De ello da cuenta Darío Arizmendi en su libro “Gabo no contado”, publicado por Aguilar a los pocos meses de la muerte del autor, en el que hace un retrato íntimo de su colega y amigo, compartiendo momentos vividos dentro de su primer círculo de amistades.
En esa suma de crónicas, entrevistas, notas personales, fotografías inéditas y recuerdos de Arizmendi, se lee que el escritor, periodista y guionista de cine no le tenía miedo a la muerte sino, según sus propias palabras, a la inconciencia y a la oscuridad.
Decía, por ejemplo, que su miedo a volar era como la de Woody Allen, debido a que el vuelo no dependía de él, sino de las habilidades de un tercero, o al capricho del tiempo, en concreto, decía, a lo que le temía era a la incertidumbre.
Quizá por eso y para no compartir esa incertidumbre con los demás, el hijo predilecto de Aracataca prefirió mantener ocultas sus dolencias, desde el mismo 1992, cuando estando en París se sintió mal y haciéndose revisar en Colombia se le detectó un tumor en el pulmón, del cual se operó en secreto.