En Chilapa de Álvarez, Guerrero, nadie dudaba que el niño José Francisco cumpliría su sueño de llegar a la televisión como actor. Sus cualidades de expresión en la danza folclórica y su forma de comunicar mitos y leyendas del pueblo daban fe de que ese anhelo se volvería realidad.
No contaban con que un día sus padres se lo llevarían a vivir a la montaña de Oaxaca. Ahí sus deseos cambiaron, luego de conocer un laboratorio y a la curandera y chamana mazateca María Sabina.
Casi 40 años después, podemos ver a José Francisco como pez en el agua dentro del auditorio Roberto Mendiola Orta del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS). Ahí, ha entregado reconocimientos a médicos distinguidos del país que siguen especializados y, después en un laboratorio repleto de jóvenes con batas blancas y microscopios, los muchachos parecían hechizados por él, al escucharlo hablar de ciencia.
Nada perdido anda José Francisco Muñoz Valle, su nombre completo y rector de ese campus de la Universidad de Guadalajara. Resulta que Mendiola Orta fue de los más grandes impulsores de la práctica y la enseñanza de la medicina en Jalisco y, aunque Muñoz Valle no lo dice con todas sus letras, el fondo de su voz lo delata: quiere hacer historia como su prócer quien, igual que él, amó las artes y fue rector general de la Universidad de Guadalajara.
Mendiola Orta fue el último científico, hace más de 66 años, que ocupó el máximo cargo administrativo de la universidad. Y ahora aquel niño que soñaba con salir en la televisión busca repetir la hazaña: “El CUCS tiene 22 mil estudiantes. Somos de los Centros que tenemos los más altos indicadores en educación, docencia, investigación y compromiso social. Así que me siento capaz de ocupar el cargo de rector general”, dice.
¿Quién es José Francisco Muñoz?
Llegó becado de Guerrero a Guadalajara en 1997. El apoyo fue dado para que, durante el verano, hiciera una investigación en el CUCS. Años después volvió y nunca más quiso irse, por agradecimiento a la máxima casa de estudios.
Fue en un congreso de biología molecular en Acapulco cuando se enteró de la oferta de un doctorado en la materia impartido en la UdeG. También hizo un máster en Innovación Social en la Universidad de Salamanca y acaba de terminar otro en organización de hospitales.
Tiene 25 años estudiando autoinmunidad, donde tiene la oportunidad de adentrarse en el estudio de enfermedades como la artritis reumatoide. También forma generaciones de estudiantes y científicos prominentes que, dice modestamente, lo han superado. Una camada suya está en la Universidad de Yale, dedicada al campo de la investigación.
Es interesante conversar con José Francisco. Habla de ciencia y biología con un vocabulario que hace fácil su comprensión. Pero es propio de él hacerlo todavía más llevadero. Cuando se da cuenta de que empieza a emplear el clásico vocabulario de genio de probeta rompe con alguna anécdota o comentarios sobre temas de la cultura y las artes. Tras esa parada necesaria regresa a lo suyo.
¿Cuáles han sido sus aportes en el CUCS?
Le ha dado una identidad al CUCS, en realidad el centro de estudios se parece a él. En el campus universitario dedicado a la salud creó un sistema de artes escénicas. Acondicionó un foro de teatro como caja negra con luces tenues y rojizas, donde se ofrecen funciones con artistas egresados del centro de artes de la propia UdeG, tanto para los alumnos como para la comunidad de los alrededores del campus. Esta tarde están ensayando y todos lo saludan con afecto cuando entramos.
También se ofrecen clases de baile, danza y actuación: “Quiero que los futuros científicos puedan estar inmersos en la cultura y tengan la facilidad de apreciar las artes”. Es algo que jamás va a soltar en su vida. Sobre estos temas también se ha devorado muchos libros.
Cambió esa vida por la ciencia después de entrar en un laboratorio del nivel escolar básico y terminó de engancharse por sus encuentros y conversaciones en mazateco con María Sabina: “Era la sacerdotisa de los hongos alucinógenos. Para mí fue muy relevante porque al estudiar biología molecular entendí los efectos en las enzimas”, argumenta. Sentía que algo le faltaba a pesar de todos estos años de estudios y su Nivel III en el Sistema Nacional de Investigadores. Para alcanzarlo se necesita demostrar liderazgo nacional e internacional en investigación y formación de investigadores. Por ese camino andaba cuando llegó la pandemia de Covid 19 en 2020.
En aquella época de contingencia desarrolló 10 laboratorios de biología molecular en todo el estado para atender a la población. La UdeG estuvo por encima del gobierno estatal en atención durante la emergencia y se redujeron los casos: “Yo le debo todo a la universidad y estoy en la mejor disposición de darle mi tiempo para elevar los estándares de calidad, aumentar la investigación y desarrollar proyectos de alto impacto social”, dice. Es papá de tres hijos que, de alguna manera, siguen sus pasos. Son totalmente Leones Negros, estudian medicina y nutrición. El más pequeño va en prepa, pero sin duda ingresará al campus de Ciencias de la Salud.
Con una trayectoria tan singular como inspiradora, José Francisco Muñoz Valle se alza como un ejemplo vivo de que la pasión y la dedicación pueden llevar a cualquiera a alcanzar grandes metas, incluso en campos aparentemente dispares. Desde las tablas del teatro hasta los laboratorios de biología molecular, su recorrido vital ha demostrado que la creatividad y la curiosidad pueden ser aplicadas en cualquier disciplina. Me quedo con la enseñanza de que la educación, la ciencia y el arte no son mutuamente excluyentes, sino complementarios.
SO