El partido de ayer no era para nada atractivo. Dos equipos coleros que ya no aspiran a nada en el campeonato, un Santos Laguna que no ha logrado levantar y que su estilo de juego no incentiva a verlos ni en la televisión. Pero ayer fue distinto; se respiraba un ambiente muy especial en el Territorio Santos Modelo, el aire parecía estar cargado de partículas de afecto. El clima fue nublado, lleno de nostalgia, de recuerdos de otras épocas donde en estas instancias, los santistas acudían al estadio pensando en quien podría ser su próximo rival en la liguilla.
La tarde de ayer no, ayer varios jugadores seguramente tocaron por última vez el impecable pasto del Estadio Corona, algunos quizás pensando en otras latitudes y otros deseando que este torneo se acabe ya. Los aficionados por su parte, ataviados con los colores verdiblancos, con rostros de optimismo, familias enteras, y aunque poco antes de iniciar el partido un nubarrón descargó su furia sobre los jugadores que calentaban en la cancha, los aficionados no se fueron y al poco tiempo retomaron gustosos sus lugares pues la nube se fue rápido, justo como las chances de calificar a la fase final para Santos.
De ayer yo no destaco si el planteamiento fue bueno, si los cambios fueron oportunos, o que si el rival era muy débil, de ayer sólo destaco el cariño que esta noble afición le tiene a su querido Santos Laguna y no, no me refiero a los jugadores, sino a los colores que portan y representan, esos colores que los de la tribuna portan con orgullo y que varios jugadores deberían de hacerlo también. Ayer fue como cuando un padre perdona a un hijo luego de haber hecho alguna grave travesura, molesto, pero con mirada de indulgencia, pues aunque el hijo falle, el padre siempre estará para respaldarlo.Ojalá que la directiva haga los movimientos pertinentes para la mejora del plantel pues no cabe duda que para el 2017 la afición seguirá alentando como ayer, como siempre.