MÉXICO. - José Villarreal Villarreal fue uno de los 100 mil soldados de origen mexicoamericano que combatió en la Guerra de Corea hace 70 años.
De padres mexicanos pero nacido en Los Ángeles, California, José vivía en la Colonia Anáhuac de la Ciudad de México. Influenciado por sus amigos, regresó a su ciudad natal, en busca de una mejor vida.
“En mi barrio me dijeron: vete a Estados Unidos, allá ganan más dinero y sin tantas trabas; yo, con solo 19 años, decido irme. Pero cuando llegué, me pidieron mi cartilla del Servicio Militar; supuse que era algo sencillo y me inscribí”, platica a MILENIO José Villarreal, ahora de 90 años, en su casa de Tlalnepantla, Estado de México.
Todo iba en orden durante su entrenamiento militar en Fort Lewis, Texas, hasta que una tarde de 1950 le notificaron que sería combatiente en el conflicto bélico que vivía Corea.
“Estábamos entrenando cuando llegaron nuestros mandos y nos dicen que todo el batallón tenía que salir en la tarde.
“Entonces me seleccionaron junto a otros tres compañeros y nos dijeron que se nos concedía el gran honor de ir a Corea”, recordó. Con incertidumbre sobre su futuro, José partió de Seattle, Washington, junto con otros 2 mil compañeros. Luego de 11 días de viaje, llegaron al punto de encuentro en Incheon, Corea.
“En Seattle los padres empezaron a despedir a sus hijos, como los míos estaban en México, una señora norteamericana me dio la bendición y me dijo que regresaría. 11 días más tarde, por fin habíamos llegado”, dijo. A su llegada, los coreanos les agradecieron su participación en el conflicto. Los separaron en batallones de aproximadamente 500 personas. José formaba parte del número 51, precisamente el que estaba encargado de participar en el Batallón de Incheon.
“Pensé que iba a morir; desde el primer momento en que llegué, dije: ¿a dónde vine a quedar? no supe ni lo que hacía. Pero no podía tirar la toalla, tenía que regresar a casa, entonces decidí continuar”, explicó.
Entre sus obligaciones estaba hacer guardias nocturnas, para resguardar la integridad de sus compañeros. Revisando cielo, mar y tierra, debía vigilar cada detalle, de lo contrario sería castigado por mal comportamiento.
“Estaba boca abajo por la nieve, hacía mucho frío y no sentía mis pies; un compañero me metió a su cabina, me quito las botas y me calentó las manos. Cuando estaba descansando gritaron: ¡soldado de guardia!; me asomé por la reja y me respondieron: ‘no estabas en tu posición ¿cierto?’ Negué con la cabeza.
“Me hubieran castigado, pero el soldado que me ayudó les dijo que yo ya estaba congelado y que probablemente el frío me habría matado si no entraba a una zona de calor”, recuerda. José sostiene que su máxima ventaja era que los coreanos eran buenos líderes y sabían protegerlo, incluso lo inspiraban para que pudieran librar las batallas.
“Disparaba morteros, bazucas y todas esas armas; seguí cada una de las instrucciones que me daban los coreanos del Sur. Me decían dónde esconderme, cuándo salir y cómo atacar. Ellos me apreciaban y me ayudaban a salir ileso de cada combate”, explica emocionado.
Después de 18 meses, viendo pasar balas y soldados tirados, le notificaron que había terminado su misión, que “su servicio estaba cumplido, que ya podía darme de baja y regresar a casa”. Una vez que llegó a California, y con su cartilla militar aprobada en mano, marcó a sus padres y les dijo que volvería a casa. En México su vida dio un giro de 180 grados, pues los elogios y felicitaciones de sus compatriotas nunca se acabaron, lo trataban como un héroe.
“Al ver las luces de la capital, comencé a llorar, no creí que pudiera volver a ver esos edificios que fueron mi casa por mucho tiempo. Cuando llegué mis amigos me abrazaban y me felicitaban; mi papá me dijo que ya no me volvería a ir, que primero comer frijoles antes de irme de nuevo, hasta la tienda de la esquina tenía una foto mía muy grande en su local, era como un héroe”, narró.
En 1963 José decidió formar su propia familia y un año más tarde se desempeñó como secretario general del Sindicato de Generals Motors. Una vez jubilado compró su casa en Tlalnepantla, Estado de México.
Respecto a la pandemia del Covid-19, sostiene que no es inmune al coronavirus, sin embargo, luchará como en un principio lo hizo frente a miles de soldados.
“Estamos expuestos en cualquier parte del mundo, nadie está exento de no estar en riesgo, pero solo queda disfrutar nuestras raíces, disfrutar México”, reiteró.
Como forma de agradecimiento por su apoyo a la independencia de Corea del Sur, la embajada de ese país le brindó a José, el pasado fin de semana, un reconocimiento y una medalla por su valor.
El coronel Kim Yoon Joo, dijo a MILENIO, que se va a abrir una asociación con los veteranos de guerra, e incluso consideran brindar becas escolares a los descendientes de los excombatientes.
Precisó que, hasta la fecha, solo se ha dado con el paradero de tres de los mexicoamericanos que participaron en el combate.
“No sé si hayamos llegado tarde para agradecer y rendirles homenaje, pero vamos a hacer una asociación de veteranos para, cada año, conmemorar y curar todas las dificultades que puedan tener.
Además, estamos considerando la posibilidad de brindar becas escolares a los descendientes de estos grandes guerreros”, dijo en entrevista.
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