MÉXICO.- En una vivienda de ladrillo y piso de cemento, Madison Camila Salazar Mandujano, de 12 años, toma posición con el violín, sus dedos presionan con sutileza las cuerdas y el arco emana sonidos que la trasladan a un mundo alejado de enfermedades y de una supuesta sentencia de muerte.
Hace un año, cuando la menor saltaba “como chango de un árbol a otro", como describe su padre, Raúl Rubén Salazar, comenzó a sufrir un extraño dolor que para los médicos especialistas consultados era causado por el crecimiento de huesos. En realidad era un cáncer poco común.
“Tiene sarcoma de Ewing en etapa cuatro, con metástasis pulmonar”, explica el papá de Cami, como la llaman.
En el Hospital Infantil de México "Federico Gómez" informaron a la familia que el cáncer se expandió rápido en los tejidos blandos, cadera, pelvis, vértebras y columna. No hay nada que hacer. Pero Cami no tiene miedo.
Está convencida que los médicos no tienen la última palabra y que a través del violín, que le donó la Fundación Make-A-Wish México, puede sumergirse en las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, autor que conoció a través de una película, y sigue siendo su compositor preferido, sobre todo por “Verano”, un poema sinfónico que describe la naturaleza, los pájaros, las noches cálidas y la terrible tempestad.
“Vi la película Bailemos y escuché el sonido particular de unas cuerdas. Sentí muy bonito en mi pecho y al llegar a mi oído me tranquilizó. Luego mi papá me dijo que se trataba de Vivaldi. Empecé a escuchar más de su música y me imaginaba tocando el violín, hasta que me cumplieron mi sueño”, relata Cami cuyas extremidades inferiores ya no responden.
Ella recibe clases particulares y gratuitas del violinista profesional Carlos Rosas Bernal, de origen colombiano, quien ha tocado en los principales centros, sinfónicas, filarmónicas de México así como con músicos populares como Luis Miguel, Armando Manzanero y Alex Lora.
Tocar con virtuosos y famosos no impidió que Rosas Bernal atendiera la solicitud de la Fundación Make-A-Wish México de darle clases gratuitas a Cami: “es una niña maravillosa, no sé si es su último deseo, pero como músicos nuestro legado debe ser heredado”.
Con Cami no hizo una concesión piadosa. La niña se ganó su respeto y también el de su colega Beata Kukawska Kuryzna.
“Es el alumno ideal para todo profesor, no solo quiere estudiar, tiene mucho talento”. Hoy ya toca la pieza “Estrellita”. Cuando Rosas Bernal se conecta virtualmente los viernes con Camila solo ve a una niña ávida por aprender.
“Desahuciada... no, esa palabra suena muy fuerte. He visto a músicos que han gastado todos los años de su vida trabajando y trabajando para generar mucho dinero, para generar ganancias cuantiosas y tener muchas propiedades, carros, y no los veo satisfechos. A ellos sí los veo desahuciado realmente, a ella no.
“Ella está viviendo plenamente cada momento y eso la hace vivir muchos años más que otras persona que solo recaudan dinero y cosas”, comenta el violinista.
Tocar forma parte de los instrumentos más complejos. Se requiere de un buen oído, y saber cómo usarlo: posar la cabeza en la barbada, mover el arco de manera recta, como si estuviera flotando cuando la nota es suave o con mayor energía cuando la partitura requiere de un brazo con mayor fuerza. Los dedos no deben invadir las cuerdas, un milímetro de más y todo se desafina.
Cami, en cinco sesiones, ha aprendió más que cualquier otro estudiante. Sus diminutos dedos saben identificar las cuatro cuerdas del violín, desde la más grave hasta la más aguda, sol, re, la y mi, y con la mano derecha desliza el arco.
“Tocar me hace olvidar, no recuerdo (la enfermedad), yo vivo mi vida normal…deseo ser violinista, o una arquitecta o doctora para ayudar a los niños”.
En un principio, Cami acudía a la escuela pública, iba en el quinto grado. Empezó a sufrir de dolor en el tobillo durante el día, después se pasó a la rodilla y a la cadera, pero de forma permanente. Empezó a cojear. No salía al recreo.
“No dormía por el dolor. Iba a hospitales, me hacían estudios, decían que era crecimiento de huesos, que no tenía nada grave”.
Luego, una médica de farmacias similares detectó la enfermedad y orientó a la familia sobre dónde llevar a la niña. Cami, en ese momento, tenía temor de acudir al médico por aquello de los piquetes, pero con el paso del tiempo su carácter se fortaleció al grado de tomar severas decisiones, una de ellas, el autorizar la amputación de una pierna. Ese procedimiento quirúrgico ya no fue posible.
“Tuve miedo (de perder mi pierna), después le pedí mucho a Dios que me diera la sabiduría, el entendimiento, que si lo tenían que hacer que lo hicieran. Yo hablé con mis papás y les dije que me quiten lo que quieran, solo quiero estar bien con ustedes y sin dolor”.
En el hospital ha visto a niños que, como ella, reciben quimioterapias que disminuyen sus energías. Algunos de sus amiguitos, como los llama, han sufrido alguna amputación de extremidades, de una mano, otros, sencillamente, se quedaron dormidos.
“A un amigo le amputaron su mano. Tenía un amigo llamado Santiago, él era muy bueno, tenía leucemia pero falleció porque no le pudieron hacer el trasplante”.
La cirugía en su caso ya no es posible.
“El doctor me dijo que no había muchas posibilidades de quitarme lo que yo tenía, porque estaba muy avanzado, muy grande y en un área muy peligrosa. Yo entendí que los doctores no van a hacer nada con respecto a mí, lo que van hacer es mantenerme, para que no tenga dolor. Sí me puedo ir, pero yo creo mucho en Dios, y yo voy a salir adelante con mi fe”.
La menor cubre su cabeza con mínimo cabello con una gorra gris.
“Yo me corté mi cabello, me dio alegría, porque sé que vuelve a crecer”.
Sus padres, María Elena Mandujano Sánchez y Raúl Rubén Salazar, se encargan de movilizar a la talentosa Camila, en una especie de andadera o carriola, que adaptaron y hace las veces de silla de ruedas. Suben y bajan por las pesadas escaleras de su casa de yeso.
La enfermedad y la pandemia dejaron sin trabajo a ambos padres. Sobreviven por la familia política y lo que sale en el día. Cami, para costear sus traslados al Hospital Infantil de México Federico Gómez, mismo que le queda a casi dos horas de camino, comenzó a vender dibujos. Le fue muy bien. Todo al gusto del cliente, princesas, caricaturas, cartas muy creativas con diversos pliegues, multicolores. Eso sí, se reserva el gusto de hacer con papel a color mochilas, tazas y cuadernos perfectos para sus muñecas.
“Yo quiero mandarle un mensaje a todos los niños: nunca se rindan, la última palabra no es lo que digan los doctores, (esa) la tiene Dios”, mencionó la menor. Para Cami su violín es su mayor tesoro como también la versión en miniatura otorgada por su profesor. Un violín profesional de más de 18 mil pesos gestionado por la Fundación Make-A-Wish, que tiene presencia en 39 países.
“Hemos cumplido en México mil 500 deseos”, explica José Bravo, su director general, con sede en México.
“Antes dábamos viajes a Disney, por ejemplo, con la pandemia todo cambio. Cami solo quería el violín y sus tostadas de pulpo con camarón. Le cumplimos su deseo”.
La música ha sido la mejor terapia para Cami, quien regala una gran sonrisa y expresa sus enormes deseos de vivir a todos los que la escuchan. Sus padres tienen cierta angustia y vergüenza.
Para ayudarlos con los traslados se puede depositar en la cuenta de BBVA con Clabe 012180028867758618/ número de cuenta 2886775861/ débito 4152 3136 430346 50, con el nombre de Rubén Salazar Saldaña.
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