MONTERREY.- Antes de recibirse como abogada, Raquenel Villanueva ya era una joven decidida, valiente y un poco atrabancada. Le molestaban las injusticias y la prepotencia de los "poderosos".
Fue por eso que cuando era secretaria en la dirección de catastro de la Tesorería del gobierno del estado nunca se dejó sobajar por los jefes ni por nadie.
Cierto era que en esos tiempos no poseía ningún título profesional, pero era una secretaria diestra, disciplinada y muy responsable en su labor.
Silvia Raquenel Villanueva Fraustro nació en junio de 1953, en Saltillo, Coahuila. Fue la segunda de seis hermanos. Su padre era empleado del Banco Rural del Golfo.
Pese a que había algunas carencias en su hogar, Raquenel soñaba estudiar para química. Fue por eso que convenció a sus padres de que se vinieran a vivir a Monterrey.
Su deseo era terminar la preparatoria, pero tuvo muchas dificultades para ser aceptada. Le daban preferencia a los estudiantes locales.
Otros de los obstáculos que tuvo fue que había carencias en su casa. Con tristeza se olvidó de ser profesionista y estudió para secretaria en una academia. Se convirtió en burócrata.
Cuando cumplió los 20 años, junto con otras compañeras de la Tesorería se unieron para exigir sus derechos. Hicieron un paro. Exigieron al gobierno de Pedro Zorrilla mejores prestaciones.
Requerían aumento de salario, semana inglesa y que respetaran sus derechos laborales. Fue tal el caos que ocasionó el paro, que el gobernador tuvo que acceder a todas las peticiones.
Raquenel fue felicitada por todos sus compañeros y sin proponérselo, se convirtió en la líder de la oficina.
Tiempo después cuando ya era gobernador Alfonso Martínez Domínguez, Raquenel se enteró que por orden del mandatario estatal se había creado un fondo para apoyar en sus estudios a los burócratas.
Raquenel emocionada acudió al sindicato. Expuso sus deseos de estudiar. Le brindaron la ayuda. A sus 21 años terminó la preparatoria.
No le importaban los desvelos, para ella no era ningún sacrificio estudiar y trabajar. Fue entonces cuando se vio en la disyuntiva: química o abogada.
No tuvo que pensarlo mucho e ingresó a la Facultad de Derecho en la UANL. No le fue fácil, sin embargo, venció todos los obstáculos. A los 29 años se recibió de abogada.
Con el título en sus manos, nuevas perspectivas se abrieron en su camino. Su mente cambió. Ya tenía armas para luchar contra las injusticias.
En 1982 dejó su escritorio de empleada en la Tesorería y se convirtió en actuaria en la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León.
Pero al verse nuevamente en un escritorio con jefes que le daban órdenes, vislumbró otro panorama, renunció y puso su despacho.
Bastó poco tiempo para ser conocida en los juzgados. Llevaba los casos con tanto ímpetu y furor que muchas personas renunciaban a sus abogados y la buscaban a ella.
Era una guerrera, para ella no había casos difíciles. Aunque al inicio de su carrera, la mayoría de los asuntos eran divorcios, extorsiones, intestados, amenazas y siempre salía avante.
Tanta fue su fama de temeraria, que otra clase de clientes comenzaron a solicitar sus servicios: delincuentes, defraudadores, violadores y homicidas.
Aquellas defensas le redituaban mejores ganancias. Su vida cambió; un despacho más grande con secretarias y pasantes de Derecho. También en su entorno familiar hubo notorios cambios.
Era incansable. No rechazaba ninguna defensa, aun sabiendo que sus clientes en turno eran infractores que debían ser castigados, ella los defendía, pero el precio era sustancial.
Cada caso que ganaba, más se ensoberbecía. Se volvió más astuta. Se mostraba ante jueces y autoridades de manera agresiva y belicosa.
No respetaba, gritaba, se enfurecía y con arbitrariedad les aventaba los legajos y les señalaba sus errores que con dolosa habilidad elaboraba.
Se jactaba de sus éxitos que muchas veces sin razón ganaba. Se volvió más mordaz, al grado que en los juzgados le temían más por irrespetuosa que por su profesionalismo.
Raquenel se dio cuenta que el mostrarse explosiva y agresiva le beneficiaba. Por su osado comportamiento en sus diligencias salía victoriosa.
Era incansable, junto con sus empleados trabajaban hasta altas horas de la noche. Sus clientes sabían que aun siendo culpables, si Raquenel los defendía, librarían el castigo que merecían.
Cuando apenas tenía seis años de ejercer, su fama como abogada de casos imposibles la condujo a tener clientes de otros estados del país. Todos muy peligrosos.
Aunque sabía que jugaba con fuego, se arriesgó a llevar la defensa de narcotraficantes, extorsionadores y hasta ex jefes policiacos acusados de tener nexos con la delincuencia.A finales del 1989 se embarazó. Siguió trabajando hasta el 16 de agosto de 1990, que fue el día en que nació su única hija, María de los Ángeles Cuéllar Villanueva.
El ser madre le hizo pensar que debería cuidarse más. Ahora tenía una razón muy importante para vivir: su hija. Como madre amorosa se dedicó al cuidado de su bebita.
Pero a cada momento le hablaban del despacho. Necesitaban de su sapiencia. Sin desatender a su hijita volvió la litigar y a arriesgarse con su dudoso clientes. "Dios me cuida": decía.
En abril de 1998 se horrorizó al saber que también se había hecho de peligrosos enemigos, cuando tuvo su primer atentado. Con la intención de matarla, arrojaron en su despacho un explosivo.
La bomba de fabricación casera destruyó parte de su oficina. Por fortuna ella no estaba. Era un aviso de sus enemigos. Raquenel no se amedrentó y continuó con sus polémicas defensas.
CONTINUARÁ
cog