todo, las generaciones que lo vieron pelear, aún recuerdan con cariño al gran campeón regiomontano.A 41 años de su trágica partida, Clemente es un ejemplo de que lo importante no es llegar a la cima, sino mantenerse. Tenía la fuerza en los puños... le faltaron la disciplina y la constancia.
RAÚL MARTÍNEZ
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