Horas antes de entrevistar al sacerdote Salvador Sánchez, a unos metros de su parroquia, un hombre fue asesinado. “Que yo recuerde, antes estas cosas se hacían en la noche, en las orillas. Hoy es a plena luz del día”, se asusta cuando relata uno de los últimos homicidios en Fresnillo, la capital de la violencia.
Por algo 96 por ciento de sus pobladores se siente inseguro, según una encuesta del Inegi.
Ante tal violencia, el cura teme ser asesinado por alguno de los grupos que se disputan la plaza. “Hace unos años había un pacto no escrito entre narcotraficantes de no agredir, ni meterse con los sacerdotes de las comunidades. Parece que ese acuerdo se acabó”.
Cuenta a MILENIO que, como ocurrió en Cerocahui, Chihuahua, donde hace un par de semanas asesinaron a dos sacerdotes jesuitas, en Fresnillo hay tantas balaceras a diario que nadie tiene garantizada la vida. “Ningún poblador, menos los sacerdotes, traemos guaruras. Estamos expuestos”.
Las probabilidades de que se repita lo de Cerocahui han aumentado. En mayo pasado, recuerda el religioso, un hombre perseguido por un grupo de pistoleros buscó refugio en el Templo de Guadalupe, ubicado en la avenida Plateros.
“Aquí cerquitas de la sacristía se estaba rezando el rosario, niños ofreciéndole flores a la virgen y, bueno, sucedió que iban correteando a uno. Intentó esconderse, como pasó allá en Chihuahua. No lo logró porque le tiraron antes de que entrara. Desafortunadamente una bala perdida mató un niño de tres años”, relata.
Insiste en que él y los demás miembros de la Iglesia católica en Fresnillo ya no se sienten seguros. “Ni siquiera cuando salimos a comprar el mandado a plena luz del día. Preferimos salir poco y regresar directo a la parroquia”.
Incluso, dice que los fieles han dejado de asistir al templo. “Me dicen que prefieren ver misas por la televisión que arriesgarse a una bala perdida”.
El cura denuncia que hace un año intentaron extorsionarlo y cobrarle piso. “Recibí una llamada telefónica. ‘Soy el comandante fulano, me voy a encargar de la seguridad aquí, en el estado, durante este sexenio y quiero saber si nos puede ayudar para esto’. Así me dijeron. Luego me amenazaron con que si no pagaba, no podían garantizarme mi seguridad ni de la de ningún miembro de la parroquia”. Desde ese momento, dice, ordenó no contestar teléfonos desconocidos o colgar, a fin de “no prestarse al juego”.
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