Gas pimienta
Editorial Telediario
Alfonso Villalva
Elizabeth dijo llamarse. Soy oriunda de Knoxville, Tennessee, señaló. Llorando, restregándose los ojos con una toalla. Señalándose como una víctima, inocente, apuntando su índice flamígero a los policías que artera, abusiva e injustamente, le rociaron gas pimienta en la cara pues, incomprensiblemente, decidieron no franquearle el paso cuando metió un pie para allanar el Congreso de los Estados Unidos de América.
Pobrecilla, inocente paloma. Mire usted que aguantar a estos abusadores del orden público que se atrevieron a intentar evitar daños y destrozos personales y materiales. ¿Cómo se atreven? Ella clamaba con una convicción cuasi religiosa que los policías armados antimotines no se enteraban de nada.
¿Qué no entienden? -decía entre sollozos Elizabeth, oriunda de Knoxville, Tennessee-, ¿no comprenden que esto es una revolución?
Azuzada por los mensajes cifrados del inquilino de la Casa Blanca que en una especie de acto peliculesco convocaba a las masas a irrumpir en la escena del colegio electoral para evitar -según su propia retórica de fantasía-, que legalmente se reconociese al siguiente presidente de la nación americana.
Victimizada -hacía entender Elizabeth- por el pernicioso orden legal, haciendo a un lado su escandalosa ignorancia que, aunque a los ojos de cualquier espectador era monumental, estaba muy lejos ella de ser consciente de su descomunal proporción.
Parecía que al fin nos olvidaríamos de todas las calamidades del funesto 2020, para concentrarnos, ahora sí, sin distracciones y de lleno, en la crisis económica, la pérdida de empleo, la falta de consumo que conjuntamente son el tema central del nuevo año que apenas abría sus ojitos en la víspera del día de Reyes.
Se acabó la aparente calma con un garrotazo de esta realidad que hemos ido forjando en el planeta durante los últimos años en el vientre del populismo, la ignorancia y el divisionismo. Los vándalos al abordaje en plena cresta del rebrote del Covid.
Masas movilizadas por un fanatismo ciego, con una irreverencia por lo establecido, con una furia por destruir sin un propósito claro siquiera, mucho menos una causa. Autómatas manipulados por líderes populistas que los orillan al extremo de la histeria peleando por unos fantasmas solo existentes en su febril imaginación, sacrificando vidas (hasta el momento de escribir esta columna llevábamos cinco muertos en el asalto al Capitolio), llenando sus manos de sangre con el cinismo de culpar siempre a otros.
Los Reyes Magos traían en sus alforjas un gráfico e inverosímil ataque en Washington, D. C. a uno de los símbolos de la democracia y libertad, pero sobre todo traían esta patente de lo que nos hemos convertido como sociedad: una caterva de autómatas fundamentalistas de estupideces, polarizados los unos contra los otros, destruyendo el poco valor que nos queda en beneficio de unos agitadores que, merced a nuestra ignorancia y estulticia, se han hecho del poder de manera inverosímil.
Una turba peleonera que no sabe ni por qué protesta, que no mide las consecuencias de sus actos y que se victimiza cuando llega la hora de pagar las cuentas. Un día de mañana que se torna acaso más oscuro ante la ausencia de esa luz al final del túnel que nos regrese un poco a la cordura y al entendimiento.
Cuantas veces más vamos a ser Elizabeth, de Knoxville Tennessee, o de cualquier otro rincón de los Estados Unidos y del resto del planeta, antes de seguir pereciendo y desgraciando nuestros patrimonios y porvenires individuales y colectivos. Pues como dijo ella: ¿no se dan cuenta que esto es una revolución.?.. de idiotas.
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