Inmerso en una vorágine de amenazas contra diversos países, Donald Trump parece levantar sendos “muros” frente a dos de sus principales competidores en el tablero de la geopolítica: quiere comprar Groenlandia para protegerse de los rusos y controlar el Canal de Panamá para contener el boyante comercio de los chinos.
Aunque el próximo presidente de Estados Unidos Donald Trump es un negacionista de la crisis climática –“es un engaño gigante”, ha declarado–, las iniciativas más impactantes en política exterior que ya anunció, anexarse Groenlandia y tomar el control del Canal de Panamá, derivan de ambiciones originadas precisamente en el calentamiento global.
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La primera solía ser una isla tan inmensa como alejada de la atención pública. Esto cambia drásticamente como consecuencia del derretimiento de sus glaciares, lo que deja al descubierto grandes recursos minerales para su explotación, así como de la reducción de las capas de hielo del Océano Ártico, que lo abre al tráfico marítimo y lo coloca en el centro de las rivalidades entre Estados Unidos y Rusia en lo económico, lo militar e incluso, en el plano espacial.
El impacto del cambio climático en el Canal de Panamá es el contrario, porque ha provocado una sequía que complica el paso de buques que ya estaban excesivamente demandados. Por esa razón Washington aspira a adquirir una influencia determinante en su administración para garantizar prioridad a sus flotas comercial y militar, en detrimento de las chinas y de otros competidores.
A pregunta directa sobre si emplearía la fuerza militar para imponer su voluntad en Groenlandia y Panamá, Trump dejó claro que es una de las opciones que considera.
Cautos y descolocados ante un poder impredecible, como el que adquirirá Trump al tomar posesión el 20 de enero, los líderes europeos han reaccionado de forma tibia y descoordinada ante la pretensión expresada por su aliado dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de despojar a uno de los miembros de la Unión Europea, Dinamarca, a quien se le reconoce la soberanía sobre Groenlandia desde el siglo XVII, en cuya ayuda deberían actuar de manera inmediata en caso de ataque, según el pacto comunitario.
En América Latina, la mexicana Claudia Sheinbaum, el colombiano Gustavo Petro, los gobiernos de Chile, Bolivia y Venezuela, y el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, respaldaron al presidente de Panamá, José Raúl Mulino (quien declaró que “cada metro cuadrado del Canal de Panamá y sus zonas adyacentes es de Panamá y lo seguirá siendo”), y exigieron el cumplimiento de los Tratados Torrijos-Carter por los que Estados Unidos cedió la infraestructura canalera.
Pero ningún acuerdo los obliga a intervenir a favor de Panamá si Trump decidiera actuar militarmente.
¿Por qué Trump quiere el control del Canal de Panamá?
China es la justificación que usa Donald Trump para romper su tratado con el país centroamericano. “El Canal de Panamá es vital para nuestro país, lo está operando China. ¡China! Le dimos el Canal de Panamá a Panamá, no a China”. Y se quejó porque a las naves estadunidenses les cobran tarifas “exorbitantes”.
En entrevista con Associated Press (AP), la agencia emblemática de Estados Unidos, el administrador del Canal de Panamá, Ricaurte Vásquez Morales, explicó que un consorcio chino opera los puertos de Balboa y Cristóbal en las entradas de la vía, lo que es producto de un proceso de licitación realizado en 1997, cuando Estados Unidos todavía controlaba la ruta (fue traspasada a Panamá en 1999), que ganó una empresa con sede en Hong Kong. Y aclaró que también hay compañías de otros países, como Estados Unidos y Taiwán, a cargo de otros puertos.
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Añadió que no es posible darles preferencia a los buques estadunidenses porque existe un Tratado de Neutralidad al que se han adherido 40 naciones, incluyendo Estados Unidos, que establece que todas las naves deben pasar por el canal bajo las mismas reglas, y que “no hay discriminación en los peajes. Las reglas de precios son uniformes para todos los que transitan por el canal”.
Si el incremento del tráfico ya ha convertido el Canal de Panamá en un cuello de botella gigante, la crisis climática lo ha hecho peor: la grave sequía que afecta al país desde 2023 provoca que los niveles del lago artificial Gatún, que suministra agua para el canal, caigan varios metros, lo que hizo que durante el año fiscal 2024 el paso de buques se redujera en 29 por ciento.
De manera que el problema para Estados Unidos no son las operadoras de los puertos sino la flota comercial china, que mantiene un importante ritmo de crecimiento y compite en oportunidades de paso con la estadunidense.
¿Por qué Trump quiere hacerse de Groenlandia?
En 2009, los 56 mil habitantes kalaallit, un pueblo indoamericano que es parte de los inuit o esquimales, consiguieron que Dinamarca reconociera su derecho a un referéndum para decidir su posible independencia, que no se ha celebrado todavía. Ahora, sus aspiraciones son amenazadas por las pretensiones de Trump.
Tanto el primer ministro Mute Egede, quien encabeza el gobierno autónomo groenlandés, como la primera ministra danesa Mette Frederiksen, están buscando formas de acomodar sin confrontar las aspiraciones del presidente electo, manifestándose dispuestos a conversar “para garantizar los legítimos intereses estadunidenses” en el Ártico.
El interés de Estados Unidos sobre Groenlandia se remonta a 1868, cuando propuso comprarlo. Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras Dinamarca estaba ocupada por el ejército alemán, el estadunidense hacía lo mismo con la gran isla nórdica y en 1941 estableció la que hoy es conocida como Base Espacial de Pituffik, que juega un papel clave en el sistema de alerta temprana y defensa de misiles de Estados Unidos y desempeña un papel crítico en la vigilancia espacial. Existen proyectos para ampliarla y mejorar las capacidades para monitorear los movimientos navales rusos y chinos en el Océano Ártico y el Atlántico Norte.
En 1946, Copenhague rechazó la oferta de 100 millones de dólares en oro que hizo el presidente Harry Truman por Groenlandia.
El valor comercial y estratégico de Groenlandia creció significativamente en los últimos años, pues su enorme capa de hielo pierde un promedio de 30 millones de toneladas por hora, despejando territorios, que según un informe de 2024 de la revista ‘The Economist’, son excepcionalmente ricos en los llamados “minerales críticos”.
Cuenta con yacimientos identificados de 43 de esos 50 “minerales esenciales para las tecnologías que producen, transmiten, almacenan y conservan energía”, y que, según un informe del Departamento de Energía de Estados Unidos, tienen “un alto riesgo de interrupción de la cadena de suministro”.
China es un proveedor clave de varios de estos “minerales críticos” y, como parte de la guerra comercial en curso con Estados Unidos, ha estado aumentando las restricciones a sus exportaciones, por lo que el acceso a los recursos de Groenlandia daría a Washington mayor seguridad en su cadena de suministro.
La oportunidad de negocios es tan atractiva que los Trump ni siquiera pretenden disimular: si Donald padre amenazaba con el uso de la fuerza militar el 7 de enero, el mismo día su hijo Donald Junior arribaba al pequeño aeropuerto de Nuuk, la capital groenlandesa, en un enorme avión Boeing 757 marcado con la palabra “Trump” en grandes letras, dispuesto, dijo, a “hacer que Groenlandia vuelva a ser grande”, y acusó a Dinamarca de impedir que la isla desarrolle “los grandes recursos naturales que posee, ya sea carbón, uranio, otros minerales raros, oro o diamantes”.
La dramática reducción del hielo marino también está abriendo el Océano Ártico, tanto a nuevas rutas de navegación como a la explotación submarina de minerales e hidrocarburos. Los países colindantes ya compiten por el control, lo que alarga enormemente los puntos de contacto directo entre Rusia y Estados Unidos, que antes solo estaban en el estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska.
Washington y Moscú rivalizan en sus aspiraciones a aumentar sus capacidades de control marítimo, territorial, aéreo y espacial sobre esta región.
Por su parte, China tiene un importante interés directo porque las nuevas rutas, particularmente la transpolar que atravesará el Polo Norte, podría quedar abierta en una década y representará un enorme recorte de tiempo de transporte entre sus costas y las de Europa y la oriental de Estados Unidos.
Quizá Trump preferiría mandar a los chinos por el Canal de Panamá… pero ahí tampoco los quiere ver.
KT