Perrita Frida, de haber sido abandonada en Tenango a vivir el 'sueño americano'

Ahora vive en Estados Unidos con dos perros adoptados más.

Perrita Frida, de haber sido abandonada en Tenango a vivir el 'sueño americano'
Perrita Frida, de haber sido abandonada en Tenango a vivir el 'sueño americano'
Perrita Frida, de haber sido abandonada en Tenango a vivir el 'sueño americano'
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MÉXICO.- Frida pudo ser un perro más sin nombre, sin lugar, sin una vida digna. La mayoría de perros en México pasan los días en agonía alimentaria por falta de un hogar que provea sus necesidades básicas.

El 13 de mayo del 2019, apenas después de unos meses de haber nacido, Frida –aún sin nombre ni techo– ya vivía el abandono, pero como muy pocos, tuvo suerte de atravesarse con alguien que la ayudaría a pesar de las dificultades que vendrían: el estigma social, la falta de empatía y kilómetros de distancia entre su futura familia.

​Tenango de Doria es el escenario donde comienza la historia, durante un paseo a casa de su abuela, ahí Rosibel encontró a una cachorra.

“Me acerqué porque era como un perrito bien flaquito ahí viéndome, y después seguí bajando y me siguió”.

“Se metió al patio de una casa y ahí había otro perro más grande y se puso bien agresivo con ese cachorrito (Frida), le empezó a ladrar horrible, así como metiéndole miedo, entonces el niño de esa casa salió y vi que le empezó a aventar piedras, le aventó como tres piedras y me sentí tan mal porque escuche como dos de las piedras sonaron en la pancita del cachorrito y empezó a llorar.

Me paré y le dije al niño ‘hey, déjalo, no le avientes piedras’, en eso ese cachorrito corrió así a mí y dije ‘guau, ok, vino hacia a mí, lo voy a revisar’, le sobé la pancita donde le había caído una de las piedras y parecía que sonreía porque con las manitas me hacía como para que me bajara a abrazarla”, cuenta Rosibel Marcelo con un dejo del acento de su segunda lengua: el inglés, porque a pesar de haber nacido en México, desde los tres años radica en Winchester, Virginia.

Cuando la levantó, pensó en buscar a su dueño, pues pensó que el hecho de que portara un collar, aun cuando no tuviera placa de identificación, era quizá un indicio de que tenía una familia; apenas unos segundos en brazos, Frida se quedó dormida de inmediato, estaba muy cansada de caminar sin rumbo.

Durante la búsqueda, Rosibel visitó muchas casas y en todas le dijeron que “seguro la habían ido a aventar porque era hembra”, costumbre muy arraigada entre los pobladores debido a que consideran que las perras al tener constantemente cachorros generan un problema, y ante la falta de campañas de esterilización, no logran detener la sobrepoblación.

“Y entonces ahí tomé la decisión sin consultarle a nadie y le dije a mi tío ‘les voy a dejar dinero –lo poco que ya me quedaba de ese viaje– para sus croquetas y todo para que por favor me la manden, para que la lleven al veterinario y le pongan las vacunas para que pueda viajar a Estados Unidos’.

Y mis dos tíos me vieron y como que no me creían, digo, yo entiendo que no me creyeron porque pues casi no me conocían. Nadie sabía cómo le iba a hacer”.

Y es que aunque Rosibel viajaba con su mamá, no pudo contarle el plan por miedo a que se negara. El pronóstico para Frida era incierto, porque para que los tíos pudieran llevarla a un veterinario tenían que hacer un gran viaje en transporte público para llegar siquiera a la capital de Hidalgo, Pachuca.

“De Peña Blanca viajamos a Tenango (de Doria), de Tenango tomamos un taxi que nos lleve, o están unos camiones que hacen viajes todos los días para Tulancingo, y de Tulancingo para Pachuca, es un viaje medio largo (…) yo al otro día tenía que viajar porque mi vuelo salía en la madrugada del 15 de mayo”.

“Esa noche me entró miedo, dije ‘oh, my god, ¿ahora cómo me voy a llevar a esta perrita?’. No pude ni dormir en mi última noche en Peña Blanca. Me decía ‘no quiero fallar, pero no sé cómo le voy a hacer’. Yo estaba llorando y mi mamá ni sabía nada”.

La creatividad la impulsó a mantenerse firme en la idea de volver y de ahí generó nuevas redes de apoyo que la ayudarían a estar de nuevo con Frida.

Desde su tío Alfredo que viajó en transporte público con la cachorra, hasta conocer a una pachuqueña radicada en Virginia, quien la contactó con un colectivo de protección animal en Pachuca, así como con su prima, todos pieza fundamental para que, sin conocerla, hicieran posible este viaje después de un mes de espera.

Y es que Frida además de pasar por un largo trajín hasta Pachuca, cuando llegó a la ciudad fue recibida por veterinarios que la procuraron todos los días de observación y cuidaron cada detalle en sus manos para que obtuviera el permiso para viajar.

Después llegó al colectivo Red Pro Animal, donde vivió hasta que Rosibel –casi un mes después– pudo volver, y todas esas personas que apoyaron lo hicieron tan solo por la idea de que Frida tuviera una mejor vida a pesar de que la única promesa estaba detrás de un mensaje de whatsapp que venía desde Estados Unidos.

“Dije ‘I love these people, quiero estar con ellos, ellos sí me entienden”; y es que a pesar de la indiferencia de algunos, finalmente un séquito de mexicanos hicieron posible que Frida cruzara la frontera.

La última y nos vamos

Por fin Frida y Rosibel se encontraron después de días de espera y angustia. Personas que no las conocían también les brindaron asilo en Pachuca esa noche para que pudieran viajar al otro día hacia el aeropuerto de la Ciudad de México.

“El viaje de Pachuca al aeropuerto no me gustó porque no me dejaron ir con ella arriba, y yo les decía que cómo una perrita así iba a viajar ahí abajo con todo caliente y me dijeron que eran las políticas, ese señor me cayó mal (…) cuando estábamos haciendo ya el check-in, en eso la persona me dice que la perrita no podía viajar, que las vacunas eran demasiado recientes, y ya ahí me puse a llorar.

“Le dije que yo había revisado todo, que había hablado con la aerolínea y me habían dicho que todo okay, que si podía verificar que me estaba dando la información correcta, y yo llorando porque aparte él no quería hacer nada”.

Aunque de mala gana, el trabajador de la aerolínea decidió verificar la información con personal de aduana en Estados Unidos, quienes dieron un rotundo sí para que Frida subiera al avión.

La lección “Toda esa experiencia con Frida me enseñó, porque yo en ese momento ya estaba perdiendo fe en la humanidad, por tanta gente que maltrata a los animales, por toda la gente que no ayuda a otros, y de conocer de pronto a gente que no había visto en mi vida, que no teníamos ninguna conexión, no sé cómo explicarlo, se me hizo muy increíble (…) jamás me voy a arrepentir de todo lo que pasé con ella”.

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MÉXICO.- Frida pudo ser un perro más sin nombre, sin lugar, sin una vida digna. La mayoría de perros en México pasan los días en agonía alimentaria por falta de un hogar que provea sus necesidades básicas.

El 13 de mayo del 2019, apenas después de unos meses de haber nacido, Frida –aún sin nombre ni techo– ya vivía el abandono, pero como muy pocos, tuvo suerte de atravesarse con alguien que la ayudaría a pesar de las dificultades que vendrían: el estigma social, la falta de empatía y kilómetros de distancia entre su futura familia.

​Tenango de Doria es el escenario donde comienza la historia, durante un paseo a casa de su abuela, ahí Rosibel encontró a una cachorra.

“Me acerqué porque era como un perrito bien flaquito ahí viéndome, y después seguí bajando y me siguió”.

“Se metió al patio de una casa y ahí había otro perro más grande y se puso bien agresivo con ese cachorrito (Frida), le empezó a ladrar horrible, así como metiéndole miedo, entonces el niño de esa casa salió y vi que le empezó a aventar piedras, le aventó como tres piedras y me sentí tan mal porque escuche como dos de las piedras sonaron en la pancita del cachorrito y empezó a llorar.

Me paré y le dije al niño ‘hey, déjalo, no le avientes piedras’, en eso ese cachorrito corrió así a mí y dije ‘guau, ok, vino hacia a mí, lo voy a revisar’, le sobé la pancita donde le había caído una de las piedras y parecía que sonreía porque con las manitas me hacía como para que me bajara a abrazarla”, cuenta Rosibel Marcelo con un dejo del acento de su segunda lengua: el inglés, porque a pesar de haber nacido en México, desde los tres años radica en Winchester, Virginia.

Cuando la levantó, pensó en buscar a su dueño, pues pensó que el hecho de que portara un collar, aun cuando no tuviera placa de identificación, era quizá un indicio de que tenía una familia; apenas unos segundos en brazos, Frida se quedó dormida de inmediato, estaba muy cansada de caminar sin rumbo.

Durante la búsqueda, Rosibel visitó muchas casas y en todas le dijeron que “seguro la habían ido a aventar porque era hembra”, costumbre muy arraigada entre los pobladores debido a que consideran que las perras al tener constantemente cachorros generan un problema, y ante la falta de campañas de esterilización, no logran detener la sobrepoblación.

“Y entonces ahí tomé la decisión sin consultarle a nadie y le dije a mi tío ‘les voy a dejar dinero –lo poco que ya me quedaba de ese viaje– para sus croquetas y todo para que por favor me la manden, para que la lleven al veterinario y le pongan las vacunas para que pueda viajar a Estados Unidos’.

Y mis dos tíos me vieron y como que no me creían, digo, yo entiendo que no me creyeron porque pues casi no me conocían. Nadie sabía cómo le iba a hacer”.

Y es que aunque Rosibel viajaba con su mamá, no pudo contarle el plan por miedo a que se negara. El pronóstico para Frida era incierto, porque para que los tíos pudieran llevarla a un veterinario tenían que hacer un gran viaje en transporte público para llegar siquiera a la capital de Hidalgo, Pachuca.

“De Peña Blanca viajamos a Tenango (de Doria), de Tenango tomamos un taxi que nos lleve, o están unos camiones que hacen viajes todos los días para Tulancingo, y de Tulancingo para Pachuca, es un viaje medio largo (…) yo al otro día tenía que viajar porque mi vuelo salía en la madrugada del 15 de mayo”.

“Esa noche me entró miedo, dije ‘oh, my god, ¿ahora cómo me voy a llevar a esta perrita?’. No pude ni dormir en mi última noche en Peña Blanca. Me decía ‘no quiero fallar, pero no sé cómo le voy a hacer’. Yo estaba llorando y mi mamá ni sabía nada”.

La creatividad la impulsó a mantenerse firme en la idea de volver y de ahí generó nuevas redes de apoyo que la ayudarían a estar de nuevo con Frida.

Desde su tío Alfredo que viajó en transporte público con la cachorra, hasta conocer a una pachuqueña radicada en Virginia, quien la contactó con un colectivo de protección animal en Pachuca, así como con su prima, todos pieza fundamental para que, sin conocerla, hicieran posible este viaje después de un mes de espera.

Y es que Frida además de pasar por un largo trajín hasta Pachuca, cuando llegó a la ciudad fue recibida por veterinarios que la procuraron todos los días de observación y cuidaron cada detalle en sus manos para que obtuviera el permiso para viajar.

Después llegó al colectivo Red Pro Animal, donde vivió hasta que Rosibel –casi un mes después– pudo volver, y todas esas personas que apoyaron lo hicieron tan solo por la idea de que Frida tuviera una mejor vida a pesar de que la única promesa estaba detrás de un mensaje de whatsapp que venía desde Estados Unidos.

“Dije ‘I love these people, quiero estar con ellos, ellos sí me entienden”; y es que a pesar de la indiferencia de algunos, finalmente un séquito de mexicanos hicieron posible que Frida cruzara la frontera.

La última y nos vamos

Por fin Frida y Rosibel se encontraron después de días de espera y angustia. Personas que no las conocían también les brindaron asilo en Pachuca esa noche para que pudieran viajar al otro día hacia el aeropuerto de la Ciudad de México.

“El viaje de Pachuca al aeropuerto no me gustó porque no me dejaron ir con ella arriba, y yo les decía que cómo una perrita así iba a viajar ahí abajo con todo caliente y me dijeron que eran las políticas, ese señor me cayó mal (…) cuando estábamos haciendo ya el check-in, en eso la persona me dice que la perrita no podía viajar, que las vacunas eran demasiado recientes, y ya ahí me puse a llorar.

“Le dije que yo había revisado todo, que había hablado con la aerolínea y me habían dicho que todo okay, que si podía verificar que me estaba dando la información correcta, y yo llorando porque aparte él no quería hacer nada”.

Aunque de mala gana, el trabajador de la aerolínea decidió verificar la información con personal de aduana en Estados Unidos, quienes dieron un rotundo sí para que Frida subiera al avión.

La lección “Toda esa experiencia con Frida me enseñó, porque yo en ese momento ya estaba perdiendo fe en la humanidad, por tanta gente que maltrata a los animales, por toda la gente que no ayuda a otros, y de conocer de pronto a gente que no había visto en mi vida, que no teníamos ninguna conexión, no sé cómo explicarlo, se me hizo muy increíble (…) jamás me voy a arrepentir de todo lo que pasé con ella”.

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MÉXICO.- Frida pudo ser un perro más sin nombre, sin lugar, sin una vida digna. La mayoría de perros en México pasan los días en agonía alimentaria por falta de un hogar que provea sus necesidades básicas.

 

El 13 de mayo del 2019, apenas después de unos meses de haber nacido, Frida –aún sin nombre ni techo– ya vivía el abandono, pero como muy pocos, tuvo suerte de atravesarse con alguien que la ayudaría a pesar de las dificultades que vendrían: el estigma social, la falta de empatía y kilómetros de distancia entre su futura familia.

 

​Tenango de Doria es el escenario donde comienza la historia, durante un paseo a casa de su abuela, ahí Rosibel encontró a una cachorra.

 

“Me acerqué porque era como un perrito bien flaquito ahí viéndome, y después seguí bajando y me siguió”.

 

“Se metió al patio de una casa y ahí había otro perro más grande y se puso bien agresivo con ese cachorrito (Frida), le empezó a ladrar horrible, así como metiéndole miedo, entonces el niño de esa casa salió y vi que le empezó a aventar piedras, le aventó como tres piedras y me sentí tan mal porque escuche como dos de las piedras sonaron en la pancita del cachorrito y empezó a llorar.

 

Me paré y le dije al niño ‘hey, déjalo, no le avientes piedras’, en eso ese cachorrito corrió así a mí y dije ‘guau, ok, vino hacia a mí, lo voy a revisar’, le sobé la pancita donde le había caído una de las piedras y parecía que sonreía porque con las manitas me hacía como para que me bajara a abrazarla”, cuenta Rosibel Marcelo con un dejo del acento de su segunda lengua: el inglés, porque a pesar de haber nacido en México, desde los tres años radica en Winchester, Virginia.

 

Cuando la levantó, pensó en buscar a su dueño, pues pensó que el hecho de que portara un collar, aun cuando no tuviera placa de identificación, era quizá un indicio de que tenía una familia; apenas unos segundos en brazos, Frida se quedó dormida de inmediato, estaba muy cansada de caminar sin rumbo.

 

Durante la búsqueda, Rosibel visitó muchas casas y en todas le dijeron que “seguro la habían ido a aventar porque era hembra”, costumbre muy arraigada entre los pobladores debido a que consideran que las perras al tener constantemente cachorros generan un problema, y ante la falta de campañas de esterilización, no logran detener la sobrepoblación.

 

“Y entonces ahí tomé la decisión sin consultarle a nadie y le dije a mi tío ‘les voy a dejar dinero –lo poco que ya me quedaba de ese viaje– para sus croquetas y todo para que por favor me la manden, para que la lleven al veterinario y le pongan las vacunas para que pueda viajar a Estados Unidos’.

 

Y mis dos tíos me vieron y como que no me creían, digo, yo entiendo que no me creyeron porque pues casi no me conocían. Nadie sabía cómo le iba a hacer”.

 

Y es que aunque Rosibel viajaba con su mamá, no pudo contarle el plan por miedo a que se negara. El pronóstico para Frida era incierto, porque para que los tíos pudieran llevarla a un veterinario tenían que hacer un gran viaje en transporte público para llegar siquiera a la capital de Hidalgo, Pachuca.

 

“De Peña Blanca viajamos a Tenango (de Doria), de Tenango tomamos un taxi que nos lleve, o están unos camiones que hacen viajes todos los días para Tulancingo, y de Tulancingo para Pachuca, es un viaje medio largo (…) yo al otro día tenía que viajar porque mi vuelo salía en la madrugada del 15 de mayo”.

 

“Esa noche me entró miedo, dije ‘oh, my god, ¿ahora cómo me voy a llevar a esta perrita?’. No pude ni dormir en mi última noche en Peña Blanca. Me decía ‘no quiero fallar, pero no sé cómo le voy a hacer’. Yo estaba llorando y mi mamá ni sabía nada”.

 

La creatividad la impulsó a mantenerse firme en la idea de volver y de ahí generó nuevas redes de apoyo que la ayudarían a estar de nuevo con Frida.

 

Desde su tío Alfredo que viajó en transporte público con la cachorra, hasta conocer a una pachuqueña radicada en Virginia, quien la contactó con un colectivo de protección animal en Pachuca, así como con su prima, todos pieza fundamental para que, sin conocerla, hicieran posible este viaje después de un mes de espera.

 

Y es que Frida además de pasar por un largo trajín hasta Pachuca, cuando llegó a la ciudad fue recibida por veterinarios que la procuraron todos los días de observación y cuidaron cada detalle en sus manos para que obtuviera el permiso para viajar.

 

Después llegó al colectivo Red Pro Animal, donde vivió hasta que Rosibel –casi un mes después– pudo volver, y todas esas personas que apoyaron lo hicieron tan solo por la idea de que Frida tuviera una mejor vida a pesar de que la única promesa estaba detrás de un mensaje de whatsapp que venía desde Estados Unidos.

 

“Dije ‘I love these people, quiero estar con ellos, ellos sí me entienden”; y es que a pesar de la indiferencia de algunos, finalmente un séquito de mexicanos hicieron posible que Frida cruzara la frontera.

La última y nos vamos

 

Por fin Frida y Rosibel se encontraron después de días de espera y angustia. Personas que no las conocían también les brindaron asilo en Pachuca esa noche para que pudieran viajar al otro día hacia el aeropuerto de la Ciudad de México.

 

“El viaje de Pachuca al aeropuerto no me gustó porque no me dejaron ir con ella arriba, y yo les decía que cómo una perrita así iba a viajar ahí abajo con todo caliente y me dijeron que eran las políticas, ese señor me cayó mal (…) cuando estábamos haciendo ya el check-in, en eso la persona me dice que la perrita no podía viajar, que las vacunas eran demasiado recientes, y ya ahí me puse a llorar.

 

“Le dije que yo había revisado todo, que había hablado con la aerolínea y me habían dicho que todo okay, que si podía verificar que me estaba dando la información correcta, y yo llorando porque aparte él no quería hacer nada”.

 

Aunque de mala gana, el trabajador de la aerolínea decidió verificar la información con personal de aduana en Estados Unidos, quienes dieron un rotundo sí para que Frida subiera al avión.

 

La lección “Toda esa experiencia con Frida me enseñó, porque yo en ese momento ya estaba perdiendo fe en la humanidad, por tanta gente que maltrata a los animales, por toda la gente que no ayuda a otros, y de conocer de pronto a gente que no había visto en mi vida, que no teníamos ninguna conexión, no sé cómo explicarlo, se me hizo muy increíble (…) jamás me voy a arrepentir de todo lo que pasé con ella”.

 

 

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