Jesús, de oficio albañil, dejó hace cinco meses su hogar en el municipio de Ecatepec, Estado de México, para ir a trabajar a Budapest. Hace unos días tuvo que huir de la guerra en Ucrania y regresar a México.
Los mexicanos sobrevivientes de la invasión rusa volvieron a casa. Pero el caso de Jesús es distinto. Él no tenía una vida en Ucrania, no conocía a nadie por allá ni hablaba ucraniano, ruso o rumano. A él lo invitaron a hacer “pintura y pasta” aunque ni siquiera tiene muy claro quién, y eso, es lo peor. Ayer volvió a México, no sólo asustado, también sin su pago.
Jesús le llama “la sorpresa” al inicio de los bombardeos. En octubre lo invitaron a trabajar como albañil en la capital de Hungría, donde estuvo cuatro meses, luego conoció a “esa persona” que lo llevó a Kiev.
“Me tocó, pero no lo fuerte”, dice como consuelo a MILENIO, y cuenta que estaba trabajando cuando comenzaron a escucharse los primeros bombazos.
“Escuchamos el tronido y luego dijeron: ‘¡corre, corre!’, y ya, corrimos como pudimos”, recuerda. “Y de ahí nos llevaron a Budapest, llegamos a una iglesia y nos trajeron a Bucarest, a un albergue y ya, hasta aquí”.
Él y sus dos acompañantes viajan en silencio en el segundo vuelo de rescate de la Fuerza Aérea Mexicana para las personas varadas en Ucrania. Los albañiles del Estado de México eligieron los últimos tres asientos disponibles, cerca de las cajas con insumos y personal mecánico militar. En el largo trayecto de alrededor de 20 horas, aprovechan para descansar.
Un vuelo de regreso complicado
Jesús y sus acompañantes son parte del grupo de 62 personas rescatadas de la invasión rusa: 57 evacuadas por autoridades mexicanas (24 connacionales más 33 de nacionalidad ucraniana) y cinco por otros gobiernos, familiares de peruanos.
Ayer los connacionales y sus familias llegaron a suelo mexicano después de semanas intentando huir del conflicto armado.
Todos sabían que estaban en un vuelo complejo: adultos, niños, militares, gatos y perros. El pasillo del avión se convertía a ratos en pista de cochecitos, en cancha para rodar pelotas o en pasillo de caminata para que las adultas mayores no se sintieran mal.
Los elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional previeron cada emergencia y posibilidad de caos en el vuelo: desde asientos vacíos por si una persona adulta tenía malestar pudiera recostarse, hasta dulces, papitas fritas y juguetes para las niñas y los niños, intercalados en el largo viaje para distraerlos; y espacio para que los perros y los gatos salieran de sus transportadoras en momentos autorizados.
Jesús no estuvo en combate, no tomó las armas ni emboscó a ninguna tropa, solo tuvo mala suerte y acabó en el lugar y el momento menos indicados. Eso sí, no descarta volver, para trabajar en pintura y pasta, allá donde pese a la guerra, pagan bien. Por lo pronto, hoy, contará a Ecatepec cómo suenan las bombas, cómo un mexiquense escapó de la invasión rusa.
PGG