El director chileno Pablo Larraín parece haber emprendido una gesta heroica para destruir la cinta biográfica convencional. Ha convertido los días de Jacqueline Kennedy tras el asesinato de su esposo en un estudio de cómo surgen los mitos en "Jackie", y a "Neruda", la historia de un poeta a la fuga, en una apasionante meditación sobre autoría.
Ambas historias ya son de por sí cautivadoras, pero Larraín logra ir más allá de los datos históricos y capturar su esencia a través de una narrativa poderosa y originalmente cinematográfica. Larraín no está interesado en dramatizar una página de Wikipedia, sino en obtener la verdad más allá de la realidad. De este modo, aunque explica relativamente poco, es mucho lo que revela.
"Este hombre sacaba un trozo de papel de su bolsillo y 10.000 trabajadores hacían silencio para escucharlo recitar poesía", dice uno de los personajes del filme.
La afiliación comunista de Pablo Neruda lo convirtió en un enemigo del estado en el Chile de la posguerra, empujándolo al exilio en 1948.
Larraín nos presenta a Neruda (encarnado por el actor chileno Luis Gnecco, quien ofrece una tremenda interpretación dramática) viviendo su vida como un senador comunista, un poeta y un completo bon vivant con su aristocrática esposa, Delia (Mercedes Morán). Es a la vez pomposo y encantador y hedonista y empático, pero salta a la vista lo desconectado que está de la gente sobre y para la cual escribe