Pisa el piso que no ha de volver a pisar…

Carlos Díaz-Barriga

Crónicas del adiós

México /

Desfile cívico militar del 16 de septiembre. Lo precede un acto heroico que nadie reconoce. Otro ejército, el del servicio de limpia, que por fusiles sólo tiene unas modestas escobas de vara, consigue en un esfuerzo de toda la madrugada, que la Plaza de la Constitución amanezca reluciente. En la previa noche del ‘Grito’ la gente inunda el Zócalo de patriotismo, y de basura. Más o menos en igualdad de proporciones.

A las 10: 00 horas el público en las gradas colocadas alrededor, exceptuando el lado de Palacio, donde está el templete de gobierno. Ahí, 23 sillas al frente, prácticamente todo el gabinete. Y otras 12 atrás. El Presidente pisa el piso de la plaza que no ha de volver a pisar. Camina flanqueado a su izquierda por el Almirante Secretario de Marina, Rafael Ojeda, y a su derecha por el General Secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval.

Al pie del asta el primer mandatario oprime el botón que electrónicamente iza la bandera de 25 metros de largo que arropan en sus brazos 22 cadetes ataviados en sus uniformes de gala. Emotivo mirarla elevarse; de lo demás se ocupa el viento. Los tres personajes suben al mismo Hummer militar número 1511141 que se utilizó hace tres días en las faldas del Castillo de Chapultepec para honrar a los Niños Héroes. De pie, se agarran del barandal y a ‘pasar revista’. Dan vueltas y vueltas ‘en u’, pa’ allá y pa’ acá, pa’ allá y pa' acá, en los pasillos que se hacen entre las tropas.

Discursos sólo del Almirante y el General. Desfile frente al Presidium. Los honores son para el Presidente y para, a su costado derecho, la Presidenta electa. Sobrevuelan los aviones y los helicópteros, transitan los carros alegóricos, los militares giran y se cuadran ante el titular del poder supremo. Supremo, pero finito. Ya se va.

Otro valor y color y sabor y verdad toma el mismo desfile cuando sale de regreso rumbo al pueblo. Toma por las calles que lo llevan a la alameda por la avenida Juárez. Barrera humana de un lado y del otro. Fotos y aplausos. Todo el camino. Reconocimiento y alegría y tradición. La memoria de todos los niños que un día estuvimos ahí en los hombros de papá.

En la banqueta hay más ‘pejepuestos’ que puestos de banderas y rehiletes tricolores. Uno cada 10 metros, con pejeluches, peje llaveros, gorras, camisetas estampadas ‘me canso ganso’, 'pejellaveros', 'pejetazas', el libro Gracias en 300 del águila, etc. Otro vende gorras militares, de Marina, de Sedena y de la Guardia Nacional, de 50 llévela de a 50.

Conforme los contingentes regresan por todos los carriles sobre el Paseo de la Reforma, está la gente volcada… hacen más que una valla -interminable- de curiosos, una valla de honor. O de piropos. Las chavas juegan a hacer como que chulean a los cadetes. Los cadetes juegan a sentirse galanes que les sonríen y dicen sin decir, ‘adiós, chiquititas’.

Pasan helicópteros, lanchas rápidas o caballos con capitanes montados por charros y charras con vestidos como los de Lucha Reyes, como los de aquél cine nacionalista blanco y negro. El Indio Fernández estaría feliz. Un cadete se cae del cuaco ahí por Reforma 222, lo traen lo sientan en una banca. ‘Échenle aire’, ‘denle un bolillo’, dice la gente. Varios policías lo auxilian. Le dan un gatorade azul, para ver si agarra otro color, porque está verde. También aparece Batman, pero ése cobra por sacarse la foto con los niños. Los soldados no. Y se quitan las insignias, para regalárselas a los infantes.

Son dos desfiles. Uno, ante el templete, que muestra poderío y sumisión a la vez. Otro, con militares que se dejan querer, queriendo. Por si los vuelven a ver. A la vuelta de cualquier esquina. 

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  • Carlos Díaz-Barriga
  • Reportero que nació algo tarde. Aficionado al blanco y negro, al disco de acetato, al teatro y a la cultura popular –toda la que se pueda–. Whisky y tequila. Insisto y busco personajes–personajes con más historia que likes. Prefiero la crónica y la entrevista. Todavía creo en la palabra. Y por eso escribo.
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