“Soy el presidente de México”
Será que a las seis y media de la mañana, esté viendo desde su ventana lo mismo que yo. La bandera a toda asta, dormida, y la inmensa plancha de la Plaza de la Constitución en la que circulan 16 barrenderos y cuatro palomas. Nadie más. La soledad está ahí, afuera un palacio sin vallas. Conforme corran estos días es probable que entre por puertas y ventanas, para recorrer pasillos e instalarse en una habitación y en un despacho. Es un proceso más inevitable que natural. Lo sabe sólo quien ha ejercido el poder. Lo sabe, pues, más que muchos.
Vale mucho el número cien, a veces pesa más. Las cien mejores películas, el centenario de una independencia, vivió más de 100 años, cien compromisos de gobierno o los cien primeros días días para evaluar al gobernante (que se inventó Roosevelt y desde entonces). En cien cantos se divide la Divina Comedia del señor Alighieri, cien años se tardó Francia en ganarle una guerra a Inglaterra o cien días se aventó Napoleón para llegar a París luego de su primer exilio. Cien por ciento mide un todo, el todo cuando se alcanza… y el todo cuando se acaba. ¿Qué puede pasar en los próximos 100 días que le restan en el gobierno a Andrés Manuel López Obrador? Hay que estar muy cerca de él o con él cuando sea posible, para relatarlo. Describir el entorno social y político, e intentar descifrar un pensamiento a partir de una mirada, una voz o un silencio.
La conferencia ‘mañanera’ ha determinado mucho más que una forma o un estilo de gobernar. Es el espacio esencial, como en otros tiempos lo fue la plaza y la arenga. Es mucho más que el programa en vivo en un teatro-estudio como aquellos Verde y Oro o Azul y Plata de la XEW -para era el caso, el guinda y oro-.
Se entra por la calle de Moneda, justo donde ésta hace bocacalle con el callejón Lic. Verdad… verdad y moneda: la esquina perfecta. Lo mismo se le ocurrió al de las tortas (de huevo con jamón, pierna, milanesa, salchicha. De a 35 varos. Les pone jitomate). Ahí se instaló a 20 pasos de Palacio, como lo que es: salvador de la patria.
Me dan el gafete 35 de acceso. Reparo entonces en una línea que dice: “Vigencia: septiembre 2024”. Ahí se acaba lo que se acaba. De espaldas aparece la escultura magnífica de Juárez fundida con aquellos cañones de los conservadores derrotados al mando de Miramón. Más imponente aún el antiguo salón 'Tesorería' que mandar proyectar y adaptar Plutarco Elías Calles en hace 99 años. La cancelería de Caoba, los adornos de bronce y sus 28 lámparas octagonales están impecables. En la espera a que aparezca el presidente, en el audio ambiente suena la orquesta de Glen Miller con Serenata a la Luz de la Luna. Muy sobrio el asunto. Hay unas 70 sillas negras dispuestas, sobre la alfombra gris que corresponde: para uso rudo. No somos más de 30 los usuarios.
Se abre la puerta y retumba un grito poderoso del poderoso: “¡Ánimo!”, a manera de buenos días. Es lunes de ‘Quién es quién en los precios de las gasolinas. Once minutos de cifras y cifras y cifras con el titular de la Procuraduría Federal del Consumidor, que algo quizá le dirá a alguien. O no.
López Obrador trae ese bronceado perfecto que da una semana en Miami o un día de gira por Oaxaca. Su traje es negro… como los de Marco Antonio Muñiz que no se sentaba nunca al cantar para que no se arrugara. Será que por eso. La corbata, rojo coral, con el clásico estampado de Scappino. Impecable. Sólo 100 días más y luego jamás ni lo uno ni la otra. Se acabarán las corbatas, antes que las mañaneras. Habrá quien lo pueda jurar y hasta firmar en una barra de hielo.
Diversos temas, como el del debate esta semana que habrá entre Biden y Trump… “me ofreció apoyar con un grupo especial cuando el crimen de la familia LeBarón. Le dije que no, gracias”. Sustantivamente aparece el temible fantasma del Salón Tesorería. El de Ayotzinapa. Se destaca en el duro debate con Ernesto Ledesma de Rompeviento TV. Cincuenta minutos de ping pong. Intensos. Eso, completo, no se ve en las noticias. Nadie calla a nadie. Libertad absoluta. Como entre iguales. “Usted presidente, ha denostado 21 veces al Centro Pro”. De bolea: “22, agrégale la que viene ahorita”. Andrés Manuel no sólo se defiende. Pega varios ganchos al hígado. “Es un debate que voy a mantener el tiempo que me queda”. Remata con el pase de pecho: “Tengo toda la información: soy el Presidente de México”. “Usted se va a ir y las organizaciones humanitarias van a seguir haciendo ese trabajo invaluable”. La revira: “Es lo que dicen mis adversarios, que me voy a ir”.
Todavía no llega la melancolía. Toma el podio a dos manos. Felicita a Claudia Sheinbaum por su cumpleaños, que cae en el día en que comienza a correr la cuenta regresiva.
Se guarda una tarjeta en la bolsa interna izquierda del saco, como cuando el árbitro ya está viendo su reloj. Brota el verso “No mentir, no robar, no traicionar… y ya, vámonos a desayunar”. Sale por la puerta. La de la izquierda. Va despidiéndose sin despedirse.
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