“¡Tengo motor nuevo!”
Fin de semana largo, como deberían de ser todos, para todos. Vuelo directo de ‘la mañanera’ a Campeche. La logística, eficiente. Nadie lo está esperando afuera de la 33 Zona Militar ni con flores ni con reclamos. Sólo una señora con petición escrita de algo para su hijo. Se la encarga a un soldado minutos antes de que lleguen las camionetas; por poquito y le atina. Pero la sensación térmica, sin cerveza helada, es de 40 grados; calor mata paciencia.
Unas cuantas Suburbans blancas de avanzada y el presidente aparece en clase turista, dentro de una Transit Van de Ford, con los logos del Tren Maya; a través de los vidrios polarizados, apenas se le distingue. A la izquierda suya, la silueta de Claudia Sheinbaum.
El programa para supervisar al alimón las obras del tren comienza en la tierra de un cercanísimo a Salinas, Jorge Carpizo; de un cercanísimo a Calderón, Juan Camilo Mouriño; y de un cercanísimo a Echeverría, Carlos Sansores. Presidente Nacional del PRI y mandatario de su estado, como lo es ahora su hija. Cercanísima a López Obrador.
El presidente está en la tierra de Nelson Barrera, el finado ‘infielder’ con el récord jonrones de todos los tiempos en la Liga Mexicana de Beisbol. Creo que la presidenta electa más bien ha llegado a la tierra de María Lavalle, una de las dos primeras senadoras electas -1964- y la primera presidenta del Senado -1965- en nuestra historia política. Para otros, para los más, es la tierra de la jarana y de la cumbia y de los Socios del Ritmo.
En la tarde, a inaugurar el Museo de Edzná, a 55 km. Estamos bajo una carpa en medio de la selva que enmarca a esa colosal zona arqueológica. No hay señal. La gente está felizmente incomunicada y conversa entusiasta entre sí. Como cuando así era. Unas 250 sillas abajo. Trece arriba; siete para civiles y seis para generales. El secretario de la Defensa y un posible sucesor entre ellos. Layda Sansores, breve, y sin desbordadas loas habituales, cuenta anécdotas del la construcción del tren. Diego Prieto, titular del INAH, da una larga y apasionada muestra de su dominio en el tema. Tras 18 minutos cede el micrófono a Claudia Sheinbaum. Toda de blanco, con bordados en lino. De tenis. Lee un breve discurso, perfectamente estructurado, de 9 minutos, que alcanzó a preparar en el avión: “El Tren Maya es una gran obra, y es también un gran símbolo”.
Ya le toca al presidente, enfundado en una impecable guayabera mandada a hacer en perfecto amarillo ‘nápoles claro’. De cerca luce preciosa. En la tele, no. Improvisa, 30 minutos. La frase que se le queda a todos, la del arranque: “Llevo como más de 20 días muy contento, o sea, muy fortalecido. Me ayudó. Puede ser que no esté tan bien de la carrocería, ¡pero tengo motor nuevo!” Se sabe todavía, locomotora. “¿Que por qué el Tren Maya? Porque queremos que se conozca la grandeza cultural de México que tenemos aquí, en el sureste”. Ya nos tocaba, dice sin decir.
En el sureste es pez en el agua. Un poderoso pez en agua tibia. En el sureste, ‘ya nos tocaba’. El sureste es y seguirá siendo, su verdadero gran proyecto. Al día siguiente, tras viajar en tren de Edzná a Mérida desde la ventanilla de la Suburban, muestra a los compañeros reporteros de la fuente, no gratuitamente, la portada de un diario local en que se lee: “LEGADO”.
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