Con la llegada del Año Nuevo, las mesas mexicanas se llenan de rituales que prometen amor, dinero y viajes. Sin embargo, uno de los más arraigados es el consumo de las doce uvas al ritmo de las campanadas.
Ante esta práctica, surge una interrogante común entre los fieles cristianos: ¿Es compatible esta tradición con la fe católica? La respuesta de la Iglesia es clara y distingue entre la convivencia social y el riesgo de la idolatría.
¿Cuál es el origen de la tradición de las doce uvas?
Para entender la postura eclesiástica, primero hay que desmitificar el rito. Lejos de tener un fundamento místico, la Arquidiócesis Primada de México recuerda que esta costumbre, según se cuenta, nació de un ingenioso plan de marketing en 1909.
Tras una sobreproducción masiva en los viñedos de Alicante, España, los productores inventaron la "uva de la suerte" para evitar que su cosecha se pudriera. Por lo tanto, el "milagro" original fue meramente económico: salvar el patrimonio de los viticultores mediante la creatividad humana.
El peligro de la superstición
El cristianismo no prohíbe comer uvas, pero sí advierte sobre la intención detrás del acto. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la superstición es una "perversión de la religión" que atenta contra el primer mandamiento.
Cuando una persona deposita su esperanza de bienestar en una fruta o en el color de su ropa interior, está atribuyendo poderes mágicos a objetos creados, desplazando la confianza que debe tenerse en la Divina Providencia.
Grandes doctores de la Iglesia, como Santo Tomás de Aquino, señalaron que en los actos supersticiosos existe una "intervención implícita de fuerzas ajenas a Dios", mientras que San Agustín instaba a los cristianos a huir de prácticas frívolas que pretenden alterar el destino.
Incluso en las Sagradas Escrituras, San Pablo rechazó enérgicamente a quienes utilizaban artes adivinatorias para lucrar con el futuro.
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¿Cómo vivir el Año Nuevo cristianamente?
El catolicismo invita a transformar la tradición en un acto de reflexión. En lugar de pedir deseos mágicos, la Iglesia propone que cada uva represente un agradecimiento por el año que termina o una meta basada en el esfuerzo personal y la justicia.
El Evangelio de Mateo es enfático: "Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura".
En conclusión, comer las 12 uvas como un gesto de convivencia familiar es inofensivo, siempre y cuando el creyente recuerde que su futuro no depende de una campanada, sino de la voluntad de Dios y de su propia constancia.
LG