En Tamazula de Victoria muy pocos pudieron dormir entre el 27 y el 30 de agosto pasado. A cualquier hora, en casi cualquier rincón de ese pueblo en el noroeste de Durango, tronaban los rifles AR-15 y AK-17 que los vecinos han aprendido a identificar por su cadencia. También retumbaban granadas y tanquetas en las horas en que sólo se escuchan las ramas de los pinos mecidos por el viento de la Sierra Madre Occidental.
Durante cuatro días, unas 26 mil personas aguantaron en silencio la estridencia de la guerra en las calles. Del domingo al miércoles nadie pudo avisar al país ni al Ejército lo que sucedía porque un grupo de encapuchados cortó las líneas telefónicas y la señal celular es pobre en esa zona del Triángulo Dorado. El estruendo de las balas y explosivos anunció dos calamidades: que el regreso a clases se pospondría indefinidamente y que había llegado la inminente embestida contra Aureliano Guzmán Loera, El Guano, hermano del Chapo.
Un informe de inteligencia de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), consultado por MILENIO, da cuenta de una nueva guerra en el norte del país: Aureliano Guzmán Loera, quien durante años ha convertido a la sierra duranguense en su bastión y escondite, contra los seguidores de Rafael Díaz Beltrán, alias El Rafita, asesinado en octubre del año pasado por las supuestas órdenes del Guano, con quien tenía una relación como de padre e hijo.
La arena de batalla es la tierra donde nació el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, una de esas regiones donde la violencia se sufre en silencio. Los pobladores gritan, pero nadie los escucha. Un territorio que se conoce en las noticias sólo cuando brota alguna masacre, una fosa clandestina o un secuestro masivo y se vuelve a perder en el mapa.
En marzo de este año, el pueblo llegó a las primeras planas de los diarios porque las Fuerzas Armadas llegaron hasta allá para atrapar al tío de Los Chapitos y se fueron con las manos vacías. Y hace una semana por la batalla silenciosa que secuestró a decenas de familias por casi 100 horas, mientras el país discutía las posibles candidaturas presidenciales del 2024.
El origen de las más recientes balaceras puede encontrarse en el nombre del pueblo. Tamazula proviene del náhuatl tamazollan que significa “lugar de sapos”. En el argot criminal, un “sapo” es un delator, una traición que se persigue hasta la muerte.
Y eso puede ayudar a explicar porqué a finales del mes pasado miles aprendieron a dormir arrullados por metrallas, mientras el país ignoraba su sufrimiento.
'El Guano' vs 'El Rafita'
Los habitantes de Tamazula tienen tres deidades que ayudan a entender el carácter bronco del pueblo: San Ignacio de Loyola, soldado y sacerdote; Guadalupe Victoria, militar y primer mandatario mexicano; y el clan Guzmán Loera, los narcotraficantes que hicieron de la mota el motor económico de la región. Fe, política y narcotráfico.
Y en frontera del municipio con Badiraguato, Sinaloa, crece sin esfuerzo una mariguana de alta calidad que desde mediados del siglo pasado es envidiada en Estados Unidos y, recientemente, en Europa.
Desde que los viejos tienen memoria, Tamazula es tierra del Cártel de Sinaloa. Primero fue un centro de operaciones del Chapo y, luego, escondite de su hermano Guano, quien a sus 78 o 79 años maneja una gran porción del negocio familiar. Los que se atreven a hablar dicen que Aureliano Guzmán todavía gira órdenes en Tamazula, guarecido en las montañas más alejadas de las cabeceras municipales desde que logró huir de los marinos por una puerta falsa en una casa de ladrillos blancos y azules.
Hasta octubre de 2022, Aureliano Guzmán era el hombre más obedecido por el pueblo. Discreto y despiadado, nadie se atrevía a contradecir sus órdenes… hasta que un “sapo” —un delator— le confío información secreta y la tranquilidad de la comunidad se fue por un barranco.
Aquel soplón contó al Guano que el joven que quería como si fuera su hijo, El Rafita, estaba desobedeciendo sus instrucciones de no cobrar extorsiones en Tamazula, donde el 75 por ciento de los pobladores viven en pobreza, según el Coneval. Rafael Díaz Beltrán supuestamente cobraba por cada cabeza de ganado y hasta por cada caja de cacahuate y frijol a campesinos paupérrimos, lo que comenzó a generar enojo entre la gente. Y el tío de Los Chapitos sabe que un pueblo enojado no cuida a sus capos, sino que los entrega por una recompensa.
“¿Qué frenaba a los cárteles? Los antiguos jefes, quienes eran personajes que valoraban más el cariño y reconocimiento de su comunidad a que los vieran con temor. Cuando los jefes empezaron a caer, emergieron sus guardaespaldas, sus sicarios y fue cuando comenzaron a dispararse los secuestros, los pagos de piso, las masacres.
“El ejemplo claro es Tamazula: El Guano no quería que se estuviera cobrando piso y El Rafita desobedece. Lo ‘dan de baja’ (matan) y toda su gente que gozaba del cobro de piso se rebeló y —perdone la expresión— empezó el cagadero en esa zona olvidada por el gobierno”, dijo a MILENIO una fuente que trabaja en la zona y que ha estado cerca de los operativos militares.
Entonces, se prendió la mecha que detonó las balaceras: la tropa del difunto Rafita llamó refuerzos para quitarle al Guano el dominio de Tamazula. Ojo por ojo, líder por plaza. Y la sierra empezó a gritar con una nueva guerra.
Saldo desconocido de muertos
Tamazula no sólo roza a Sinaloa. Al norte también toca los límites de Guadalupe y Calvo, Chihuahua, el estado donde opera La Línea, el sanguinario brazo armado del Cártel de Juárez y que también los enemigos a muerte del clan Guzmán Loera y todo lo que esté relacionado con el Cártel de Sinaloa.
Los datos con los que cuenta personal de la Sedena desplegado en Durango es que las huestes del Rafita buscaron a los pistoleros de La Línea para vengar la muerte de su líder. La propuesta fue unir fuerzas para que ambos desplazaran al veterano capo y se quedaran con el noroeste del estado, una región clave para el trasiego de drogas, armas y migrantes indocumentados hacia Estados Unidos.
El tronido que confirmó la alianza ocurrió una semana antes de las balaceras en Tamazula: el 20 de agosto, los sicarios de La Línea usaron patrullas clonadas de la Guardia Nacional para secuestrar a José Domingo Carrera, alias El 010, jefe de plaza del Cártel de Sinaloa en Parral. Desde entonces, no se sabe si está vivo o muerto.
Envalentonados, los sicarios chihuahuenses decidieron avanzar hacia Durango guiados por los leales al Rafita, quienes conocen los puntos débiles del Guano, especialmente ahora que él y sus escoltas se replegaron hacia zonas más alejadas para evitar que —ahora sí— sea detenido por marinos y se le extradite a Estados Unidos, donde tiene pendientes seis cargos criminales relativos al tráfico internacional de heroína, cocaína y fentanilo.
Así, Tamazula quedó atrapada en una nueva guerra: La Línea y los fieles al Rafita que quieren arrebatar ese pueblo como un trofeo de guerra contra El Guano y su tropa que quieren conservar el territorio como muestra de que aún tienen fuerza en la sierra.
El saldo oficial de la batalla del 27 al 30 de agosto reportado por la Fiscalía General del Estado de Durango es de sólo dos muertos, aunque los pobladores hablan de decenas de cuerpos regados que los propios sicarios recogieron en camionetas para llevarlos a sus respectivos cementerios clandestinos.
“Alguien quiso salir del pueblo diciendo que necesitaba comprar medicinas para el corazón, pero no lo logró”, contó un vecino a MILENIO. “Otro se quiso salir por la sierra a que le prestaran un teléfono, pero los señores lo regresaron. Está vivo de milagro. Después de eso, ya nadie quiso arriesgarse y mejor nos quedamos en casa… como siempre pasa”.
En Tamazula regresó el silencio. Nadie habla. Las ramas de los pinos mecidos por el viento de la Sierra Madre Occidental anuncian una frágil calma que inevitablemente terminara cuando se escuche el próximo estruendo de una guerra que apenas comienza.
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