Walid Regragui es ya uno de los nombres del Mundial. Cada vez que tiene ocasión, el seleccionador de Marruecos aprovecha para mostrar el orgullo de sus orígenes, para presentarse como un ejemplo de lo que el mundo árabe, el continente africano, puede aportar "si les dan la oportunidad".
A sus 47 años, este hijo de la diáspora marroquí nacido en las afueras de París, educado en la escuela francesa y formado futbolísticamente en ese país, reivindica ahora el papel del continente de sus padres, de la raza de sus abuelos.
En el primer Mundial organizado en tierras árabes, Regragui emerge como el mascarón de proa de un pueblo, no duda en defender a Qatar de los ataques "incultos" que el emirato, donde entrenó una temporada, está recibiendo de occidente.
En la primera edición en la que los cinco equipos africanos tenían a su frente a técnicos locales, el marroquí ha sido el que ha roto todos los moldes, todas las fronteras. "Eso demuestra que si nos dejan entrenar no somos peores que otros", sostiene.
Contra Bélgica firmó la primera victoria de un equipo del Magreb desde 1998 y tras empatar ante Croacia y vencer a Canadá se convirtió en el primero en superar la fase de grupos desde 1986.
Pero a cada hito repetía la misma cantinela: "Todavía no hemos conseguido nada".
Con ese nivel de exigencia derrotó a España para convertirse en el primer país árabe y el cuarto africano entre los ocho mejores del mundo y sin bajar el pistón acabó con Portugal y ya figura entre los cuatro últimos, una altura que ningún otro país del continente había alcanzado.
Ahora desafía a Francia, la campeona, su nación de nacimiento, el país que acoge a la mayor parte de la diáspora marroquí, el espejo durante años, el maestro al que el alumno quiere derrotar.
Regragui jugó en varios clubes franceses, fue un buen lateral que hizo la mayor parte de su carrera en el Ajaccio, en Córcega, pero dio un salto a la liga española, en el Racing de Santander, donde no acabó de cuajar.
MPP