Hombre a punto de morir pidió 30 segundos lúcidos para recordar a las personas que amó   

El hombre solamente pidió recordar a todas las personas que amó a lo largo de su vida.

 Hombre a punto de morir pidió 30 segundos lúcidos para recordar a las personas que amó   
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ARGENTINA. - Un hombre originario de Argentina escribió una emotiva carta antes de morir a causa de resultar contagiado por Covid-19. La carta fue escrita el pasado mes de abril por Hugo Míguez, quien era un investigador jubilado de 75 años. Él lo único que pidió antes de partir de este mundo a causa del virus fue tener 30 segundos lúcidos para recordar a todas las personas que amó en vida. 

El texto, el cual se volvió viral, hizo reflexionar a miles de personas que lo compartieron en redes sociales y tocó las fibras más sensibles, incluso de quienes no se encuentran a punto de morir. 

El mensaje de despedida fue escrito en su celular, pues al ver que su salud se deterioraba prefirió dejar clara su postura sobre la vida. En éste agradeció a los trabajadores del Hospital Italiano. 

“Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos.  

Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación. Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo. Le explicó. La protegió”, escribió.  

Asimismo, en forma de despedida, el investigador expresó lo que esperaba antes de morir. Reveló que sólo deseaba 30 segundos lúcidos:  

“Todavía no sé cómo saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. 

Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía! Con estos pensamientos rondando desde hace unos años, muchas veces, me pregunté cómo quería mi salida. Sólo quiero 30 segundos lúcidos.  

Para poder evocar a los que quise sin que llegué a atraparme la melancolía. Me iré bien.  

Este hospital y su gente estarán también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias”. Hugo Míguez es un graduado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y de la Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica, Míguez se especializó en el estudio de las adicciones. 

Trabajó como investigador del Conicet y consultor de diferentes organismos vinculados al tema del abuso del alcohol y las sustancias psicoactivasal. Estudió Teoría e Historia del arte en la UBA. 

Carta completa: el covid-19, el contagio y el adiós

La carta completa se ha replicado en distintos medios de comunicación, así como en redes sociales. Su mensaje se ha vuelto viral. Aquí te lo dejamos de forma íntegra: 

Lunes 12 de abril. Hospital Italiano. Cama 1216... zona de trinchera.

“30 segundos” Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire, revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda. 

Mientras me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes. 

Una cultura.

Un pathos. 

Una emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la ciencia y la tecnología.

Una cultura.

Una emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la ciencia y la tecnología. 

Una cultura.

¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este? 

Mucho.

Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas. Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas. 

No. No es sólo eso. Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante. 

No es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire.

Va al lado oscuro de tu cerebro para transformarse en una llamita con algo de calor y luz. Una cultura.

Me caí desmayado por la falta de aire y la desesperación y me encontré entrampado entre los muebles de la sala donde terminé. Donde me estrellé en la caída. 

Unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi. 

Cuando crees que ya perdiste todo escuchas el braceo enérgico de la que podría ser hasta tu hija llegando a vos. 

Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás. 

Entre todas me acostaron, me calmaron, me dieron su aire. 

Una matriz regenerativa que es la que ayuda. Un supraorganismo como un micelio gigante que sustenta, sin que nadie lo vea exactamente, los bosques que lo acompañan.

Una cultura. 

Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación. 

No rasguñar las piedras para mí. 

Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación. 

Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo. Le explicó. La protegió. 

No hay palabras. Es la matriz que regenera. La que de alguna manera cargamos los sapiens cuando nos fuimos de África. Nuestra estrategia. No preguntes por quién doblan las campanas, ya sabemos, suenan por vos y por mí, hermano.

Tuve que partir al servicio de terapia intermedia. Estaba inquieto. Aparecieron kinesiólogos, médicos, enfermeros. El mismo espíritu. Las médicas llamando a mi hija y ayudándola mientras ella me ayudaba a mí.

La matriz regenerativa y matriarcal de la viejísima Europa. Cuando los pueblos como Huyuk no tenían murallas. Los matriarcados de miles de años atrás, que sostenían la cultura. Cuando las culturas matriarcales no habían sido barridas por los caballos de la edad del hierro.

Y de pronto... las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano.

Una cultura regenerativa que también alcanza a los varones.

Todavía no se como saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años.

¡Carpe diem para nosotros todavía! Con estos pensamientos rondando desde hace unos años, muchas veces, me pregunté cómo quería mi salida.

Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía. Me iré bien.

Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias.

 

 

 

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