Narcosatánicos relatan sacrificios humanos, torturas y canibalismo en México

Testigos de misas negras y ritos de iniciación revelan secretos de la secta que aterrorizó a la sociedad mexicana y estadunidense en los años 80: cortaban orejas y hasta extirparon una columna vertebral.

Las historias que aterraron a la sociedad tiene soporte documental. | Diseño por Juan Carlos Fleicer
Ciudad de México /

Álvaro de León Valdez cuenta que el mismísimo Diablo le hizo una promesa el 9 de enero de 1989. Fue cuando le aseguró que, de ese día en adelante, estaría protegido contra balas enemigas. Se volvería “invisible” a cualquier calibre que se le quisiera hacer daño a su cuerpo y podría andar libremente por todo Matamoros. Así, Álvaro se había convertido en un integrante más del infierno.

A quien desde niño lo llamaban El Duby, recuerda que el primer acercamiento con Satanás ocurrió la vez que, indudablemente, el cielo ya se encontraba muy lejos de él: unos días antes había asesinado a Lauro Martínez y a su primo, dos jóvenes con quienes se había hecho de palabras afuera de un bar.



En medio de empujones y tirones de ropa, sacó de su cintura un arma calibre .45 y les “vació” siete tiros.

Álvaro en aquel entonces tenía 24 años. Recuerda que después de su crimen corrió hacia el sitio donde trabajaba como peón, en el kilómetro 24 de la carretera Matamoros-Reynosa, el Rancho Santa Elena. Llegó asustado y le confesó a su patrón, Helio Hernández, que acababa de asesinar a Lauro. Sin pensarlo mucho, el jefe del Duby le contó que un hombre, en el pasado, lo había protegido y probablemente podría ayudar a que el ahora asesino saliera impune: se llamaba Adolfo de Jesús y le decían El Padrino.

Fue así que, durante ese enero del 89, vio por primera vez al que se hacía nombrar Adolfo de Jesús Constanzo, un cubanoamericano encantador que siempre vestía camisas con flores –como si aún anduviera en Miami– y cabello a corte mohawk. No le costó mucho convencer al Duby de que, con la protección de Satanás, la policía judicial jamás podría detenerlo.

En un lugar propicio tuvo lugar el rito de iniciación. El Padrino acercó una pequeña navaja con la que hizo un corte finísimo a lo largo de los brazos y la espalda, algo que en el ámbito de la brujería se conoce como “el rayado”. Y eso fue todo. “Ya está arreglado. Puedes andar libremente”, le aseguró a Álvaro.

En las semanas posteriores El Duby empezó a confirmar que de alguna manera el rito del rayado podía resultar efectivo. Recuerda que incluso se animó a regresar a Matamoros y visitó a su familia, se paseó por toda la frontera sin que ningún policía lo detuviera. Su creencia hacia la magia del Padrino se hizo irrestricta e inició una relación que rebasó los límites del simple cliente ocasional.

De hecho, Constanzo comenzó a llevarlo a sus rituales. El Duby presenció cómo el cubano pasó de hacer limpias con gallinas y gatos a sacrificar humanos; generalmente hombres jóvenes, a quienes antes de asesinarlos, los violaba.

Los 'narcosatánicos' atemorizaron a la sociedad a finales del siglo XX. | Diseño por Juan Carlos Fleicer


Álvaro recuerda que estuvo presente el día en que asesinaron a Mark Kilroy, un estudiante ejemplar de Texas, a quien El Padrino secuestró, supuestamente, por capricho del diablo. Su rapto generó un problema diplomático entre Estados Unidos y México, y esa presión internacional hizo que la policía en México finalmente diera con los perpetradores del culto, entre los que se encontraba una mexicoestadunidense de ojos verdes, Sara Aldrete.

Consciente del destino que le podía esperar en la cárcel, Constanzo prefirió morir antes de ser detenido. El día de la captura, le pidió a El Duby que lo asesinara. Álvaro, por su parte, ha estado confinado en varias prisiones del país, y sus compañeros relatan que hasta el día de hoy habla en voz alta con su “padrino” occiso, quien lo visita todas las noches en su celda.

Por primera vez desde que ocurrieron los hechos descritos, MILENIO tuvo acceso a las casi 8 mil páginas de dos expedientes judiciales que describen cómo operó la sanguinaria secta que operó a finales de la década de los ochenta. A pesar de la crueldad contenida en las declaraciones de los involucrados, aquí se reproducen para mostrar el modo en que lograron hacerse de tanto poder y tejer relaciones con ciertos personajes famosos.

Los testigos de las misas negras y ritos de iniciación relatan sacrificios humanos, actos de canibalismo, torturas que incluyen extraer la columna vertebral de las víctimas para luego hacer collares… Las historias que capturaron la atención de la sociedad mexicana y estadounidense a finales de los años ochenta ahora tienen soporte documental.


Los documentos narras todos los detalles del caso. | Diseño por Juan Carlos Fleicer

Los inicios del mal


Probablemente ya murió la única persona que podría contar cómo era Constanzo cuando llegó de Miami, Florida. Lo que sí se puede rescatar por sus declaraciones ante la Policía Judicial es el modo en que se involucró en la secta. El nombre de esta persona es Omar Francisco Orea, un joven estudiante de la carrera de Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.

Omar recuerda que desde los 12 años empezó a sentir inquietud por la astrología y por la brujería, pero fue hasta los 15 cuando le leyeron la mano por primera vez. Algo despertó su curiosidad, y se involucró cada vez más en el tarot y el vudú.

En 1983 tenía 21 años y había empezado la universidad; le gustaba caminar y divertirse en las calles de la Zona Rosa, en la capitalina colonia Juárez, epicentro de la comunidad LGBT. Fue en uno de esos paseos que escuchó que había un hombre que leía las cartas excepcionalmente. Supo que vivía en un departamento en la calle Londres, frente a una pequeña imprenta.

Era Adolfo de Jesús Constanzo, quien practicaba la religión del Palo Mayombe, culto proveniente de África que se desarrolló en Cuba a raíz de la entrada de esclavos en la isla.



En uno de los testimonios de Omar Francisco, se lee:

“Me echó las cartas y desde entonces inició una amistad entre ambos y así me fue iniciando en la religión de la santería, en las prácticas de magia negra y magia blanca, donde se realizaban sacrificios de animales como chivos y gallos. Se les cortaba la cabeza para hacer las misas negras con el fin de causarle daño a alguien. Mis padres me dijeron que no me metiera en esa religión, pero a mí me llamaba la atención”.
Adolfo de Jesús Constanzo viviía ceca de Zona Rosa, en la Ciudad de México. | Diseño por Juan Carlos Fleicer


Tres meses después de haberse conocido, Omar ya vivía con Adolfo de Jesús Constanzo, quien se volvió su padrino y amante.

“Me gustaba su forma de vestir. Adolfo me contó que su madre también era santera y que por eso se mudaban constantemente. Me trataba muy bien y siempre le fui fiel, lo quería mucho. En octubre de 1984, cuando Adolfo regresó de Miami, me hizo ‘el rayado’, en una suite de la calle Havre”.

Esos fueron los años dorados de Constanzo. Omar vio como su amante dejó de ser Adolfo para convertirse en El Padrino. El cubano se hizo buena fama en la Zona Rosa, en donde empezó a captar clientes de alto nivel, como políticos que querían ganar una elección, cantantes que querían colocar un hit en la radio y actrices que acudían por pócimas de belleza eterna. Como el estilista Alfredo Palacios a quien le hizo un ‘trabajo de amor’ o Irma Serrano, La Tigresa.

Omar recuerda que con los años Constanzo le fue ocasionando miedo, pues pasó de hacer trabajos simples de limpias, a la extorsión. Además, de alguna forma El Padrino encontró un área que le abría más oportunidades: la frontera norte. Empezó a viajar a Matamoros, Tamaulipas, donde amenazaba a rancheros con que si no adquirían sus servicios podría hacerles daño. En un viaje, Adolfo llegaba a sacar hasta 30 mil dólares por sus “brujerías”.

“Constanzo me dijo que había matado a tres personas en Matamoros, en la Casa de los Muertos, en un rancho llamado Santa Elena, el cual era propiedad del señor Helio Hernández”, sigue el relato de Omar Francisco.

El Padrino acumuló mucho poder, pero necesitaba –además de la demoníaca– comprar otro tipo de protección, la de la Procuraduría General de la República (PGR). Omar recuerda cómo reclutaron a Salvador García Vidal, un agente ministerial que los protegió, pero también los ayudó a falsificar credenciales de la agencia antinarcóticos, la DEA, para así iniciar un nuevo negocio: el del tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

García Vidal los ayudó a entablar amistad con contactos en Guadalajara, Jalisco, para traficar cocaína y marihuana. Fue ahí que se ganaron el apodo de “los narcosatánicos”.

Aunque, según Omar, él no fue el único gran amor de Constanzo, hubo otras personas más. Entre ellas, la joven mexicoamericana llamada Sara Aldrete.


La Madrina


“En Matamoros se acostumbraba andar por la Avenida Alvaro Obregón. Así lo conocí”, describió Sara en su relato sobre El Padrino. 
“Me dijeron que venía de Miami, que estaba de paseo. Me empezó a leer la baraja española y siempre que la leía me decía la verdad. Me regaló unas vírgenes y unos santos y me dijo que me encomendara a ellos. Me dijo que su familia tenía mucho dinero y que se había venido de Miami porque había tenido un disgusto muy grande con su familia”.

Aldrete y Constanzo se conocieron en aquel Matamoros de 1987. Ella recuerda que en su relación todo sucedió muy rápido, tanto, que para el 24 de marzo de 1988 ya estaba instalada en el Distrito Federal con El Padrino. Admite que desde que lo conoció, percibió una notoria mejoría en su vida. Por cierto, cuando le hizo su propio ‘rayado’ fue un día cercano al Viernes Santo de ese año. Sara se iniciaba en el culto narcosatánico.

“Yo estaba de blanco. Me bañaron, me sacaron y me llevaron a una recámara, a la cual nunca antes había entrado, me hincaron en el piso, escuchaba a unos gallos. En la ceremonia olía mucho a ron y aguardiente y Adolfo empezó a hablar un dialecto. Alcancé a escuchar el ruido que hacen los gallos cuando los matan, no sé cuánto duró la ceremonia, pero se me hizo un tiempo muy largo. Cuando me quitaron la venda de los ojos, alcancé a ver mi ropa manchada de sangre. Adolfo me regaló dos semillas conocidas como ojo de buey y tres collares de cuentas de colores”.

Sara se dio cuenta que mientras tenía los ojos vendados le habían hecho cortes el brazo derecho y el izquierdo. Tenía heridas de hasta 10 centímetros, le habían hecho cortadas con forma de cruz, y en el pecho tenía más. Para sellar el ritual le pusieron cenizas de tabaco.

Según Álvaro de León, El Duby, Sara Aldrete tuvo una participación importante e incluso fue llamada La Madrina, sin embargo “su condición de mujer” le impidió continuar ascendiendo en el culto, y es que Constanzo decía que “sus reglas mensuales se lo impedían”.


Canibalismo, parte del ritual


A Mark Kilroy lo secuestraron el 14 de marzo de 1989, cuando había cruzado de Texas a Matamoros para divertirse en sus vacaciones de los spring breakers. Según El Duby lo subieron a la camioneta, lo esposaron y se lo llevaron a la Casa de los Muertos, en el rancho Santa Elena. Al Padrino se le había metido en la cabeza que necesitaba los restos de un estudiante estadounidense para sus ritos.

“Lo empezaron a torturar en sus cinco sentidos, cortando primeramente una oreja con un cuchillo, lo cual realizó Adolfo, y enseguida con el cuchillo estuvo picándole las piernas, atravesándolas varias veces para que se desangrara. Salían un rato y volvían a ver cómo [el muchacho] se desangraba y gritaba de dolor. Después, Adolfo le cortó un dedo del pie, el chiquito. Tomó un machete y lo golpeó dos veces en la cabeza”.

Enseguida, describió Álvaro de León, el cubano abrió la espalda del joven para quitarle la columna vertebral. Con ella haría un collar. “Me dio miedo y me salí de la ceremonia”, dijo De León. Pero antes de asesinarlo, Constanzo violó a Mark como parte del terrible ritual.

El Duby cuenta que participó en tres misas negras con sacrificios humanos, todas en Matamoros. Aseguró que, aunque él no practicó el canibalismo, otros integrantes de la secta sí lo hacían. De hecho, uno de los objetivos del sacrificio era beber los restos humanos para obtener “protección”.

También describió que Adolfo aprovechó el ritual para sacrificar a algunos narcomenudistas que le debían dinero de la venta de drogas. Todos en una casita en el rancho Santa Elena. Ahí, 13 personas quedaron sepultadas bajo la tierra de árido lugar.


La balacera


La muerte de Mark Kilroy implicó un problema internacional para los satánicos. Terminaron huyendo de un lugar a otro, de Morelos al Estado de México y luego a la capital del país. Su destino final fue el quinto piso del número 19 en la calle Río Sena, en la Colonia Cuauhtémoc.

Ahí terminaron viviendo Omar Francisco Orea, Sara Aldrete, Martin Quintana, Álvaro de León y Adolfo de Jesús Constanzo.

El Duby recuerda que incluso se había teñido el pelo de rubio en un intento por pasar desapercibido. El 5 de mayo de 1989, a las dos de la tarde, un sábado, estaba recostado cuando escuchó un “¡Valió madre!”, por parte de Constanzo. Luego, las sirenas, los gritos. Álvaro cuenta que el cubano tomó tres fajos con 7 mil dólares, en total 21 mil, que tenía escondidos en el departamento. Rápidamente corrió hacia la cocina y empezó a prenderle fuego a todo el dinero, mientras lo arrojaba por la ventana.

—¡Este dinero no va a ser de nadie! ¡De nadie! — decía enardecido.

Después, Constanzo tomó una metralleta, se asomó por la ventana, y vació una rafaga de balas hacia los policías.

—¡Lléname el cargador! —le pido al Duby mientras lanzaba otra ráfaga de disparos a la calle Río Sena. Fue cuando ordenó que lo asesinaran.

—Sosténme la metralleta. ¡Mátame! —le alcanzó a gritar a Omar Orea, otro ex amante, quien se negó y corrió a esconderse a un cuarto donde estaba Sara Aldrete.

Pero Constanzo tenía un nuevo amante, un joven llamado Martín Quintana. Finalmente, cuando El Padrino vio que no había escapatoria, tomó su metralleta y se la entregó al Duby.

—¡Mátame! — ordenó, pero El Duby se negó. Adolfo lo golpeó, lo sostuvo de la cara y lo abofeteó— Si no lo haces, nos vamos a ver en el infierno y te va a ir peor —alcanzó a decir amenazante.

A lo lejos, desde una habitación, Sara Aldrete gritaba: “¡Ya mátalo, no te andes con chingaderas!”.

El 5 de mayo, ante la Procuraduría capitalina, El Duby narró una historia que ni los mejores guionistas de Hollywood hubieran imaginado.

“Vi cómo se abrazaban (Marín y Constanzo) y se metían al clóset. Y en ese momento les disparé con la metralleta. Pensé en suicidarme como habíamos pactado antes, pero tuve miedo y saqué un trapo blanco para entregarme”, reconoció Álvaro.

Adolfo de Jesús murió como quiso. Ese día de mayo fue trasladado a la morgue. Las declaraciones de ese día revelan que, acostado en la plancha, El Padrino abrió los ojos. Los policías y agentes lo miraron y los que llevaban crucifijo se abrazaron a él. Fue Sara la encargada de identificar a Constanzo.

Sara cuenta una historia sacada de película de terror, y es que ella fue la encargada de identificar el cadáver:

“Fue horrible, me llevaron al anfiteatro de la morgue y me querían acostar con el cadáver de Adolfo, lo tenían abierto, estaba horrible. Me decían ¡dale un beso, dale un beso!, y la policía le gritaba ‘Ándale Padrino, levántate, de qué te sirvió tu protección’”.

Según el expediente judicial de la entonces Procuraduría del Distrito Federal, Constanzo estaba a punto de empezar a sacrificar niños para sus rituales.

Sara Aldrete fue sentenciada a pasar 600 años en prisión. Con la muerte de Adolfo, la Procuraduría le achacó todas las muertes a la mujer. Omar Orea fue encarcelado, pero murió unos años después de sida, en su celda. El Duby actualmente se encuentra recluido en una prisión al norte de la Ciudad de México, donde aún espera una sentencia. En prisión fue diagnosticado con esquizofrenia.

Tras 35 años, los reos aseguran que sigue hablando con su padrino.



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