No hay ninguna competición que despierte tantas inseguridades como la Liga de Campeones en el Atlético de Madrid, superviviente y ganador contra un Feyenoord que no pudo contar con su goleador Santiago Giménez (3-2), al filo de la debacle, entre el caos defensivo propio y ajeno, superado durante muchos tramos del duelo y vencedor sobre el alambre, con dos goles de Álvaro Morata y dos paradas cruciales de Oblak, dentro de un laberinto del que escapó a trompicones, encerrado en su área.
Inconsistente, sobresalto a sobresalto, por una doble remontada culminada con un fenomenal centro de Nahuel Molina y otro remate de Álvaro Morata al minuto y 50 segundos de la reanudación ganó el Atlético un partido que bien pudo empatar o perder, en el que jugó a la ruleta rusa y que retrató como la máxima competición continental lo tiene siempre en vilo, al filo de la caída, de un detalle a favor o en contra.
Lo aprisiona con una expresividad inusual en un equipo que debe sentirse favorito en un grupo como el que tiene por delante. También lo era el curso pasado. Y se fue del torneo entre el anonimato de un equipo menor, sonrojado como último de su cuarteto. Sin coartada. Ahora, en dos jornadas, ya tiene cuatro puntos. Y eso es un botín incomparable. Hasta este miércoles, había ganado sólo uno de sus últimos nueve duelos en este torneo.
El Atlético surgió sobrepasado. Por muchas bajas, siete en el enfrentamiento de este miércoles, entre ellas dos de sus tres centrales titulares en el once tipo (Giménez y Savic), en ese otro nivel que siempre se habla de la máxima competición continental, el Atlético aparece hoy por hoy como un conjunto común, rebasado por el escenario, pero también por cualquier rival que osa presionarle y abordarle, como lo hizo el Feyenoord.
Ya nadie ya le teme. El actual mcampeón neerlandés, de vuelta al mejor escaparate seis años después, es un bloque de aspecto competitivo, trabajado, con un par de individualidades llamativas, intenso... Sin más. Y sin defensa. No debería ser mejor que el Atlético. Lo fue de verdad todo el primer tiempo y más allá, por más que al intermedio el marcador era un 2-2 o por más que al inicio del segundo ya ganaran los locales por 3-2.
No hubo matices en la puesta en escena, cuando el equipo de Simeone irrumpió en un territorio inhóspito, en un laberinto sin salida, superado en todo. El primer gol lo atestiguó con una rotundidad imprevista. El Atlético, descompensado, descolocado, perdido, regaló un paraíso con el balón entre líneas a Paixao, que entregó el pase al desmarque de Ueda, al que no detectó nadie. Luego jugó la fortuna: el tiro, la parada de Oblak, el rebote en la rodilla de Hermoso, el toque en la cabeza del portero y el 0-1. Minuto 6 y 22 segundos.
Ni siquiera el gol que encontró el Atlético de la nada más absoluta -un pase de Rodrigo de Paul que iba para Saúl, en fuera de juego, habilitado por la intervención fallida de Wieffer que regaló el balón a Álvaro Morata para el 1-1 en el minuto 12- o la reacción con la que respondió a rebufo de este tanto, con una secuencia de oportunidades, palo incluido de Saúl, cambió el panorama realmente. Fue un ratito. Después, más de lo mismo, entre el despropósito defensivo del equipo rojiblanco, pero también, evidente, de su adversario.
Más que visible en Azpilicueta en toda la primera parte. El 1-2, en el minuto 35, con el remate de Hancko lo puso ya en evidencia. El central visitante le ganó en todo. Ni lo vio en su entrada al remate. Ni lo alcanzó después. Ni compareció más tarde. No sólo en su primera volea, tan solitaria como la segunda, también en el rechace posterior de Oblak, que paró lo imparable y ya no pudo hacer más en la inasumible segunda oportunidad.
Cuando la mejor noticia para el Atlético era una derrota por un gol, un parte de daños reducido que pudo ser más grave de no haber fallado Tauner otro remate solo dentro del área, se topó con otro tanto de repente. Porque la defensa del Feyenoord también se descubrió tan vulnerable como la local. Al sexto rebote, Griezmann conectó un remate acrobático para empatar en la última acción del primer tiempo. Un alivio... Entre la alerta.
Porque lo único decente en el primer acto era el resultado, aunque tan solo fuera un empate, con dos goles en contra (como ya se los hizo el Cádiz este domingo). No mereció más el Atlético, capaz de reponerse dos veces de la adversidad, desnortado en muchos tramos hasta entonces. El Feyenoord es lo que es. Y eso lo salvó de un escenario peor.
Y porque el Feyenoord es lo que es, el Atlético sobrevivió la primera parte y ganó la segunda, de nuevo aferrado a esa dinámica de marcar un gol a la vuelta del vestuario. Lo hizo contra el Real Madrid, contra el Cádiz y ahora contra su rival neerlandés. Al minuto y 50 segundos, anotó el 3-2. Tan simple como un muy buen centro desde la derecha de Molina y el remate certero de Morata, que estaba tan solo como Griezmann a su lado. Revelador.
Ni así, con el séptimo gol del delantero internacional español con su club en este curso, las tuvo todas aún consigo el Atlético, agarrado a Oblak en un duelo frente a Stengs, en otro contra Mimtah, asustado en dos zapatazos de Paixao, desaparecido de la otra portería desde el 3-2 hasta el minuto 66, cuando Mario Hermoso lanzó desde su propio campo, y desde entonces hasta el final, temeroso, encerrado, superviviente frente a sí mismo y el Feyenoord en unos últimos instantes agónicos. Un triunfo necesario. También un aviso muy serio. La Champions exige mucho más.
MP