“Te estoy mandando esta carta a través del fuego, como te me fuiste tú. Recíbela. Léesela a mis hijos. Ahí va, hija”, dice Adrián LeBaron mientras arroja a una fogata, prendida en un cazo de metal, una carta dirigida a su hija Rhonita Miller, a tres años del cruel asesinato de ella, de Dawna Ray Langford, y de los siete hijos de ambas, niños y bebés, en la carretera a La Mora, en Bavispe, Sonora.
El acto frente al fuego es el momento central del homenaje que se realiza esta tarde-noche de viernes en el nuevo cementerio municipal de Galeana, en Chihuahua, a unos kilómetros de la colonia LeBaron, en el que otros integrantes de la comunidad también han arrojado cartas en memoria de las víctimas.
Han pasado tres años desde que los nueve integrantes del clan mexico-americano de los LeBaron fueron acribillados y calcinados en sus dos camionetas, y a la fecha, aunque hay 31 procesados, no hay ni un solo juzgado ni sentenciado.
“Te quiero contar que descubrí un México que desconocía, hay mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos y las he conocido, los buscan de forma incansable y es porque una madre jamás va a dejar de buscar, vi a presos que estaban ahí de forma injusta y cuando salen lo hacen con unas ganas de cambiar el país que hasta emociona, vi gente desplazada queriendo recuperar sus tierras…”, dice un fragmento de la carta que lee el patriarca de los LeBaron antes de arrojarla al fuego.
“¿Sabes? Hoy por la mañana le pedimos a las autoridades que investigara tu caso como feminicidio y, además, queremos que se ponga todo en su justa dimensión: fuiste víctima de terrorismo, y por ahí se aborda el tema, es lo que yo estoy pidiendo, y mi familia, que no le tengan miedo a llamar las cosas por su nombre, solo así se podrá atrapar a los narcoterroristas”, continúa leyendo el hombre rodeado de mujeres y niños.
“Fueron mujeres solas, se identificaron, pidieron compasión y no les importó, eran niños indefensos y también decidieron acribillarlos; algunos de los presuntos asesinos están buscando que sus procesos sean más cortos y encontrar las lagunas legales para salir pronto y ¿sabes qué? Nosotros no queremos”, reza la carta.
La comunidad que escucha, se abraza en torno a Adrián, buscando también atemperar el frío de la sierra chihuahuense que comienza a calar las manos y los rostros en el cementerio a unos minutos antes de las ocho de la noche.
“Aunque duela, tú ya estás descansando, hija, pero ellos no, no los quiero pronto en las calles amenazando y matando a más familias”, advierte Adrián antes de lanzar la hoja a las llamas.
Después de que el fuego consume las cartas, dos mujeres de la familia entonan Amor Eterno, la famosa canción de Juan Gabriel, y Viva Chihuahua, de José Alfredo Jiménez —la última que bailé con mi hija, dice entre lágrimas Adrián— en un acto bicultural que continúa con una canción en inglés que dos niñas entonan para honrar la memoria de sus familiares, y de la proyección de un video con mensajes que concluyen con un “We love you!”.
La oscuridad invadió el camposanto a tres horas de haber iniciado el acto memorial.
Decenas de integrantes de la comunidad mormona sostienen velas en sus manos para seguir iluminando el momento mientras siguen escuchando voces de quienes recuerdan a los suyos.
Encima de las tres tumbas en donde descansan los restos de Rhonita y de sus hijos Howard Jr., Krystal y los gemelos bebés Titus y Tiana, se han colocado flores de cempasúchil anaranjadas y púrpuras, crisantemos y algunas gladiolas.
Los nombres de las víctimas están escritos en tablas de madera de donde cuelgan también coronas de flores.
“Es crueldad, la crueldad que vivió mi familia, la crueldad que vivieron esos niños heridos ese día, porque hubo ocho heridos, dos de ellos… uno de ellos caminó 20 kilómetros, una niña de ocho años caminó 14 para buscar ayuda para los heridos. Fue crueldad. A mi hija la calcinan, la queman viva, queman a mis nietos vivos. Esa crueldad la veo hasta en el sistema de justicia porque es cruel que, a los imputados, a los vinculados a proceso con prisión preventiva oficiosa no los juzguen. Es cruel porque es cruel hasta para sus propias familias”, dijo Adrián a MILENIO junto a esas tumbas, por la tarde, al llegar al cementerio.
Entre las primeras participaciones, estuvo la de Julián LeBaron, primo de Rhonita, sobrino de Adrián, quien leyó ‘Adonais’, un largo poema del británico Percy B. Shelley, su poeta favorito, dedicado a su hermano Benjamín, asesinado en 2009, y a su prima y sus sobrinos.
La gente lo escucha mientras come tamales y pozole.
“Estoy seguro que el dolor produce nobleza y que la nobleza va a lograr unir a este país para detener la violencia y construir un país libre, en paz, y ese es el sueño que cargo y el compromiso que tengo con los que ya se han ido, que pagaron con su sangre y han santificado esta tierra y nos han dado la obligación de no ceder contra el mal”, dice al finalizar la lectura de su poema.
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