Mónica Ojeda traerá la psicodelia andina a la FIL Monterrey 2024

La autora ecuatoriana se presentará el 29 de septiembre con su novela “Chamanes eléctricos en la fiesta del sol”.

Mónica Ojeda, autora de 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol'. / Especial
Monterrey, Nuevo León /

“Chamanes eléctricos en la fiesta del sol” es el reciente libro de la ecuatoriana Mónica Ojeda, que como parte del sello Random House estará en la FIL Monterrey el próximo 29 de septiembre a las cinco de la tarde.

Esta es una obra que remite a diversas expresiones de la cultura andina: la música, la danza, el espíritu, los chamanes, desde luego.  

Pero también hay psicodelia y mucho ambiente de lo que es asistir a un festival de música y buscar la trascendencia, pero también a un ser querido, como es el caso de Noa, quien luego de esta celebración acudirá al reencuentro del padre que la abandonó cuando era una niña y que desde hace años habita los bosques altos, un territorio donde también se esconden los desaparecidos, aquellos que una vez subieron al Ruido y nunca regresaron a sus hogares. Su mejor amiga, Nicole, la acompaña.

Esta obra permite conocer esas manifestaciones culturales entre paisajes y desde luego algo de magia en esos sitios que exploran al ser y todo el torrente de emociones. Obra de una de las autoras más destacadas de la literatura actual.

¿Se puede decir que en “¿Chamanes eléctricos en la fiesta del sol” abordas en parte la psicodelia de nuestros días, más bien la del año 5540 del calendario andino?

Más que psicodelia hay alboroto andino. Es un festival retrofuturista porque el tiempo andino es así: ancestral y contemporáneo, siempre proyectándose a un mañana, pero sin abandonar lo que se es y se ha sido. Es algo que puede verse en la música: lo actual viene de la mano de la tradición. También en la música podemos ver un mundo geográfico y emocional alucinado, que nos cala en los huesos. La música alimenta una imaginación futura, pero con el cuerpo del presente. 

¿Qué es lo que te atrajo de la música para ubicar parte de esta trama en un macrofestival?

Muchas cosas. Primero, que la música nos acompaña y nos consuela. Segundo, que ratifica la vida. Tercero, que es el arte de la noche. Cuarto, que las leyendas sobre el origen de la música o de ciertos instrumentos musicales están estrechamente vinculadas a la muerte y a la pérdida, pero también a las ganas de unirnos con un todo otra vez. Hay algo de desborde en la música, un lenguaje otro que revivifica nuestros sentidos. Un goce no instrumental. Un abismo radiante.

¿Cómo trabajaste a los personajes, a Noa, Nicole, Pamela, Mario, Pedro… para que cada quien tuviera esa esencia propia, esa espiritualidad, que es también todo un tema, y que nos atrajera a conocer más de ellos?

Cada uno de los personajes sube al festival con ganas de recordar, pese a la pérdida y la muerte, que son jóvenes, pero es cierto que han conocido la violencia muy pronto y que saben lo que es no poder imaginar un futuro. Tienen en común eso y es eso lo que los hermana. Luego, cada uno se da a sí mismo una respuesta distinta respecto a cómo lidiar con el dolor: Nicole se responde que con la amistad; Mario se responde que con el baile; Pamela se responde que con la música; Pedro se responde que con el amor por Carla; el padre de Noa que con el aislamiento. Cada quien busca armar su propio refugio en medio del desamparo. 

¿Cómo se da esta esta relación de acudir a buscar a alguien que vive en los bosques altos?

Ernesto teme la llegada de su hija. Teme tener que confrontar lo peor que ha hecho: abandonarla, ser un padre ausente. A su vez, irse para él fue la forma de salvar la propia vida. A veces no somos quienes queremos ser, a veces no tenemos la fuerza para quedarnos. Esa crisis de identidad en la que uno tiene que admitir que no ha amado lo suficiente o que tiene miedo a asumir responsabilidades, me parece interesante. Hay un momento en la novela en donde un personaje dice algo que creo profundamente cierto: el amor no se reclama, el desamor no se cuestiona. 

El lenguaje, ¿cómo trabajaste esa parte que me imagino debe haber sido una labor incesante, también filosófica, de muchos matices, en fin?

Me importa hackear un poco la escritura como tecnología de poder con las sinuosidades de la oralidad. La repetición, la evocación rítmica y cadenciosa, el que la letra suene fantasmalmente, me parecen elementos que potencian el impacto emocional de la escritura. Intento irme siempre por allí, por el movimiento de una lengua insumisa y una escritura danzante, que se agite y que pruebe caminos expresivos nuevos. 

Es algo así como sentirse una niña jugando con las palabras, solo que de una forma muy seria: tomándose muy seriamente el juego. Por ejemplo, la novela tiene cantos, tiene poemas, tiene expresiones que aluden a la oralidad… Incluso hay palabras en kichwa que hackean el castellano. Hay algo en todos estos aspectos que generan una puesta en conflicto, un contrapoder. 

rcm

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