En dos contragolpes, en un margen de sólo tres minutos, entre el 83 y el 86, el Atlético de Madrid completó el naufragio al que había apuntado mucho antes contra el Bayer Leverkusen, que lo sobrepasó a última hora sin una sola excusa válida, ni siquiera el penalti que no entendieron así ni el árbitro Michael Oliver ni el VAR en la primera parte, en un partido incierto siempre, en el que jamás se decidió ir a por él de verdad, con toda la rotundidad de un equipo que pretende aspirar a todo en esta temporada.
Y lo pagó, cuando el empate parecía el destino invariable del encuentro, que incide de nuevo en las dudas de un equipo que especuló toda la primera hora del partido y reproduce todos los defectos de los últimos tiempos del conjunto rojiblanco, apartado de la primera posición y relegado a la tercera plaza porque le faltó ambición al principio, porque nunca fue a por el triunfo con la rotundidad que debe y porque después se hundió por detrás.
Temía Simeone el contragolpe del Bayer Leverkusen, cuya fama ofensiva recorre el continente, tanto como sus defectos defensivos. Ni lo primero lo notó demasiado el Atlético en la primera parte (después, nada más iniciarse el segundo tiempo, sí), cuando no asumió riesgos y se armó en la defensa de cinco de siempre, pero con ciertos matices, ni lo segundo lo descubrió apenas en todo el partido, sin casi oportunidades... Y con polémica.
Nadie en el terreno de juego, quizá, sabe por qué obvió el VAR la señalización de un penalti que lo pareció en toda su extensión en el minuto 21, con todo lo que eso supone en un partido que se movía sobre el equilibrio. Cuando Nahuel Molina centró al área, en una jugada de estrategia, el balón golpeó en la mano de Tapsoba, extendida, ocupando un espacio, interrumpiendo la trayectoria del pase. La pena máxima parecía indudable, ineludible para el Bayer Leverkusen, en cuanto el vídeo entrara en la ecuación para decidir.
Ya Michael Oliver, el árbitro sobre el campo, no lo percibió suficiente como para señalarla el lanzamiento de once metros. Su decisión la confirmó el VAR. Su criterio -o su error- provocó la incredulidad de cada uno de los futbolistas del Atlético, que no entendían como tal acción no había sido considerada como penalti. No habría importado tanto, en cualquier caso, de no ser porque, en esa misma jugada, Hermoso falló el gol con casi todo a su favor.
Que las únicas ocasiones de todo el primer tiempo llevaran la firma de dos centrales (la citada de Hermoso entonces y otra de Felipe Monteiro, a pase también de Hermoso) reflejó el ataque insustancial en el que se movió el Atlético todo el primer tiempo y más allá, hasta la hora de partido, con la única luz, tan resplandeciente como intermitente, de Joao Félix, al que se le intuye como un futbolista tremendo cada vez que entra en acción.
Cuando toma la pelota, demasiado poco para todo el fútbol que desprende, para toda la trascendencia que debe tener en el Atlético, siempre se percibe algo diferente, porque tiene velocidad, talento, ingenio, desborde, gol... Pero también termina demasiadas veces, casi siempre, en nada, aturullado en un regate de más, invisible para algún compañero o enredado en algún pase que desdibuja su fenomenal visión hacia adelante.
Su constancia aún es su debe, ajeno a la presión de todo lo que se espera de él, convencido de todo lo que tiene dentro, de sus condiciones incuestionables y de su facilidad para jugar, driblar y conducir. No hay ninguna duda de todo eso. Pero el campo pide más, toda la determinación de un futbolista de su clase, si quiere alcanzar todo lo que se le presupone y que aún no es. Lo será en cuanto sus detalles sean mucho más tangibles en el marcador.
No todo es, ni mucho menos, responsabilidad exclusiva suya, porque juega en un ecosistema en el que su movilidad no está correspondida con los balones que recibe, por mucho que cada una de sus intervenciones fueron lo mejor de largo en toda la primera parte del Atlético, del Leverkusen y del partido, mientras que los futbolistas locales tenían muy clara la forma de pararlo: cada giro, una falta; cada regate, otra; cada acción, al suelo.
Quizá, también, un hombre como Griezmann por detrás suyo -o por delante- contribuiría en el fútbol ofensivo que necesita el Atlético, pero el internacional francés sigue para la última media hora, entre el pulso que sostienen el Barcelona y el conjunto rojiblanco a cuenta de los 40 millones que debería pagar el club madrileño al azulgrana si juega al menos 45 minutos en el 50 por ciento de los encuentros que esté disponible. Está en el 71 por ciento.
Para cuando entró al terreno de juego, otra vez por encima de la hora del duelo (en el 61 por Nahuel Molina), el Atlético ya había sobrevivido en el alambre contra un adversario que no es nada del otro mundo. En la incertidumbre que transmite Felipe, dentro de una sensación imprevisible terrible para un central (luego también salvó un gol), surgió la ocasión que pudo cambiarlo todo, pero ni Schick, cuyo zurdazo ante Grbic lo estrelló con el larguero, ni Hložek, que cabeceó el rebote contra el poste (la palmeó salvador el portero croata), introdujeron la carambola en el marco del entonces inofensivo equipo madrileño.
No tardó ni tres minutos Joao Félix en conectar un tiro después del movimiento de piezas (también incluyó a Carrasco por Reinildo a la hora de duelo; antes del descanso había reemplazado a Saúl por De Paul) previa combinación con Griezmann. Ya fue otro Atlético, que jugó todo el rato en campo contrario, encerró a su contrincante y lo puso contra las cuerdas, pero sólo un rato, en esa montaña rusa en la que está subido desde hace un año, en la que sufrió otro golpetazo, derrotado en tres minutos por el Bayer Leverkusen: en el 68 entró Frimpong, decisivo; en el 83 marcó el 1-0 Andrich y en el 86 sentenció Diaby.
AM