Dos hijos muertos y siete años sin saber por qué 

Como secretario de Seguridad Pública de Guadalupe, José Santos Almaraz logró detener a varios integrantes del crimen organizado, recibió amenazas de muerte y sufrió un atentado.

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MONTERREY.- Desde el momento que decidió convertirse en policía, José Santos Almaraz Ornelas estaba consciente de los peligros a los que diariamente tendría que enfrentarse.

Santos era un hombre fuerte, valiente y decidido, por eso sin titubear se enroló como elemento de la Policía Estatal, ahora Fuerza Civil. 

El nuevo policía no solo tenía que dar el buen ejemplo a la sociedad a la que ya servía, sino también a su familia. 

Con ese objetivo inició su carrera policiaca. Quería ser el mejor y por su entrega, capacidad y disciplina al poco tiempo fue reclutado en la Policía de Caminos. 

Una vez que se integró al grupo Élite, las consignas de trabajo fueron de mayor responsabilidad e inteligencia. 

En distintas ocasiones estuvo a punto de perder la vida al desafiar a los narcotraficantes que se habían establecido en las zonas rurales más recónditas del estado. Era arriesgado, pero también prudente.

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Quería vivir para su familia, ver crecer a sus hijos, por eso cada que salía de su casa levantaba la mirada al cielo y en silencio pedía protección a Dios.

Santos salió victorioso de casi todas las encomiendas que sus jefes le hicieron. Fue recompensado. 

Por ser uno de los elementos del grupo Élite más disciplinado y temerario, su carrera policiaca se catapultó de manera vertiginosa.  

En el 2006, cuando el crimen organizado había implantado el terror en toda el área metropolitana de Monterrey, fue designado como secretario de Seguridad Pública de Guadalupe. 

Gracias a las recomendaciones de altos jefes policiacos, la entonces alcaldesa Cristina Díaz (2006-2009) depositó en él toda su confianza para combatir el crimen. 

Desde el momento que ocupó su puesto trató de limpiar el municipio que estaba infestado de temibles narcotraficantes y delincuentes. 

Su severa actuación en poco tiempo dio frutos. Logró detener a varios integrantes del crimen organizado, bandas de secuestradores y narcomenudistas.

También aseguraron grandes cantidades de droga. Los capos, como era de esperarse, le declararon la guerra. Recibió amenazas de muerte y en el 2008 sufrió un atentado.

Fue perseguido y rafagueado por un grupo de narcos en el bulevar Miguel de la Madrid. Sus escoltas repelieron el ataque. Almaraz salvó su vida.

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Pero su buena suerte comenzó a declinar. En un operativo que el Ejército realizó en una casa de seguridad se encontró una narcolista. Aparecía su nombre. Recibía 4 mil 500 pesos cada 15 días por dejar operar libremente a la delincuencia organizada. Surgió el escándalo.

En noviembre del 2009, Almaraz y otros jefes policiacos fueron detenidos. Él fue trasladado a la Siedo, en el Distrito Federal, ahora Ciudad de México. 

Luego de ser interrogado, ingresó al penal de Almoloya. Fueron días difíciles. Proclamó su inocencia. Solo su familia lo reconfortó.

 A los pocos días salió libre. No hallaron ninguna evidencia que lo ligara con el crimen organizado. Estaba limpio. 

Poco después, Aldo Fasci, quien en ese tiempo era también secretario de Seguridad Pública, le dio el puesto de encargado del proceso sobre la homologación de las Policías de la zona metropolita.

Su nombramiento causó tanta polémica que Fasci, presionado por los opositores, tuvo que recular en la designación, a pesar de tener el apoyo del gobernador. 

Fueron tiempos difíciles para Almaraz, pero el 1 de junio del 2012 fue una fecha que no sólo trastocó su vida familiar, sino que lo destrozó por dentro. 

Esa noche, dos de sus hijos, Diego Salvatore y Héctor Daniel Almaraz Huerta, de 20 y 19 años, tripulaban su camioneta Nissan XTerra acompañados de dos amigos: Adán Zapata, de 21 años, e Iván de Jesús Serna, de 25. 

Tres de ellos: Diego, Adán e Iván eran integrantes del grupo musical de hip-hop Mente en Blanco. Para ellos su plática e incluso su vida era la música y el rap. 

Hablaban de sus últimas rolas. Eran canciones de protesta, de libertad. Criticaban el abuso, la maldad, la prepotencia y la discriminación de los potentados contra los pobres. 

Querían triunfar, soñaban vender muchos discos. Y lo estaban logrando. Pero ese viernes 1 de junio de 2012 sus sueños se iba a esfumar de manera abrupta. 

En el momento que circulaban por Corregidora, entre Conductores y Hércules, en Hacienda los Morales, fueron interceptados por un grupo armado que conducía dos vehículos. 

Los cuatro jóvenes aterrados frenaron su camioneta. Los sicarios con armas largas los obligaron a bajar. 

Obedecieron y en ese instante sin clemencia los rafaguearon; tres cayeron muertos. Héctor Daniel murió en el hospital.

Poco después, Leo Ismael Ordaz Sauceda, ‘El Flaco’, fue detenido cuando trataba de huir en un Grand Marquis blanco, donde llevaba dos armas largas y cuatro pistolas. 

Confesó pertenecer al cártel del Golfo y que sus jefes les dieron la orden de ejecutar a los cuatro chavos. 

El motivo: porque eran "contras", que pertenecían a otro grupo. Nadie creyó que los raperos pertenecieran al crimen organizado, menos que vendieran droga.

Sin excepción, en las redes y en muchos barrios dijeron que eran buenos chavos, que solo vivían para la música. Lamentaron su cruel muerte y pidieron justicia. 

También surgió el rumor de que era una venganza de los narcos en contra de Santos Almaraz. Él mismo lo desmintió. 

Sin embargo, a siete años del sangriento hecho, no se sabe por qué razón sacrificaron a los cuatro jóvenes. 

¿Drogas, venganza? Sea cual fuere el motivo, la realidad es que el ex jefe policiaco lleva siete años de dolor y con la mente en blanco: no entiende por qué la muerte injusta de Diego Salvatore y Héctor Daniel, sus amados hijos.

Dicen que los hijos deben enterrar a sus padres, pero cuando un padre entierra a un hijo, es uno de los peores dolores. Para Santos Almaraz el martirio fue doble y hasta la fecha no encuentra un motivo que explique los dos sacrificios.

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