Ha transcurrido alrededor de una década desde la peor época de violencia en Nuevo León, pero las heridas a las familias difícilmente podrán cerrar.
Es el caso de los desaparecidos, hombres y mujeres de todas las edades y estratos sociales, quienes desaparecieron y en el mejor de los casos ubicaron sus restos, y de otros nunca volvieron a saber.
Susana Castillo aún busca a su esposo Humberto Reyna, desaparecido en 2011 cuando fue a su trabajo como escolta. Ahí descubrió lo que es vivir en una constante pesadilla, misma que no se detiene, pues cada jornada hay desaparecidos.
María del Socorro González corrió con un poco más de suerte, pues después de años halló un diminuto fragmento de su hijo José Roberto Mendoza, desaparecido en 2011.
La vida le cambió, pero hoy lucha desde la Red Eslabones, en busca de los desaparecidos de otras familias.
Yolanda Navarro busca a su hijo Luis Alberto Navarro, desaparecido hace 12 años, y de quien no se tiene pistas. Ellas han tenido que hacer el trabajo de las autoridades, que señalan, presentan nulos avances.
Este martes 30 de agosto, todas ellas, y muchas más, se reunirán en el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, una jornada que no debería existir, pero que lamentablemente existe.
No es un día para conmemorar, sino para recordar. Recordar que hay miles que salieron de casa y nunca regresaron, y con ellos, el alma de sus familiares, que vagan en busca de respuesta.
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