Ellos fueron quienes lo hundieron de por vida en prisión, pero el hecho innegable es que todos venían del mismo lugar: crecieron juntos en la sierra de Sinaloa, cosecharon y traficaron sustancias ilícitas, eran compadres por apadrinar unos a otros a sus niños. Así, aunque en enero del 2019 algunos de esos testificaron en su contra, no pudieron evitar mirar a los ojos a Joaquín El Chapo Guzmán y asomar lo que parecía un pequeño gesto de afecto.
La audiencia del 3 de enero era la primera de 2019, pero el juicio había arrancado dos meses atrás. Justo ese día se sentaron a testificar las cabezas del Cártel de Sinaloa en contra de su socio Joaquín El Chapo Guzmán. Este sería el primer juicio de un narco mexicano, con jurado, fiscales y juez, todo al estilo de película hollywoodense de abogados.
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Y sucedieron por primera vez hechos inéditos, los cuales fueron registrados en documentos a los que tuvo acceso MILENIO.
“Rey Zambada, así como el señor Cifuentes, están mirando al señor Guzmán, sonríen. Este tipo, Zambada, quien está en el estrado en este momento, guiñó un ojo e hizo un gesto facial al señor Guzmán. Y Cifuentes, cuando pasaba, mientras se iba, hizo [un gesto] como de un pequeño abrazo”.
El Chapo les regresaba la mirada y a veces hasta sonreía. Tan extrañas eran ese tipo de muestras de camaradería que uno de los abogados del Chapo, Eduardo Balarezo, quien evidentemente no podía descifrar las señales, interrumpió la audiencia para decirle al juez lo consternado que se sentía por tales muestras.
El hecho es que hasta esa mañana nadie, fuera de los narcos, entendía lo que dijeron sin hablar. Lo que después resultó evidente era que, a pesar de que se mantenían algunos códigos, la ley del silencio, la omertá de esos criminales, estaba por concluir.
Cantó El Vicentillo, su compadre
Ante 12 jurados, de los cuales seis de ellos hablaban español y por ende entendían perfectamente las declaraciones de los ex cómplices de Guzmán, quien primero se expresó fue Vicente Zambada Niebla también conocido como El Vicentillo, hijo de Ismael El Mayo Zambada. Sus declaraciones y las de otros personajes hechas antes ese jurado, se pueden leer en los documentos que MILENIO revisó.
“Sí, mi padre es El Mayo, el padrino, y entre las personas que estaban más cerca, como mi compadre Chapo le dicen La Cocinera. Era un código que utilizaba para referirse a mi papá. Pero El Chapo es mi compadre, él bautizó a mi hijo menor. Y bueno, mi esperanza, basada en este acuerdo, es que me reduzcan la pena”, declaraba El Vicentillo.
El hijo del capo del Cártel de Sinaloa fue el primero en aceptar ante un jurado que, en efecto, su declaración lo ayudaría a salir de prisión. Admitió haber entregado 1.37 millones de dólares al gobierno de Estados Unidos, y que su familia recibió beneficios migratorios para ingresar a ese país.
Pero esas confesiones no restaron peso ni importancia a la hora de decidir la sentencia de El Chapo. Su testimonio, desde que empezó a hablar, fue contundente contra su compadre.
Contó, por ejemplo, cómo incursionó en el negocio de las drogas con Joaquín Guzmán en 1994. En ese año, en Cancún, el mismísimo Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, les enseñó a descargar las aeronaves con cocaína que venían de Colombia. Y relató la manera de cómo ascendió en la organización, cuando la familia Arellano asesinó a su compadre. Desde entonces se volvió inseparable del Chapo, quien a su vez le detalló pasajes de su vida.
“Me contó cómo se escapó de prisión en el carrito de la lavandería, se escondió entre las sábanas y mantas. Me dijo que un hombre al que le decían Chito empujaba el carrito, pues él era un persona que normalmente salía a lavar la ropa. Cuando estaba escondido [El Chapo] iba contando las puertas, podía escuchar cómo abrían y cerraban, estaba muy feliz. Sabía que iba a salir.
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“Hubo un momento en que hasta no reímos porque Chito soltó el carro cuando estaba hablando con un policía, al que le pidió que abriera la puerta. Me imaginé que si el carro se hubiera volcado, él (Chapo) hubiera rodado y salido de ahí”.
Zambada recordó que fue gracias a él y a su padre El Mayo que Guzmán Loera pudo sobrevivir sin estar activo, debido a que tuvo que esconderse durante meses. Sabían que era muy importante que estuviera seguro, así como era vital proteger los envíos de cocaína que recibían desde Colombia, de los cuales se llevaban el 50 por ciento.
Durante el juicio El Vicentillo rememoró algunas cosas y hasta rió con cierta nostalgia. Contaba pasajes de sus labores ilegales, pero también historias personales. Como aquel día en que su compadre El Chapo bautizó a su hijo, tan solo a unas semanas de haber escapado de prisión:
“Bueno, mi compadre Chapo se presentó con el cura y dio su nombre: ‘soy Joaquin Guzmán Loera’, y ríete de esto, porque en ese momento mi compadre estaba siendo perseguido por todo México, estaba en todas las noticias”.
Pero las anécdotas se fueron tornando oscuras. Vicente Zambada habló de asesinatos a sangre fría, como el que ordenó El Chapo en contra de Rodolfo Carrillo Fuentes –hermano de Amado, El señor de los cielos–, y que dejó víctimas colaterales pues “desafortunadamente” también murió la esposa de éste en el tiroteo.
El Vicentillo narró cómo llamaba directamente a la policía estatal de Sinaloa para que pararan los operativos en su contra; de su relación con la familia colombiana Cifuentes Villa (Alex, Jorge, Francisco, Fernando, Lucía Inés), pilotos, narcotraficantes y lavadores de dinero socios del Cártel de Sinaloa, y de cómo personal de Petróleos Mexicanos les ofreció un barco para traficar droga.
Zambada Niebla reveló asimismo la manera que usaron para involucrar a ciudadanos normales en sus operaciones: durante años y desde Ciudad Juárez, Chihuahua, en carros de ciudadanos ordinarios cruzaron kilos y kilos de cocaína. Habló de la ruta de las drogas duras, que empezaba en la fronteriza Mexicali, Baja California, con rumbo a Los Ángeles.
Pero la historia de Zambada sería solo una de varias. Llegaron otros narcotraficantes quienes, frente al Chapo, confesaron actividades delincuenciales conjuntas. Uno de ellos es el tío de Vicente, Jesús Reynaldo Rey Zambada, quien reveló los sobornos que el Cártel de Sinaloa colocó durante décadas.
Turno de Alex Cifuentes, el socio colombiano
Además, hubo testimonios del narcotraficante colombiano Alex Hildebrando Cifuentes Villa, socio de Joaquín Guzmán en la conexión Colombia-México, y uno de los testigos colaboradores que hundiría al mexicano en una prisión estadounidense quizá para lo que le resta de vida.
Las afirmaciones de Alex Cifuentes arrojaron más luz sobre cómo se construyó el imperio criminal del cártel sinaloense, si bien durante el juicio en Nueva York, la defensa de El Chapo intentó desestimar este testimonio con argumentos basados en las creencias personales en brujas, ovnis y santería del colombiano. La defensa argüía que ello no lo hacía un testigo confiable, los llamaron “intereses poco ortodoxos” e intentaron que el juez Brian Cogan desestimara sus declaraciones.
Se dijo que Cifuentes Villa era proclive a teorías conspirativas, pues creía en los Illuminati, una sociedad secreta que intenta crear un nuevo orden mundial; así como en la vida en otros planetas y en los ovnis, además de estar convencido del apocalipsis que las agencias estadunidenses estarían fraguando.
La defensa del Chapo describió a Cifuentes como un narcotraficante con una naturaleza extraña, inestable y con una enfermedad psiquiátrica. “El testigo no pudo percibir con precisión los eventos sobre los cuales testificará”, sostenían. Según los abogados, durante el tiempo en que Guzmán y Cifuentes fueron socios, este contó que había visto en Discovery Channel un programa sobre una raza alienígena de 4.5 metros de altura que solía extraer metales de la Tierra.
Entre los argumentos para desestimar sus declaraciones, se afirmaba que otra de las estrambóticas creencias de Cifuentes era que el Pentágono y la CIA estaban al tanto de un apocalipsis y por tanto hacían preparativos para que la Tierra como la conocemos terminara en el año 2012. “Ha mencionado constantemente a otros la creencia sobre el inminente apocalipsis debido a la inevitable colisión de la Tierra con el planeta Nibiru y Oficuco”.
Y había más, según los abogados del Chapo. Por ejemplo, que Alex Cifuentes le habría confesado a su madre que disparó a una empleada doméstica porque sintió que le hacía brujería. Por ello, “el testigo ha aprovechado personalmente los servicios de un médico brujo en varias ocasiones”. Según el documento, un curandero le aseguró que otra persona “le había pasado la vida”, es decir, que un hombre llamado Francisco, al que asesinaron, se había apoderado de su cuerpo y que, en el momento de esa muerte, Cifuentes recordaba “haber sentido mucha energía”.
Todas estas historias no evitaron que los miembros del jurado creyeran en el testimonio del colombiano, quien aseguraba que en la sierra sinaloense se había convertido en la mano derecha e izquierda de El Chapo. A Cifuentes supuestamente se le comisionó el pago de suministros y al personal como guardias de seguridad, granjeros, mensajeros, conductores y pilotos para mover las drogas del cártel hacia diferentes destinos.
Otros peculiares testigos fueron Pedro Flores, ex narcotraficante del cártel en la plaza de Chicago; Christian Rodríguez, uno de sus técnicos de seguridad; Lucero Sánchez, examante del capo; Dámaso López, trabajador de confianza; Isaías Valdez y Miguel Martínez, que eran dos de sus pilotos y algunos más.
Gracias al testimonio de estos 14 testigos cooperantes, el 12 de febrero de 2019, tras un juicio de tres meses, Joaquín Guzmán Loera fue sentenciado a cadena perpetua por cargos de narcotráfico, portación de armas de fuego y lavado de dinero, entre otros crímenes.
Siete mujeres y cinco hombres sentados en sus banquillos de jurados decidieron el futuro del narcotraficante que durante décadas aterrorizó a México. Ahora lo harán con Genaro García Luna, el ex secretario de Seguridad Pública al que acusan de estar coludido con El Chapo.
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